Michel Foucault
A partir del análisis
de “La República ” de Platón
se ha escogido la figura mítica de la caverna para problematizar al concepto de
libertad. Interpretando las razones históricas de la transfiguración teórica
del sujeto liberador, primero como encargado de liberar a sus semejantes de las
cadenas desde el interior de la caverna, hacia después convertirse en un
personaje anormal y considerado como un ser extraño y hasta loco o enfermo
mental en la época contemporánea. Para la investigación que complementará esta
idea se partirá desde el análisis a los temas en la “La
doctrina de la verdad según Platón” de Heidegger y “Las meditaciones metafísicas” de Descartes. De esta manera se
formalizará el objeto de estudio en cuanto al “símil de la caverna” y el concepto
de libertad, ambos sujetos al de verdad. Para el posterior análisis referente a
la forma de vida del hombre en la actualidad y cómo se desenvuelve en la
sociedad, así como el rol que cumple la institución normalizadora educacional,
que se instala como una de las más claras herramientas para arrebatarle la poca
libertad que le resta a los individuos. A partir del rol que las instituciones
normativizantes cumplen en nuestra sociedad veremos las causas históricas y las
implicancias contemporáneas que la institución psiquiátrica ha tenido para
definir la figura del loco, como un ser privado de libertad.
El hombre moderno
supone que es libre porque dentro de la doctrina moral de la sociedad
occidental se le ha enseñado que puede elegir y que ese deseo es propio y
original. Es un sujeto que estudia para ser libre en una comunidad donde se le
educa la mirada y finalmente lo que se está haciendo es privarlo de libertad al
incorporarlo a una sociedad, a una estructura, a una forma de pensar
determinada que poco tiene que ver con la real percepción de la libertad.
Así también el hecho de pensar que la educación es necesaria puede considerarse como una privación de la
libertad, el encierro del sujeto que intenta liberar a sus semejantes ha sido
una práctica habitual para mantener la normalidad en la sociedad. Del mismo
modo ha sido una constante histórica en la sociedad occidental del siglo XX el
hecho del aumento del encierro de aquellos individuos que amenazan la
estabilidad social de la comunidad. Por un lado están aquellos que deben sufrir
castigos penales por delitos cometidos o acciones ilícitas, así como también
tenemos a un grupo un tanto invisibilizado por el común de la sociedad, quienes
son catalogados como dementes o locos, individuos incapaces de desenvolverse en
la sociedad, categoría de individuos que puede ser usada para demostrar que la
presunción de un mundo en libertad dista mucho de una verdadera concepción
moral.
Para Platón existían
claras posiciones que deben tenerse en cuenta para establecer un Estado ideal,
es por esto que plantea en su República
que la idea de paideia se debe
entender como la liberación del hombre, equivalente a su propia constitución
como tal, no reduciéndose a la simple liberación respecto de sus cadenas en el
mito de la caverna, sino que el hombre requiere de todo un proceso de
"formación", de direccionamiento, de su alma. Mientras el alma se hace apta, para percibir las ideas
tal cual son, se hará "equivalente" a ellas imprimiéndose en el alma.
Mientras que en el libro VII de La República
es Sócrates quien cuestionará a Glaucón sobre las consecuencias que traería
al liberado el tratar de ayudar a quienes se mantienen presos.
“Y si tuviese
que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente
encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele
asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo
que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que,
por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la
pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban
manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles
subir?”. (Platón, 2009, p.193)
De acuerdo a este
pasaje de la obra de Platón será Heidegger quien se cuestionará sobre la
posibilidad de encontrar la liberación y las consecuencias que deberá enfrentar
el hombre en su tránsito desde una tercera a una cuarta etapa dentro de la
alegoría de la caverna.
