El poder de dominación
que las multinacionales del audiovisual ejercen en los mercados televisivos y cinematográficos
al expandir por el mundo el relato aspiracional del sueño americano, se basa principalmente en el proceso de
construcción de hegemonía, que Mosco define
como “aquello que llega a ser incorporado
y rebatido como la forma natural, de sentido común, tomándola por descontado,
de pensar el mundo, incluyéndolo todo, desde la cosmología hasta las prácticas
sociales cotidianas pasando por la ética” (Mosco, 2006, p.16). Esa aparente
forma natural (naturalización) afecta los significados y valores que componen
la diversidad de las culturas locales que al ser invadidas por estas
transculturaciones serán considerados como prácticas propias que se manifiestan
al confirmarse mutuamente. Entendido según Ángel Rama, no como una asimilación
acrítica, sino como una reformulación teórica cuyo diferencial está en la idea
de selectividad donde la energía dinámica de la cultura puede seleccionar,
autónoma e intencionadamente, ciertos materiales para su reelaboración dentro
de un principio de selectividad que opera sobre dos premisas: cuando los
elementos seleccionados serán aquellos que permitan una consolidación
identitaria de un pasado profundamente arraigado y también donde los elementos
seleccionados de la cultura introducida serán, por lo general, críticos y
recusatorios respecto de esa cultura-, (Rama, 1982)
Ante esta realidad García
Canclini ya observaba que se produjo una reorganización de los consumos
culturales donde lo que tendió a primar fue el consumo doméstico, pues se
transformó la relación social que primaba en el consumo emergente del mercado
cinematográfico en una atomización de las prácticas de consumo cultural, directamente
relacionado con la baja asistencia a los centros comunes de consumo (cines,
teatro, espectáculos) y una disminución en los usos compartidos de los espacios
públicos. (Sunkel, 2002)
(…) una pérdida de peso de las
tradiciones locales y las interacciones barriales la que es “compensada” por
los enlaces mediáticos. En definitiva, frente a la pérdida de peso de las
tradiciones locales se produce el reforzamiento del hogar y, a través de este,
la conexión con una cultura transnacionalizada y deslocalizada en que las
referencias nacionales y los estilos locales se disuelven. (Sunkel, 2002, p.7)
Para Martín Barbero estos cambios han generado una
nueva relación de los diversos públicos con la televisión, que surge de la
experiencia doméstica convertida por la alianza televisión/computador como
nueva espacialidad del territorio virtual, donde entra en crisis con respecto
al espacio de lo nacional y, en consecuencia, de la cultura nacional: “Pues,
desanclada del espacio nacional la cultura pierde su lazo orgánico con el
territorio, y con la lengua” (Barbero, 1999, p.90 en Sunkel, 2002, p.8).
Así, los nuevos consumos culturales impuestos como
aspiraciones de vida se han mezclado con las prácticas propias y los modos de participar
desarrollado principalmente por los sujetos jóvenes que se apropian de lugares
y uso de los productos, en donde la cotidianeidad familiar y la solidaridad
vecinal o de barrio, como la temporalidad social deben enfrentar una
competencia cultural con la televisión y las nuevas tecnologías, sufriendo
procesos de desintegración producto de las transformaciones en la ciudad,
dejando de operar como instancias de mediación. (Sunkel, 2002)
La situación del consumo
cultural, según Canclini (1999), será “el conjunto de procesos socioculturales
en que se realiza la apropiación y los usos de los productos”. Mientras que para
Barbero el consumo es la producción de sentido donde lo que importa son los
usos que se le dan en la sociedad ya que provienen de diferentes competencias culturales
(Sunkel, 2002). Por ende, los medios de comunicación no serían sólo un fenómeno
comercial ni de manipulación ideológica, además serían fenómeno cultural con el
que la gente “vive la constitución del sentido de su vida” (citado en Sunkel,
2002, p.3). Esta situación, que ya a fines del siglo XX provocaba amplios
cuestionamientos, aunque no tenía una mejor consideración en el pasado reciente
ya que incluso los monopolios públicos europeos, vistos durante años como un
prototipo de la televisión de alta cultura y del espacio público, fueron también
considerados como patrones paternalistas de los estándares culturales de la
clase media-alta. Así como el modelo de network
estadounidense se consideró como un cómodo oligopolio que atentaba contra
la libre competencia. Al igual que el progresivo deterioro del sistema público los
escasos países donde se mantenía en América Latina, en Chile desde fines de la
dictadura de Pinochet se desmanteló totalmente el innovador modelo universitario,
predominando luego un “oligopolio diferenciado” entre unas pocas empresas
dominantes (Bustamante, 2003).
