El personaje central de este relato, Ramiro Bernárdez, es
un intelectual formado en Paris, una ciudad letrada y culturizada donde se
elaboraba un alto discurso de identidad nacional. Ciudad donde no existiría
sólo un discurso homogéneo, pues la alta diversidad de grupos sociales guiados
por sus propias tendencias identitarias se diferenciarían completamente del
mundo al que ha retornado Ramiro.
El contexto que circula por la obra de Giardinelli
posiciona a Ramiro en una situación determinada por la hegemonía cultural y
política que se vivía en Argentina durante los primeros años de la dictadura
militar. La certeza de lo inevitable se presenta sobre el personaje central,
las condicionantes del espacio y del tiempo lo dominan y le ordenan actuar
irracionalmente pues se vive en una época irracional y sin sentido. La calentura, la excitación hasta
perder el control total, en esa Argentina del 77 era una situación ridícula con
“la luna caliente de diciembre, la luna
hirviente, ígnea, del Chaco” (p.63).
Las constantes
alusiones hacia la precariedad de la vida en la provincia cuando “(…) vino a parar a este pueblo de mierda
(…)” (p.14), se hacen para destacar el discurso modernizador que se usa al
referirse a Paris, como ideales.
Existen claras
referencias al contexto histórico que se vive en el espacio narrativo, con las
detenciones y controles en carreteras en búsqueda de los agentes subversivos en contacto con el comando radioeléctrico
militar donde se siente la angustia por la incertidumbre y el peligro
constante porque “(…) Así le habían contado que se vivía en el país, desde hacía un par
de años” (p.16). Creando el conflicto entre el pasado (y su propio proceso
modernizador) y este presente modernizado a la fuerza “(…) Este país es una mierda, Ramiro. Era hermoso, pero lo convirtieron
en una completa mierda.” (p.18)
Un país que impone
su ley como institucionalización de la nación. Su lógica
está encarnada en las representaciones de la ley. Para imponer la “lengua de la
ley” se debe aglutinar a la gente en la ciudad (aglomeración), para afianzar al
Estado Nacional, administrando y definiendo los límites públicos de la ciudad. La
ciudad entonces se desterritorializa y se mueve constantemente de posición.
Por ende, en el espacio público no caben otras identidades
más que las nacional, este discurso conservador de derecha toma mucha
relevancia cuando la dictadura argentina intenta reacondicionar una nación
entera a los deseos de unos pocos.
Se habla en esta
novela sobre las posibilidades violentas en que se ven envueltos los hombres de
esta nueva y extraña época que es, paradójicamente, humana y que deben
enfrentar a la ley constantemente como forma de reafirmar su existencia y
obtener el permiso de existir, pues ellos ya no son libres porque son determinados por las fuerzas del
poder.
Desde que se imposieron las dictaduras en Latinoamérica,
nacionalistas y modernizadoras a la
fuerza, lucharon contra la idea del sujeto colectivo como parte de una
comunidad, instalando la base modernizadora liberal que sólo premia al
individuo. El nacionalismo que tiene como meta la modernización empuja a la
comunidad hacia el paradigma individualista. Se encuentran las identidades
diversas que operan en forma de capas condensándose en la ciudad, conscientes
de la propia identidad, que se entienden al ser la identidad ya no un cuerpo
sino que una estrategia, y que posee su lugar privilegiado en el espacio
público, transformándose en un contrato simbólico.
Es decir, estas revoluciones
neoconservadoras impusieron, por medios violentos, un modelo de producción y
exportación de capital muy definido, con el afán de decretar y adelantar la
modernización latinoamericana. Se instala el debate de cómo la comunicación ha
permitido la hegemonía capitalista convenciendo (o seduciendo) al mundo
popular, convirtiéndolos en sus aliados, como una comunidad de individuos, para
los cuales sus contratos simbólicos ya no son estables pues son portadores de
identidades carentes de sensibilidad y flexibilidad.
El discurso identitario de Ramiro se expresa al decir “(…)sabía que iba a pasar; lo supo en cuanto
la vio. Hacía muchos años que no volvía al Chaco y en medio de tantas emociones
por los reencuentros, Araceli fue un deslumbramiento (…)” (p.1), debe
enfrentarse a la mujer fuente de belleza y locura, representado como los
anhelos de juventud y libertad, que le vuelven loco.