“Pero si ya dentro de la caverna el apartar la
mirada de las sombras hacia el resplandor del fuego y las cosas que en él se
muestran es dificultoso y hasta se frustra, entonces el llegar a ser libre en
el aire libre fuera de la caverna requiere totalmente la máxima paciencia y
esfuerzo. La liberación no se sigue del mero desprenderse de las ligaduras y no
consiste en el desenfreno, sino que comienza como la constante habituación en
el fijarse de la mirada sobre los nítidos contornos de las cosas que se
mantienen firmes en su aspecto. La liberación propiamente dicha es la
persistencia en ese volverse hacia lo que aparece en su aspecto, y en este
aparecer es lo más desoculto. De modo que la libertad sólo subsiste con este
carácter como tal volverse hacia, el cual también realiza la esencia de la paideia, como una
reversión. La perfección esencial de la “cultura” sólo puede, en consecuencia,
realizarse en el dominio y sobre la base de lo más desoculto, es decir, de lo aleethéstaton, es decir, de lo más verdadero, o
sea de la verdad propiamente dicha. La esencia de la “cultura” se funda en la
esencia de la verdad” (Heidegger, 197-,
p.134)
Las
transiciones que subraya Heidegger en su lectura del mito de la caverna de
Platón y la esencia de la verdad para entender el modo en que el hombre debe
adecuarse a las dos posadas (dentro y fuera de la caverna), tratan de una metáfora
que tiene una importante función, que corresponde al acostumbramiento que
requieren los ojos para pasar de una situación a otra, de los estados de
oscuridad a la luz y también de la luz a la oscuridad. Este acostumbramiento
concierne al hombre en su esencia operando en lo más profundo de su ser. Esta habituación
del ser del hombre a los diferentes ámbitos del tránsito a la verdad constituye
la esencia de lo que la teoría platónica llama la paideia. Para Heidegger existe una correspondencia entre el
concepto griego de paideia, comprendido
como el encaminamiento del hombre hacia la transformación radical, el pasaje, la
transición de todo su ser, y el bildung alemán,
definido como acto de formación y educación que imprime, impone a la cosa, un
carácter o rasgo según el cual ella se desarrollará.
Puesto
que la esencia de la paideia no consiste
en verter "conocimiento" en el alma no preparada con anterioridad
sino que la verdadera paideia es la
que atrapa y transforma al alma misma del ser para hacerla apta a la percepción
de las cosas tal como son, se puede hablar de una formación que graba y dirige
la habituación del hombre y la transformación de su alma misma y del todo para
prepararlo hacia la verdad
Pero qué significa en
la actualidad para el hombre la valoración de la verdad no sólo como la
liberación de las cadenas y quedar suelto dentro de la caverna y en qué se
relaciona el tercer grado en el tránsito hacia la liberación, el de salir de la
caverna, con que pueda ver la luz en algún momento. Pues si se logra alcanzar la
liberación a través de la conversión de la
paideia, como verdad propiamente tal, acaso no se está condenado a vivir
eternamente en esta caverna. Ante tal contrasentido será finalmente el “loco” quien reemplace a la figura del hombre
liberador de las cadenas, puesto que se transforma en un ser y un concepto en
si mismo perseguido por sus ideas contrarias a la normatividad de la comunidad,
transformándose en un ser no productivo y peligroso.
Los manicomios se
formaron a partir de la existencia de individuos que no se adecuaban al
sistema, quedando marginados y vagando por los límites de las comunidades, quienes
fueron encerrados en estas instituciones para reeducarles o tratar de
enseñarles, con métodos retrógrados, a reinsertarse en la sociedad y trabajar a
ser productivos. Posiblemente quien haya sido considerado en otra época como un
libertador por sus ideas revolucionarias ahora sólo se le vería como un peligro
para la seguridad del Estado, por sus ideas extrañas. Para no ser abatido en la
lucha contra el dominio avasallador de la verdad dentro de la caverna, este
sujeto libertador afirmará que existe una verdad ajena a lo establecido por las
instituciones y propondrá entenderla bajo la representación subjetiva de las
ideas e incluso por la percepción de los sueños. De esta manera, será Descartes quien se refiere a la ilusión onírica
de la verdad, como dimensión de inconsciente negación, de ignorancia y falsa
apariencia de liberación:
“Mas este designio es penoso y laborioso, y
cierta dejadez me arrastra insensiblemente al curso de mi vida ordinaria; y
como un esclavo que sueña que está gozando de una libertad imaginaria, al
empezar a sospechar que su libertad es un sueño, teme el despertar y conspira
con esas gratas ilusiones para seguir siendo más tiempo engañado, así yo vuelvo
insensiblemente a caer en mis antiguas opiniones y temo el despertar de esta
somnolencia, por miedo de que las laboriosas vigilias que habían de suceder a
la tranquilidad de mi reposo, en lugar de darme alguna vez en el conocimiento
de la verdad, no sean bastantes a aclarar todas las tinieblas de las
dificultades que acabo de remover”. (Descartes, 1981, p.167)
Para
Foucault se rescata el cuestionamiento a
Descartes hecho por Derrida, pues si bien Descartes plantea que el sueño
permite dudar del lugar en que se está, de lo que se ve, de lo que se toca; la
locura según Derrida no es un instrumento ni una etapa de la duda; pues el “yo, que piensa, no puede estar loco”. Descartes
plantea que todos los conocimientos de origen sensible pueden engañarlo, simulando
encontrarse ante la objeción asombrada del no- filósofo imaginario, al que
aterra semejante astucia pero no todos los conocimientos sensibles lo
engañarían pues sin ellos se estaría loco, por ende sería irrazonable guiarse
por los locos. Desde ese punto de vista el soñador está más loco que el loco.