Las compañías trasnacionales fuertemente integradas,
como Time Warner, News Corp. y Sony, crean productos mediáticos con un efecto
multiplicador plasmado en, por ejemplo, un lanzamiento
escalonado que podría empezar con la exhibición de un filme de Hollywood en
cines, seguido en aproximadamente seis meses de un DVD, y poco tiempo después,
de una versión para pago por visión, cable de pago y, finalmente, tal vez de su
difusión en abierto por televisión terrestre. (Mosco, 2006, p.11)
Mientras las grandes cadenas
norteamericanas consiguieron exportar hacia Latinoamérica sus programaciones
completas adheridas a sistemas de cable de pago o satelital, generando
discriminaciones y forzando a consumir productos que la audiencia no cuestionaría
siquiera el doblaje a la lengua y el desconocimiento de la cultura de cada
país. Provocando que los grandes grupos se hayan adaptado a las nuevas
tecnologías, supuestamente más democráticas, al fijar alianzas con las multinacionales
norteamericanas, mientras que las televisiones públicas, por su deplorable
oferta y su obligatoriedad de competición comercial, ven descender rápidamente
su peso en el mercado.
La lucha por la legitimidad y
la supervivencia de la televisión pública frente al poder de dominación extranjero, hará que
los ciudadanos busquen un cierto reconocimiento de sus identidades, lo que se
expresará en las preferencias de consumo audiovisual para competir con el monopolio que ha impuesto la
industria de la televisión privada, quienes, por lo demás, son los más
beneficiados por los grupos multimediales transnacionales que han visto
aumentadas sus ganancias gracias a la televisión digital, (también en Chile se acentuará
prontamente la interdependencia), generando mayores nichos de mercados
globalizados. Para Canclini, esto generaría la existencia de una competencia
entre las clases y los grupos por apropiarse del producto social, ya sea como
diferenciación social o como distinción simbólica, o bien de integración y
comunicación. (Sunkel, 2002)
Mientras surgen espacios que
deben luchar constantemente por arrebatarle algo de espacio a los gigantes de
las comunicaciones para subsistir, el oligopolio adquiere gracias a la concentración horizontal, participaciones
mayoritarias en operaciones mediáticas que no están directamente relacionadas
con el negocio original, comprando la totalidad o parte de un negocio que se
encuentra absolutamente fuera de los medios. Utilizando además las estrategias
cada vez más monopolizadores de
integración vertical, donde las empresas de comunicaciones extienden el
control de la compañía sobre el proceso de producción convirtiéndose así en
plataformas multimediales. (Mosco, 2006)
Ante la pronta incorporación en el sistema de televisión
chileno de la norma que posibilitará la era digital, se deben considerar
aspectos relevantes que han sido destacados por variados analistas
independientes que refutan los supuestos beneficios que traería esta nueva
tecnología, y que son escépticos “sobre la posibilidad de un impulso apreciable
a la producción local por la televisión digital (…) de forma que, al menos en
ausencia de una regulación adecuada, este efecto puede producirse sólo a
mediano –largo plazo” (Bustamante, 2003, p.23). Se ha demostrado en esta década
que el sistema televisivo digital no se ha vuelto compatible con la comunicación
interactiva auténtica sino, más bien, se ha fortalecido como una televisión
“reactiva” tanto en su estructura comunicativa como en su modelo económico, el
que conocen y que les permite mantener el control hegemónico de la comunicación
volviéndose un sistema cada vez más “jerarquizado, centralizado y cerrado” (Kim
y Sawhney, 2002, citado en Bustamante, 2003, p.28).