Esa lucha entre la locura y la belleza son articuladas por
figuras y recursos literarios. Es Minaya Álvar Fáñez una figura literaria popularizada por las
menciones que aparecen en el Cantar del
Mio Cid, que representa
una especie de álter ego del
Cid, cuya función es permitirle en
los momentos más críticos poder expresar sus sentimientos más ocultos. También se refiere al Fausto de Goethe, donde la
vida de Fausto se veía determinada
por una especie de Mefistófeles que lleva a la perdición al Doctor, enloquecido por su amor hacia Margarita y que sigue buscando la
libertad por todos los medios. Así como la frase clásica; “Catón discurseando *Carthaginum
esse delendam*”, atribuida a Catón el Viejo que pronunciaba cada vez que finalizaba todos
y cada uno de sus discursos en el Senado romano. También con
el Catoblepas
de Borges, una imposible criatura que se devora a sí misma.
"Pero yo ya
no soy un prójimo; soy un proscrito, un condenado”, dice Ramiro, haciendo alusión a
Dante Alighieri, utilizando figuras y tropos literarios como Francesca Da Rímini, una noble italiana cuyo
trágico destino fue inmortalizado por Dante en La Divina
Comedia, utilizando los símbolos del adulterio y
la lujuria. Así también el Minotauro y Gerión. El autor nombra también a Semíramis, reina de la antigua Siria, hija de la diosa Derceto, de rostro de mujer
y cuerpo de pez, que fue abandonada en el desierto por su madre para que
pereciese. Dido, fundadora y reina de Cartago, que en la Eneida se muestra como la victima del
destino, condenada a morir de un amor que no le nació de manera natural, sino
del poder de Cupido. Cleopatra, la antigua reina de Egipto, musa
inspiradora del dolor por la belleza. Elena, figura literaria de la belleza
maldita para los hombres. Todas estas figuras hablan de un personaje eternamente condenado a la verdadera condena
que es ser joven o bello y estar vivo en tierras de nadie, como el caso de
Ramiro.
Los
marginados e integrados de la nacionalización/modernización hegemonizan y
contrehegemonizan constantemente, es por esto que los seres detestables pero
atractivos, como Ramiro, machistas misóginos que le temen a la libertad y el
sentido común, luchan contra la sensatez, representada por lo femenino, con su
aparente fragilidad que se contrasta con seres violentados y violentos en si
mismos, que no pueden aceptar y reconocer la diferencia, razón por la que rechazan al otro sexo. Hombres
sin honor que no reconocen su humildad, su pequeñez
infinita e inmensurable: que apenas pueden ser considerados siquiera un hombre, pues no
distinguen el bien del mal, que niega la condición humana que permite enfrentar
la adversidad del mundo que oprime para modificarlo todo “(…) Ah, pero vanidad y horror son mala mezcla cuando andan juntas (…)”
(p.34). En un país donde “(…) un
asesinado no es importante. Los galones los ganan contra los subversivos”
(p.39), donde “la discreción no suele ser
la característica de la policía” (p.43), que se quiere probar algo, lo hace
y listo, en un país caliente, afiebrado
y enfermo, desde la llegada de los militares y hasta diciembre de 1977, cuando se transforma en un país en “guerra interna”, en guerra contra
quienes eran considerados como subversivos.
Hombres abyectos que
sólo condicionan sus acciones hacia un objetivo individualista mayor, como por
ejemplo tener un puesto como funcionario del gobierno militar, como Ramiro, hombres
ideales para “(…)el proceso en el que
estamos empeñadas las fuerzas armadas (…) un proceso de largo plazo,
entiéndalo. Un proceso en el que el verdadero enemigo es la subversión, el
comunismo internacional, la violencia organizada mundialmente. Nuestro objetivo
es exterminar el terrorismo, para instaurar una nueva sociedad (…) porque
necesitamos construir una sociedad con mucho orden. Pero se trata de un orden
en el que no podemos permitir asesinatos, y menos por parte de gente que puede
ser amiga. (…)” (p.47)
Las referencias
literarias directas también permiten entender cómo se ha construido el espacio
donde habitan los personajes, con la explicitación de De Quincey y Dostoievski (que sugirió al honor
sólo como una superstición), se complementa la idea de que se vuelve inevitable el dejarse atrapar
por un mundo violento y cruel donde se hace “alarde
de cinismo o de ociosidad” (p.28) cuando el hombre goza, disfruta, admira,
el horror del crimen y del asesinato. Mundo donde el crimen deslumbra a los
hombres pero que condenan después puesto que no es útil para soportar un
sistema erguido sobre una ilegitima legalidad. Donde se pueden representar las
muertes de cientos y miles por la muerte de un solo individuo.