O, al menos, según Foucault, el soñador, respecto al problema del conocimiento,
está más lejos que el loco de la percepción verdadera. (Foucault, 1991)
Mientras que Emile
Durkheim en torno a la discusión de la verdad en la libertad expresa que el
peso que tiene cada uno de estos componentes hará que se incline, luego de un
sinnúmero de argumentos, en un sentido estrictamente socializador; y concibe,
con convicción, que la adhesión al grupo social, luego de un análisis
científico- positivo de la sociedad, es la única forma de libertad. El socializar y libertar
para Durkheim son dos aspectos que la educación debe brindar a los individuos
de un grupo social determinado. Para él no existe contradicción entre estos
aspectos y ve en la socialización la posibilidad de libertad del individuo.
Esta será política y será tratada con gravedad por los exponentes más altos del
liberalismo. Para quienes el individuo ejerce su libertad (considerada en
relación con la acción del hombre y, por consiguiente, en relación con la
política) comprendida dentro de una dimensión social, de orden social dinámico.
La libertad es un concepto utilizado por muchas sociedades para convencerlas de
luchar contra un gobierno, o por los jóvenes, exigiendo su libertad o
emancipación familiar. Todo el mundo cree en la libertad, todo el mundo la
desea y la mayoría cree firmemente que es libre. Despojarse de una prisión podría llamarse
libertad, el esclavo soltado puede sentir que esa es la verdadera libertad,
pero a penas se enfrente a la realidad que jamás conoció por ser un esclavo, se
dará cuenta de que ahora es un esclavo sin cadenas y que sólo cambió de dueño, uno que intenta ocultar su poder sobre
nosotros.
Los hombres no son realmente
libres de crear su propia identidad, sino que ya hay alguien que la pensó antes
para ellos, existe una macroestructura que los predetermina. La identidad
social y personal forma parte, ante todo, de las expectativas y definiciones
que tienen otras personas respecto del individuo cuya identidad se
cuestiona. En el caso de la identidad
personal, estas expectativas y definiciones pueden surgir aún antes de que el
individuo nazca, y continuar después de su muerte, es decir que existen,
entonces, en momentos en que el individuo carece de sensaciones y, por
supuesto, de sensaciones e identidad. (Goffman, 1980. p.126)
La aparición del
“incorregible”, el individuo a corregir, es coetánea de las puesta en práctica
de las técnicas de disciplina que tienen lugar en occidente durante los siglos
XVII y XVIII- en el ejército, en los colegios, en los talleres y un poco más
tarde en las propias familias-. Los nuevos procedimientos de adiestramiento del
cuerpo, del comportamiento, de las actitudes, presentan el problema de aquellos
que escapan a esta normatividad.
“Cuando a fines del
siglo XVIII se pide la puesta en vigor de una educación natural, se trata a la
vez del contacto inmediato de los padres y los hijos, la sustantivación de la
pequeña familia en torno al cuerpo del niño, y al mismo tiempo, la
racionalización y la penetrabilidad de la relación padres-hijos por una
racionalidad y una disciplina pedagógica medica. Se consiguió penetrar la familia con criterios poéticos y morales.