Es importante destacar que el trabajo de los analistas
independientes ha permitido que la observación empírica señale hechos
irrefutables:
(…) que el ensueño de la convergencia tecnológica y de
su consiguiente fin de la escasez de frecuencias y de soportes, identificados
automáticamente con la libertad generalizada de transmisión y el pluralismo, se
traduce en la práctica en una mayor concentración de poder privado sobre las
infraestructuras y la oferta de contenidos. (Bustamante, 2003, p.28)
Esta realidad, que en Europa y
Estados Unidos se instaló, permite criticar con fundamentos al discurso
dominante que asegura un sinnúmero de beneficios en lo económico, cultural y
educativo al dejar que el mercado se regule a sí mismo en esta nueva etapa y
como ya se ha instalado en otras áreas de producción nacional. Por esto, es necesario
exigir que existan fuertes políticas públicas televisivas y audiovisuales para garantizar
el desarrollo económico, el empleo y la diversidad (Bustamante, 2003). Ya que
en el proceso de instalación de este sistema, lo más probable es que se repita
el escenario europeo donde han surgido nuevos problemas laborales (de horarios
o de remuneración de los derechos de autor multisoporte), pero también han
surgido graves problemas profesionales, que “afectan a la libertad creativa y
de expresión como los controles y censuras potenciales desde las nuevas figuras
técnico jerárquicas (los media managers,
system media managers, etc.) que administran el sistema (Bustamante, 2003, p.12).
Cabe preguntarse, entonces, dónde se instalan los
sujetos excluidos de la sociedad de la información los que, como lo ha señalado
Martín Barbero, “seguirán siendo una mayoría si la escuela no asume el reto de
asumir la tecnicidad mediática como dimensión estratégica de la cultura” (Sunkel,2002,p.10)
y cuál es el rol de la economía política para buscar integrar a quienes apoyan
la democracia solicitando igualdad en el ingreso, acceso a la educación, y
participación pública plena en la producción cultural y una garantía del
derecho a comunicarse libremente. (Mosco, 2006, p.4)
Por ejemplo, los sistemas de comunicación en los
Estados Unidos se encuentran hoy moldeados por un puñado de compañías que
incluyen empresas establecidas en el país como General Electric (NBC), Viacom
(CBS), Walt Disney Company (ABC) y Time Warner (CNN). Existen otras que
incluyen empresas no establecidas en Estados Unidos, tales como News
Corporation (Fox), Bertelsmann y Sony. (Mosco, 2006, p.14)
Esta división fue identificada en términos territoriales
donde la mano de obra no cualificada y la semi-cualificada se encuentra concentrada
en las naciones subdesarrolladas y semi-periféricas, mientras que la
investigación, desarrollo y planificación estratégica está limitada a las
oficinas centrales corporativas del Primer Mundo, donde circularía la mayor
parte de las ganancias, aumentando la concentración industrial y un proceso de
trabajo que incluye una división del trabajo internacional y que les permite
ganancias, explotando en áreas de bajos salarios a trabajadores
predominantemente no sindicalizados sometidos a un régimen de control
autoritario. (Mosco, 2006)
Referencias
Bustamante, Enrique.
(2003) Hacia un nuevo sistema mundial de
comunicación. Las industrias culturales en la era digital. Barcelona. Ed.
Gedisa
García Canclini, Néstor (1999) “El
consumo cultural: una propuesta teórica”. En: Guillermo Sunkel (coord.): El Consumo Cultural en América Latina. Colombia: Convenio
Andrés Bello
Miège, B. (1989): The
Capitalization of Cultural Production, New York, International General.
Martín Barbero, Jesús (1999) “Recepción
de medios y consumo cultural: travesías”. En Guillermo Sunkel (coord.): El Consumo Cultural en América Latina.
Colombia: Convenio Andrés Bello
Mosco, Vincent. (2006) La
Economía Política de la Comunicación: una actualización diez años después. Canada Research
Chair in Communication and Society. Queen’s University. Más información en:
Rama, Ángel. (1982) “Transculturación
narrativa en América Latina”.2ª ed. Buenos Aires. Ed. El Andariego.
Sunkel, Guillermo. (2002) Una mirada otra. La cultura desde el consumo.
En libro: Estudios y otras
prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder. Daniel
Mato (compilador). Caracas, CLACSO. Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/cultura/sunkel.doc
Wasco, Janet. (2004) La Economía
Política del cine en Toby Miller y
Robert Stam (eds.): A companion to Film
Theory. Londres, Blackwell Publishers.
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