Existen alusiones a
la cultura popular inmaterial con León
Gieco, músico y cantautor popular argentino, Charly García, músico y compositor argentino. Canciones de María Creuza, la matriarca de la bossa
nova, y un tema
de Jobim, uno de los grandes exponentes de la música brasileña. Romero de Torres, pintor cordobés, que retratara la belleza de “la mujer morena”. Denevi, escritor y dramaturgo argentino.
También se nombran
características de la cultura material, como el “viejo Ford del 47”, que se relaciona con la producción del lujo en la
modernización capitalista del automóvil en la era del
consumo en masa; que por cierto contribuyó
a alterar drásticamente los hábitos de
vida y del trabajo, transformando la fisonomía de las ciudades
latinoamericanas, como también lo hace con el
camión "Bedford", en
ciudades subdesarrolladas donde se consume Coca-Cola,
como forma de sentir la modernización. Todas estas son claras alusiones a los
elementos presentes en este espacio modernizado, en donde se enfatiza la
relevancia de su nombre y lo que implica subtextualmente su utilización, frente
al desarrollo, capitalismo avanzado, ecología, pulcritud de aquel París moderno
que su nación subdesarrollada y sucia intentaba alcanzar pero que al igual que
en la realidad europea, con una infinita frialdad en la gente.
La clase de hombre
que se describe en esta novela es la de un hombre superado por las
circunstancias que lo rodean y lo constituyen a si mismo, quien intenta “(…) dormir... eso era todo lo que quería
hacer en ese momento. Olvidarse de su inconsciencia, de esa brutalidad que él
desconocía en si mismo y que ahora le repugnaba recordar (…). (p.11)
El individualismo
forzado no puede aceptar la derrota, el fracaso, pues no tiene capacidad de
frustración, lo desea todo de inmediato y sin preveer las consecuencias, por
eso para Ramiro era imposible reconocer el error y aceptar “la idea del repudio de la gente, de su familia, de sus amigos que sólo
tres días antes, al regresar al Chaco después de ocho años, lo habían recibido
con el antiguo cariño, con esa especie de admiración que produce, a los
provincianos, el que un coterráneo haya recorrido el mundo.” (p.11) El
éxito y la admiración del ser individualista
descarta toda clase de escándalo social.
Para los hombres que
deben subsistir en este mundo imposible de imaginar hasta ese momento se crea
la paradoja entre las relaciones de igualdad, de justicia con la oligarquía que
lo domina todo y que no deja pensar claramente al hombre, lo vuelve “frío e
inescrupuloso”; capaz de hacer y aceptar cosas horripilantes de manera
consciente pero sin opciones, pues ya se encuentra perdido. Convertido en “(…) un monstruo, súbitamente un monstruo.
La culpa había sido de la luna. Demasiado caliente, la luna del Chaco. Sobre
todo, después de ocho años de ausencia. Perdido por perdido. Estaba jugado”.
(pp. 20-21) Monstruo que se siente totalmente determinado por las
circunstancias que le apremian.
Pero más allá del discurso como producción de identidad, donde
lo literario y lo político son capaces de producir cultura, los estudios
culturales latinoamericanos aplicados a esta novela permiten considerar a la
identidad como proceso generado por las relaciones que implica la comunicación,
al construir al sujeto popular moderno, el que se relaciona desde la
comunicación moderna.
Referencias.
Giardinelli, Mempo (2000). “Luna Caliente”. Edit. Six Barral, Buenos Aires. En http://es.scribd.com/doc/7330498/Giardinelli-Mempo-Luna-Caliente
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