Pero en el mismo momento se pide a los padres no sólo que encaucen a sus hijos
para que puedan ser útiles al estado; sino que se solicita a esas mismas
familias que hagan la retrocesión efectiva de los niños al Estado, que confíen,
sino su educación básica, sí al menos su instrucción técnica, a una enseñanza
que será directa o indirectamente controlada por el Estado”. (Foucault, 2000,
p.242)
El panoptismo, la
disciplina y la normalización caracterizaban esquemáticamente esta nueva
fijación del poder sobre los cuerpos que se implantó en el siglo XIX. Y el
sujeto psicológico, objeto de un posible conocimiento, susceptible de
aprendizaje, de formación y corrección, espacio eventual de desviaciones patológicas y de intervenciones moralizadoras,
no fue más que el reverso del proceso de sometimiento. Lo que se encuentra en
la base de las formas patológicas es el conflicto en el seno de la sociedad,
entre las formas de educación de un niño en las que ella oculta sus sueños, y
las condiciones que brinda a los adultos, donde se encuentran, por el contario,
el presente real y las miserias del loco.
Para
Foucault el nuevo escenario de la locura es simultáneo con la nueva relación
que se establece entre el loco y el que lo reconoce como loco, el médico que lo
supervisa y lo juzga con una mirada objetiva, como característica de la
disciplina científica naciente. La locura ya no será percibida desde la razón
sino desde la libertad, pues el estar loco es perder la libertad; una vez perdida la libertad está perdida la razón. El
análisis de la locura y de la figura del loco como objeto de estudio debe
comenzar con una contextualización histórica sobre el desarrollo que ha visto
el concepto de alineación mental como parte constituyente del conflicto en las
patologías mentales. El sentido histórico de la alineación mental, desde su
forma primitiva, era la posesión en la que ha visto la antigüedad el signo
mayor de la locura, ya que la problemática transformación del hombre en un
“otro” distinto, quien actúa o se debate por una fuerza venida de no se sabe
dónde, dominó completamente el escenario.
A comienzos de la
época clásica la locura era percibida como algo que pertenecía a las quimeras
del mundo; podía vivir en medio de esas quimeras y no tenía porque ser separada
de ellas más que cuando adoptaba formas extremas o peligrosas. Hasta que este energúmeno, considerado así
por los griegos, fue recogido por la tradición cristiana creando la figura del
demonio que habita dentro del individuo produciendo que el poseído fuera
considerado como la presencia encarnada del demonio. Este combate eterno
reconoce el drama del hombre aprisionado entre lo divino y lo satánico. Sin embargo, después del Renacimiento, la
posesión adquirirá un nuevo sentido, según Foucault además de la posesión del
cuerpo será posesión del espíritu, por el espíritu, como abolición de la
libertad. (Foucault, 1991)
El encierro a gran
escala a partir del siglo XVII aparece como una fórmula intermedia entre el
procedimiento negativo de la interdicción judicial y los procedimientos
positivos de corrección. La enclaustración funciona fuera de la ley, pero se
justifica apelando a la necesidad de corregir, de provocar el arrepentimiento.
Antes del siglo XVIII la locura no era objeto sistemático de internamiento y
era considerada fundamentalmente como una forma de error o de ilusión. Se
entiende que en tales condiciones el lugar privilegiado en que la locura podía
y debía manifestarse plenamente era en los varios lugares terapéuticos
reconocidos y sobre todo en la naturaleza, puesto que constituía la forma
visible de la verdad; la naturaleza poseía en sí misma el poder de disipar el
error , de volatilizar las quimeras. Las prescripciones médicas eran pues casi
naturalmente el viaje, el reposo, el paseo, el retiro, la ruptura con el mundo
artificial y vano de la ciudad.
