Friedrich Schiller
Estamos
nuevamente en un momento de emergencia cultural y política que se
manifiesta de formas cada vez más directas, en las calles y
en los lugares de estudio, realizando asambleas y tertulias para discutir sobre
el desarrollo de la sociedad. Con el tiempo se han ido estableciendo ciertas
garantías para poder reunirse libremente y manifestarse sin temores. Nuestra generación
ha perdido el miedo que la ciudadanía traumada por la represión de la dictadura
les heredó y demuestra que sólo con organización y cooperación se pueden lograr
reformas. Pero ya la ciudadanía y el pueblo organizado ha debido luchar contra
las facciones más reaccionarias del Estado y contra los discípulos del fascismo
chileno y mientras algunos estudiantes deciden rebelarse contra éstos de forma
pacífica otros se movilizan para revolucionar el orden establecido burgués que
se ha instalado en este país. Estos movimientos han existido desde comienzos
del siglo veinte en Chile, extendiéndose desde Valparaíso y el norte de Chile
hasta todos los rincones de la nación, unidos por ideales libertarios y
revolucionarios. Si antes fue la mayor y más efectiva oposición a la dictadura,
a partir más definitivamente del año 1985, hoy es igual de criminalizada y
perseguida por los guardadores del orden público, la policía y los medios de
comunicación coludidos con los agentes del ministerio del Interior.
El
propósito de la presente lectura a esta realidad social cada vez más reanimada
en el país, y que se mantiene en la negación y el ocultamiento por medio de
montajes mediáticos y gubernamentales, es acercarse más allá de las justas o
validas razones para optar por este tipo de acción política y analizar las implicancias
estéticas que la violencia política puede alcanzar, para esto serán las
conceptualizaciones de Schiller fundamentales para alcanzar una problematización
hacia la relación de la libertad y la educación estética del hombre como también
sobre la comparación con la figura del juego.
Para
Schiller la educación del hombre con miras a hacerlo un ser mucho más libre; debe
ser una ‘educación estética’ que pueda ejercer un cambio en las condiciones de
un determinado estado político. Toda sociedad vive en un orden determinado, jurídico, moral,
ideológico y mítico, que la autoridad oficializa e impone en forma de verdades
e imperativos absolutos, denominado como “edificación
del pueblo”. Tomando estas premisas que
desde el siglo XIX se vienen desarrollando se busca entender cómo la acción política
directa podría influir en las condiciones para que la educación estética
provoque cambios en el estado político establecido.
Ya Nietzsche en El
origen de la tragedia veía que el desarrollo del hombre a través de la
creación artística estaba estrechamente unido a una duplicidad esencial entre
lo apolíneo y lo dionisíaco. Según esto la tragedía sería la
manifestación apolínea sensible de conocimientos y efectos dionisíacos. Con un
virtual renacimiento de la tragedia, volvería también a nacer un oyente
estético y Nietzsche propondría un nuevo concepto de cultura, cuyo fundamento
fuese el sentido trágico de la vida. Para Schiller, sin ser un revolucionario de la época
si no más bien un crítico de la sociedad burguesa, a la que él pertenecía, el
concepto de ‘educación estética’ se opone al de edificación, ya que el primero
equivale a una iniciación en la libertad. (Martinez Bonati, 1960) La educación
estética es así para Schiller el paso previo para la instauración de una razón
viviente como orden moral de la sociedad. Sin embargo, Schiller señala que en
el hombre se darían dos impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que
aspira a la invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la
variación). En el instante en que estos dos impulsos actúen juntos, se
producirá un nuevo impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es
realmente libre, verdaderamente hombre que en el objeto bello encuentra la
imagen de la armonía suprema y en su contemplación vive la libertad.
Félix
Martínez Bonati, retomando la obra schilleriana, sintetiza sus principales
ideas estéticas, señalando que dentro de los alcances del arte estaría el de provocar “en el espectador un estado
transitorio de armonía superior (…) Al poner al hombre en transitoria libertad
plena (…) el arte lo hace consciente de su posibilidad y destino, lo educa (…)
lo deja en disposición de educarse más altamente” (Martínez Bonati .1960.pp.
40-41.)
En todas las sociedades, a
partir de la instauración de los Estados nacionales, se establece un orden
determinado (sea moral, jurídico, ideológico, etc.), impuesto por la autoridad
en forma de verdades: esto equivaldría a una edificación del pueblo. También en el Estado moderno de Chile, este
orden no avanzaría hacia una elevación espiritual, sino más bien a una eficacia
funcional y práctica. En donde todo aquello que se aparte de los establecido
moralmente es demonizado y criminalizado. Pues la relatividad de las doctrinas,
demuestra la irracionalidad de lo edificante. Que para hacer inofensiva la
acción del espíritu, se procura alejarlo del alcance de los ciudadanos por
medios brutales o sutiles: condenación y prohibiciones.
Herbert Marcuse retomará este
vínculo entre arte y sus implicancias sociales, señalando que las «Cartas…» aspiran a una transformación
social mediante la fuerza liberadora de la función estética. Según Marcuse, una
nueva sensibilidad emerge para lograr formas de vida nuevas, cuyo frutos serían
la “negación total del sistema establecido, de su moralidad y su cultura;
afirmación del derecho a construir una sociedad en la que la abolición de la
violencia y el agobio desemboque en un mundo donde lo sensual, lo lúdico, lo
sereno y lo bello lleguen a ser formas de existencia” (Marcuse.1969. p.32).