El siglo XVIII
aportará luego una idea capital: se considerará que la locura no es una
superposición de un mundo sobrenatural al orden de lo natural, sólo la
desaparición de las facultades más altas del hombre. De esto surge entonces una
concepción humanista cuando se abandonó la posesión demoníaca para llegar a la
práctica inhumana de la alineación. En el siglo XIX el cambio de paradigma
continúo su rumbo y el enfermo mental perdió el uso de las libertades que le
confirió la revolución burguesa en Francia y la Declaración de los
Derechos del Hombre. Se creó de este modo el enajenado, cercenándolo de la
comunidad de los hombres aunque en teoría, le reconocía en plenitud su
naturaleza humana. Se le ha ubicado en una humanidad abstracta despidiéndolo de
la sociedad concreta: esta abstracción se realizará desde entonces en la
internación. (Foucault, 1991)
En el corazón de la
locura, el delirio del ser enajenado en el siglo XX tomó un nuevo sentido. Antes
se definía completamente en el espacio del error: ilusión, creencia falsa,
opinión mal fundada y envolvía todo lo que un pensamiento puede producir cuando
ya no está colocado en el dominio de la verdad. Ahora, el delirio es el lugar
de un enfrentamiento perpetuo e instantáneo, el de la necesidad y el de la
fascinación. En la historia occidental, la experiencia de la locura -como se ha
descrito- fue desplazada en la cultura. Pasando del conocer, practicar y
tolerar al reprimir y excluir lo prohibido que significa la locura para ocupar
una región indecisa, difícil de precisar. Se ha pasado de la época de la
confianza en aquellos individuos que prometían tener la respuesta hacia la
opresión del mundo, a la época del encierro donde todos aquellos que osaron conciente
o inconscientemente oponerse a la institución reglamentaria de la sociedad
fueron trasladados hacia la región del insensato. El internamiento clásico
abarcaba junto con la locura, el libertinaje de pensamiento y de palabra, la
obstinación en la inequidad o la heterodoxia, la blasfemia, la brujería, la
alquimia, la locura era considerada como el lenguaje excluido. Se puede constatar la represión de la locura
contra quien pronuncia palabras sin significado (denominados como los
“insensatos”, los “imbéciles”, los “dementes”), o quien utiliza palabras
desacralizadas (los “violentos”, los “furiosos”) o quien usa significados
prohibidos (los “libertinos”, los “obcecados”, los “libertarios”, los
“anarquistas”) (Foucault, 2009)
El occidente
cristiano inventó la confesión como una coacción que impuso a todos quienes
profesaron esa fe la obligación de decirlo todo para borrarlo todo, de formular
hasta las menores faltas en un murmullo ininterrumpido, encarnizado y
exhaustivo. A partir de esto se puede comprender que la prisión se haya
convertido en la forma general de punición hacia los pecadores y haya
sustituido el suplicio. La coacción ejercida sobre los cuerpos, su control, era
el modo que adoptó aquella forma de poder, para ejercer directa e
indirectamente sobre los individuos la forma de plegarlos y utilizarlos, pues
su tiempo comenzó a ser medido y plenamente utilizado. (Foucault, 1993). Cuando
el libertador se convirtió en un hombre peligroso la institución psiquiátrica y
la judicial hicieron del individuo peligroso el objetivo principal de la
intervención punitiva. Cada vez más la psiquiatría del siglo XIX se orientará
hacia la búsqueda de los estigmas patológicos que pueden marcar a los
individuos peligrosos: locura moral, locura instintiva, degeneración. El
fenómeno por el cual a aquel a quien se le ha dado un poder, como por ejemplo
el del libertador que cree en la necesidad de despertar a sus pares de la
ilusión de la caverna, es ridiculizado o mostrado bajo una luz desfavorable, a
través de cierto número de ritos y ceremonias, se trata de un ritual para
limitar los efectos del poder. Al momento de mostrar por parte de la comunidad
el poder hacia el individuo antes envestido de aquel, como abyecto, infame,
ubuesco o simplemente ridículo, no sólo se trataría de limitar sus efectos y
descoronar trágicamente a quien recibe la corona, sino también de manifestar de
manera patente la inevitabilidad del poder, la imposibilidad de eludirlo, que
puede funcionar precisamente en todo su rigor y en el límite extremo de su
racionalidad violenta, aun cuando esté en manos de alguien que resulta
efectivamente descalificado. Pero si se considera a la figura del libertador que
ha caído en la del loco, también se debe considerar que el individuo no podría
ser juzgado en soledad sino que se debe considerar la influencia que tiene
sobre él la comunidad, pues si está enfermo es el medio el cual resalta la
individualidad del sujeto enfermo, ya que su realidad permite la abstracción y
cada individualidad mentalmente patológica debe ser atendida a través de las
actitudes del medio a su respecto
La norma de la
comunidad se define por el papel de exigencia
y coerción que es capaz de ejercer con respecto a los ámbitos en que se
aplica. Es portadora de una pretensión de poder como elemento a partir del cual
puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio del poder pero cuya función no es
necesariamente la de excluir o rechazar sino que está ligada a una técnica
positiva de intervención y transformación. Lo anormal, lejos de ser el núcleo
elemental de la enfermedad, es una consecuencia de lo patológico. Mientras que
la alineación es la verdadera condición de enfermedad. Cuando el hombre no
puede reconocer significación humana y viva en las producciones de su
actividad, cuando las determinaciones sociales y económicas lo oprimen sin que
pueda encontrar su lugar en el mundo, entonces vive el conflicto del síndrome
esquizofrénico. Cuando el mundo contemporáneo hace posible la esquizofrenia no es
porque sus técnicas lo hacen inhumano y abstracto, sino porque el hombre
utiliza esas técnicas de tal modo que el mismo ya no se puede reconocer en el
mundo. La sociedad burguesa, que por sus propios conflictos ha hecho posible su
enfermedad mental es abstracta en relación
al individuo concreto y a sus condiciones de existencia y continuamente pone en
conflicto la idea unitaria que se hace del hombre y del status contradictorio
que se le otorga. El enfermo mental es por ende la conclusión final de esta
sociedad en conflicto, que le expulsa a los límites exteriores de la sociedad, para
no ver en el loco la escandalosa expresión de sus mismas contradicciones. La
sociedad burguesa no desea ver su rostro reflejado en quienes excluye de ella y
que constituyen la alienación social. La idea del poder como una instancia de
represión cuya función principal es reproducir y, por consiguiente, conservar
unas relaciones de producción.
Una crítica hacia la
noción de represión en el caso de la locura es por ejemplo cuando al leproso se
le trataba en base a prácticas de exclusión, prácticas de rechazo, de
marginación, esa es la misma forma cómo hoy aún se describe la manera en que se
ejerce el poder sobre los locos, los enfermos, los criminales, los desviados,
los niños, los pobres. Por lo general se describen los efectos y los mecanismos
de poder que se ejercen sobre ellos como mecanismos y efectos de exclusión,
descalificación, exilio, rechazo, privación, negación, desconocimiento; es
decir, todo el arsenal de conceptos y mecanismos negativos de la exclusión.
(Foucault, 2000). Existe una pertinencia esencial entre el enunciado de la
verdad y la práctica de la justicia destinada a reglar la justicia por una
parte, las instituciones calificadas para enunciar la verdad, por la otra.
Donde se encuentran el tribunal y el sabio se formulan enunciados que tienen el
status de discursos verdaderos con efectos judiciales considerables y que
tienen la curiosa propiedad de ser ajenos aún a las reglas más elementales. De
esto se desprende la institucionalización de la psiquiatría como una rama
especializada de la higiene pública y dominio particular de la protección
social pues cuando el crimen sin razón se convierte en la confusión absoluta
para el sistema penal no se puede ejercer el poder de castigar. Si el poder de
la psiquiatría logra identificar o analizar el crimen sin razón será objeto de
una inmensa codicia por la justificación de su poder.
Junto con la
codificación de la locura como peligro social, la psiquiatría empezó a
funcionar como saber y poder dentro del dominio general de la higiene pública,
concebida como la protección del cuerpo
social, procurando hallar a todos los individuos que pueden ser peligrosos para la sociedad. Sobre
la pérdida de la libertad de los apresados en instituciones mentales Goffmann propondrá
una dura crítica hacia quienes mantienen a los internos tratándolos de forma
infrahumana sin tener en cuenta que nadie tiene el derecho a prejuzgar y actuar
sobre la vida de nadie. El hecho de que hayan tenido un pasado oscuro no les
merece tratarles como animales. Pero es un hecho que hasta el día de hoy
existen presos que prefieran vivir internos coartados de su libertad quizás por
miedo, o por no ser capaces de encajar en una sociedad donde no se les permite
comenzar de nuevo, no obstante estos son los menos, las condiciones de higiene,
salud, convivencia, y estado moral, siguen siendo, en el mayor de los casos,
inadmisibles (Goffmann, 1980).