Entonces cuesta concebir cómo
el Estado de Chile sigue intentando instalar penalizaciones para aquellos que
intentan negar el sistema establecido. Quienes a través de actos de violencia política,
que no tienen comparación con la desproporción de la represión policial con que
son negados los válidos y justos derechos a manifestarse y creer en ideologías
libertarias, abogan por la libertad de la imaginación como guía para la
reconstrucción social, virtud que en las grandes revoluciones históricas fue
capaz de obrar en proyectos de renovación moral como institucional, pero que lamentablemente
sucumbió sacrificada en pos de la razón eficaz. Es por esto que aquellos que
condenan la política de lucha directa niegan cualquier transformación radical
de la sociedad que se de por la unión entre esta nueva sensibilidad y una nueva
racionalidad, para no caer en los mismos errores históricos.
Para Marcuse en el pensamiento
schilleriano nada es tan indigno del hombre como sufrir la violencia; porque
ella le nula. El que nos la ejerce nos disputa nada menos que la humanidad; el
que la sufre cobardemente se despoja de su humanidad. (Marcuse, 1969) En la
modernidad, según Habermas, el neoconservadurismo, que se aplica en Chile al
poder ejercido por la centroderecha o el bloque más conservador de la sociedad,
logra desplazar sobre el modernismo cultural las incómodas cargas de una más o
menos exitosa modernización capitalista de la economía y la sociedad, que
totalitarizan a la cultura popular bajo la influencia imperialista, es entonces
la acumulación de estas cargas lo que hace surgir las situaciones para la
protesta y el descontento social, que se origina cuando los grupos de acción
comunicativa y política se centran sólo en la reproducción y trasmisión de
normas y valores estandarizados por la racionalidad económica y administrativa
dejando de lado la inversión social y cultural puesto que las doctrinas
neoconservadoras desvían completamente su atención de aquellos procesos
sociales.
Cuando
se está en presencia de una barricada y el fuego se alza y se destaca en la
oscuridad de una calle sin alumbrado eléctrico, siente el hombre espectador y
actuante en la escena una gran impotencia física, como seres sensibles, pero sobre
el cual se eleva moralmente, por medio de la razón. Para Schiller, sólo lo que
forma parte de la naturaleza más imponente constituiría lo sublime, mas un
objeto será teóricamente sublime, cuando, como objeto de conocimiento,
sobrepasa los límites de nuestra imaginación; y es prácticamente sublime,
cuando, como objeto de sentimiento, encierra la idea de un peligroso poder,
dirigido en contra de nuestro instinto de conservación. Mientras que lo sublime
práctico es mucho más apto para la representación estética, es decir, para el
arte, que lo teórico. (Schiller, 1990)
A
más de alguien se le habrá ocurrido comparar las correteadas de la policía
hacia los estudiantes como parte de un juego, una dinámica que tiene sus actos
bien delineados y los finales bastante conocidos, en donde los participantes u
oponentes se disputan un espacio publico cuando poco se respetan unos a otros.
Pero esta comparación debería ir más allá de la simple observación de las
acciones, así tenemos que Schiller propone que en el hombre se presentarían dos
impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que aspira a la
invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la variación). En el
instante en que estos dos impulsos actúan juntos, se produciría un nuevo
impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es realmente libre, o sea,
verdaderamente hombre. Si extrapolamos esta categoría a lo que sucede en las calles
tendremos que la exigencia de la belleza por parte de cada sujeto participe de
este juego consiste en la comunidad entre estos dos impulsos. (Schiller, 1990)
A
partir de una oposición enérgica a la absoluta subordinación del hombre a la ley
moral se contrapone a ella el principio de la libertad del hombre, quien
voluntariamente escoge el camino de lo moral por intermedio de la
autodeterminación. Pues la cultura debe poner al hombre en libertad y auxiliarle
a cumplir su concepto humano. En consecuencia, ella debe hacerle capaz de
sustentar su voluntad; pues el hombre es el ser que quiere. Y esta es una
posible motivación para que miles de hombres y mujeres sientan la total
convicción de manifestarse libremente al creer en la autodeterminación y el
derecho de rebelión. La comprensión de lo bello surge del concepto de hombre,
ser que vive en sociedad, entre naturaleza y cultura, sensibilidad y razón,
necesidad y libertad. Por lo cual la educación estética, en su sentido, es lo contrario de edificación, es superación de la
doble estrechez de la naturaleza y del artificio social, es iniciación a la
libertad y a la grandeza del espíritu.
No se trata de educación hacia
un nihilismo cínico. Sino formar mediante el arte hombres libres que, por
serlo, transformen progresivamente la sociedad: tal es el sentido de la idea de
una educación estética en Schiller. Libre llama Schiller a lo que se desenvuelve
según su propia ley. Según este mismo concepto, es también la razón a la vez
libertad y necesidad, de elección y decisión, en querer lo racional. En oposición
al hombre libre encontramos el ser bestial, las figuras del policía, el torturador, el opresor,
ineducado, que despliegan su tendencia material en desmedro de la voluntad de
forma que inhibe su sensibilidad y hace su vida vacía. No obstante la educación
estética no está, según Schiller, destinada a una transformación inmediata y
acaso definitiva del orden social; pues no ha sido pensada por Schiller como
programa para producir la revolución, más bien se trata de conservar las
condiciones “físicas” de toda cultura puesto que Schiller no piensa en la
sustitución inmediata de un orden concreto caduco por otro definitivo, pues
desde su punto de vista culto burgués, con una clara educación estética, más
bien plantearía una formación constante en base a la autodeterminación de los
hombres para ejercer su libertad.
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