Los cánones
preestablecidos por la sociedad, provocan que todas las personas que rodean a
un individuo tengan ciertas expectativas sobre él; debido a su sexo, a su
etnia, a su nivel socioeconómico, etc.
Estas expectativas, lo más común, es que se cumplan, y que así no exista
un forcejeo entre esta persona y los que lo rodean, complacidos cumpliendo el
plan que tenían para él. Pero la
sociedad, aunque esté estructurada, hay variantes que se permiten poco a poco,
y dejan de ser anormales, abriéndose en algún momento las opciones para elegir
dentro de la macrosociedad a la que se pertenece. No se logra la libertad, en ningún
momento, sólo se abren nuevas opciones.
En este sentido la educación es una práctica común
para todas las sociedades, surge con el hombre. Como seres humanos con la
capacidad de pensar y razonar, estamos consientes de que al educar, estamos
entregando información importante para la vida del otro, para que éste se
desarrolle, por medio de convenciones la educación en el hogar hace impulsar a la
moral.
La mayor parte
de los moralistas, en efecto, presentan la moral como si toda ella estuviera
contenida en una fórmula única y muy general; precisamente por esto admiten tan
fácilmente que la moral reside por completo en la conciencia individual, y que
una simple mirada a nuestro interior basta para descubrirla. (Durkheim, Emile.
1947. p.31)
La moral no es
natural. Ante esto es posible pensar que
nuestra mente es capaz de ser educada en cualquier moral imaginable, “(…) La moral es un sistema de reglas de
acción que predeterminan la conducta.
Dicen cómo se debe actuar en los casos dados, y actuar bien es obedecer
bien.” (Durkheim. 1947. p. 31) La
educación moral proviene de la familia, luego del colegio, y luego de los
grupos sociales a los que el hombre se integre. Junto con la nación, la cultura
del país, la raza, la ubicación geográfica, se va educando la mirada.
[…] No es necesario que exista comunión
intelectual o moral alguna, ni que intercambien servicios, ni siquiera que
hablen el mismo idioma; tampoco se sienten más ligados después de la
transmisión que antes de que ésta se produzca. En suma, el procedimiento por el
cual imitamos a nuestros semejantes es el mismo del que nos valemos para
reproducir los ruidos de la naturaleza, las formas de las cosas, los
movimientos de los seres. Y así como no hay nada de social en estos casos,
tampoco lo hay en la imitación. Ésta
tiene origen en ciertas propiedades de nuestra vida representativa que no
proviene de ninguna influencia colectiva. (Durkheim, 1965. p.87)
Durkheim
se refiere a la imitación como algo
individual, que no tiene que ver con lo social, viene de la naturaleza humana el
imitar, tanto la actitud de otra persona, como el vestuario, el caminar, el
hablar, etc. Así, a partir de la imitación de distintas personas se va
conformando en una sociedad. Es así como Durkheim justifica la función
formativa de la escuela cuando “al pedir a
la escuela que prepare a los niños para una vida social más alta que la de la
familia no exigimos pues nada que no sea conforme con su naturaleza.” (Durkheim.
1947. p 217)
Para lograr este acto
de sometimiento, y convencer a millones de personas de que todo está bien y que
es parte de nuestra naturaleza, nos disciplinan. “La disciplina proporciona hábitos a la voluntad y le impone frenos. Regulariza y contiene”. (Durkheim, Emile.
1947. p.53) El hombre no sería libre de
hacer lo que su sentir le indica, no puede dejarse llevar por sus deseos mutando
su verdadera voluntad y desapareciendo en su forma original para adaptarse a la
inculcada.
La tranquilidad de aquellos diferentes, aquellos que
son tomados por locos no tiene que ver
con su individualidad, tiene que ver con lo social, el hombre no puede ser
feliz porque es reprimido socialmente, es discriminado, y al ser distinto,
incluso un hombre de una cultura distinta no logra ser feliz. Porque la
sociedad que lo rodea se preocupará de negárselo.
La disciplina
es pues útil, no solamente por interés de la sociedad o como medio
indispensable sin el cual no puede haber cooperación regular, sino por el
interés del individuo. Por medio de ella
aprendemos a moderar el deseo, sin lo cual el hombre no puede llegar a ser
feliz. (Durkheim, Emile. 1947. 54)
La educación se supone con el fin de llevar a los
hombres hacia la verdad, de mostrarles
todo lo que hay, cómo funciona, el porqué de las cosas, enseñarles el mundo
para que puedan llegar a la verdad, para que puedan salir de la caverna. La educación,
finalmente se minimiza en la formación de individuos que puedan convivir en
sociedad, unos con otros, en mutua cooperación. Sólo enseña verdades, más que
la verdad, y les hace ver las cosas de una cierta forma, sin que puedan
realmente llegar a la verdad. La
ignorancia es una gran comodidad, el no saber elimina la culpa, el perdón, los
errores, las labores y muchas preocupaciones.
Es inevitable el vínculo de una cultura con
aquello mismo que ella excluye. Por esto, presumir que hoy pueda desparecer la
locura sólo puede solventarse en deshacer la implicación que la tomaba y de
ninguna forma significaría decir que desaparece, por tanto, la forma general de
transgresión, cuyo rostro visible ha sido durante siglos la locura. La sinrazón
no se encuentra como presencia furtiva, como rostros extraños, del otro mundo, como
en la Edad Media
gustaba reconocerse, sino como la máscara de lo imperceptible de lo familiar y
de lo idéntico. La sinrazón remonta poco a poco lo que la condena, es decir, a
la sociedad en su conjunto y a sus instituciones para retenerla, pues creyendo
instaurar con la locura una pura relación de juicio y de definición “aquel
hombre es un loco” ha establecido un nexo de posesión y de oscura pertenencia,
pues es al loco finalmente al que se ha generado y se ha convertido en propio de cada sociedad. La razón no puede
dar fe de la locura sin comprometerse ella misma en las relaciones de posesión
porque la sinrazón no está fuera de la razón, sino justamente en ella, poseída,
investida por ella y cosificada.
Dejando de lado la
lógica clásica discursiva, pues se pierde en los laberintos del delirio, y se
agota al seguir los razonamientos del paranoico, una manera de adentrarse al
entendimiento de las complejidades de la locura es considerar a la intuición
como método para ir más rápido y más lejos en el desafío del entendimiento,
desplegando de una sola mirada las totalidades esenciales. La intuición logra
reducir hasta anular, la distancia que conlleva todo conocimiento objetivo. La
intuición en oposición a la lógica discursiva trata de ver el mundo patológico
con los ojos del mismo enfermo: la verdad que busca no corresponde al orden de
la objetividad, sino de la intersubjetividad. Tomando para finalizar a Jaspers,
según su Psicopatología General, “la comprensión puede extenderse mucho más
allá de las fronteras de lo normal, y la comprensión intersubjetiva puede
alcanzar al mundo patológico en su esencia. El objetivo es restituir mediante
esta comprensión la experiencia que el enfermo tiene de su enfermedad y el
universo patológico sobre el cual se abre esta conciencia de la enfermedad que
la constituye”. (Jaspers, 1996, p.482)
¿Existe entonces la libertad realmente? La verdad es
que la hipótesis acerca de que sólo nos alargan las cadenas podría ser cierta. De
a poco, a medida que pasa el tiempo, vamos tirando y tirando, y éstas comienzan
a ceder, al principio más fácilmente, hasta que llega un punto en el que nos
estancamos, aquel punto en el que la sociedad no ha creado nada más allá, aquel
punto en el que ser raro, ser diferente, el estar más cerca de la luz, sigue
siendo normal, sigue estando bajo la norma establecida. Pero habrá algunos
quizás que han logrado continuar más allá y zafarse de toda cadena. Pocos, ya
que incluso aquellos intelectuales estudiosos que entienden que están atrapados
aquí dentro, no tienen cómo salir, porque para hacerlo tendrían que despojarse
de todo razonamiento, lograr eliminar cualquier huella o rastro de nuestra
educación, y así y sólo así, llegará a ser libre. El problema, es que nunca
sabrá que logró su cometido, ya que no tendrá el razonamiento para poder hablar
de libertad, pues al vivir en total libertad, la libertad es la norma, y ya no
es reconocible.
Referencias
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Bs. Aires, Ed. Fondo Cult. Econom.
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La identidad deteriorada. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.
Jasper, Karl. (1996) Psicopatología General. México DF. Fondo
Cult. Económ. España.
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