Antonio Gramsci
A partir de la
problematización que hace Williams en cuanto a determinación y hegemonía
junto con la utilización del concepto de cultura
que desarrolla Eagleton se propone como tesis la relación que han mantenido con lo hegemónico
las instituciones de educación superior públicas y estatales chilenas luego de
la dictadura. Para desarrollar esta
premisa, primero se debe clarificar el hecho de que para autores como Terry
Eagleton “la expresión
«instituciones culturales» es una tautología, puesto que no hay instituciones
que no sean culturales” (Eagleton, 2001, p.60). Así también
se debe intentar aclarar el concepto de cultura del que emanarán las sucesivas
problematizaciones.
Durante un
largo tiempo la cultura estuvo compuesta sólo por su noción selecta; en la
actualidad ha variado considerablemente que casi no deja nada fuera de él. No
obstante se ha especializado demasiado en la fragmentación de la vida moderna, para
Raymond Williams el alcance de una cultura “normalmente es proporcional al área
de un lenguaje y no al área de una clase” y describe luego a la cultura como “el
sistema significante a través del cual (...)
un orden social se comunica, se reproduce, se experimenta y se investiga” (Eagleton,
2001, p.56). Para Eagleton, “el hecho de
que una serie de gente pertenezca al mismo lugar, a la misma profesión o a la
misma generación no significa que formen una cultura; sólo lo hacen cuando
empiezan a compartir hábitos lingüísticos, tradiciones populares, maneras de
proceder, formas de valoración e imágenes colectivas” (Eagleton, 2001,
p.63).
Williams también
enumeró cuatro significados distintos de cultura: como un hábito mental
individual; como un estado de desarrollo intelectual de toda una sociedad; como
el conjunto de las artes; y como una forma de vida de un grupo o de un pueblo
en su conjunto. Sin embargo, para Eagleton, “si
bien todos los sistemas sociales implican significación, no todos son sistemas
de significación, es decir, sistemas «culturales»” (Eagleton, 2001, p.58). Mientras
que para Eagleton “la cultura es un
elemento constitutivo de otros procesos sociales, y no su simple reflejo o
representación y se puede entender, aproximadamente, como el conjunto de
valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la forma de vida de
un grupo específico” (Eagleton, 2001, p.58), la proposición que plantea
Williams con respecto a que el ser social determina la conciencia se enfrenta a la
proposición que se ha sostenido más comúnmente dentro del análisis cultural
marxista, el cual plantea la existencia de una base determinante, de una
superestructura previamente determinada, que rige la producción social en la
vida de los hombres, siendo por esto la existencia social la que determina su
conciencia. Planteamiento materialista, marcadamente burgués y capitalista que
caía en descripciones de superestructuras universales y generales con leyes
constituidas como verdades fundamentales, por el hecho de constituirse el
capitalismo como el único lenguaje disponible de la época, pues se vivía en una
sociedad capitalista y era lo único conocido hasta ese momento. (Williams, 1980)
Para Marx esta
determinación llega a un punto de su desarrollo en que el hombre entra en
conflicto por las formas de producción que lo someten, siendo consciente de sus
impedimentos puede dar inicio a una época de revolución social donde se toma
consciencia del conflicto y se le combate (Marx. 1859), pero no se toma total
consciencia de que las formas culturales (religiosas, estéticas o filosóficas)
son las que constituyen la totalidad de
la actividad cultural;
«Sobre las
numerosas formas de propiedad, sobre las condiciones sociales de la existencia,
se erige toda una superestructura de sentimientos (empfindungen), ilusiones, hábitos de pensamiento y concepciones de
vida variados y peculiarmente conformados. La clase en su totalidad las produce
y configura a partir de su fundamento material y de las condiciones sociales
correspondientes. La unidad individual hacia la cual fluyen, a través de la
tradición y la educación, puede figurarse que ellas constituyen las verdaderas
razones y las verdaderas premisas de su conducta» (Marx, 1859, pp. 272-273).
Al realizar
una interpretación marxista histórica sobre el verdadero desarrollo de la
existencia social del hombre se comprende la presencia de una variación
dinámica, no fija, entre las relaciones de producción y sus consiguientes
relaciones sociales. Esta variación se presenta en forma de contradicciones que
establecen que ni la base, como proceso dinámico e internamente contradictorio pero
considerada clásicamente como la verdadera existencia social del hombre, ni la
superestructura, como propiedad fija para la deducción de los procesos variables,
presentan la relación decisiva, como proceso especifico, que sí puede presentar
la determinación como objeto de estudio. Es decir, sería mucho más beneficioso,
para una investigación apropiada separarse del concepto de superestructura, que
lo dictamina todo e intentar trasladar los esfuerzos para desarrollar en base
al concepto de determinación. Lamentablemente este concepto es a veces
confundido con el “determinismo abstracto”, comprendido como la reducción de cualquier
expresión o contenido ante algún poder predominante y que ve decidido su resultado cuando se
prescinde del deseo de los agentes, quedando determinado por una situación o
posición económica la cual no permite que algo sea real y significativo por si
mismo, cuyo carácter esencial es conservado para controlar los resultados y
donde las fuerzas productivas parecen constituir un mundo "autosubsistente”
dentro de la sociedad capitalista.
Frente a este
determinismo metafísico Engels propondrá la determinación como un proceso
histórico humano de acción directa en el
mundo material, enmarcado por una fijación de límites, en donde “(…)somos nosotros mismos quienes producimos
nuestra historia, aunque lo hacemos, en primera instancia, bajo condiciones y
supuestos muy definidos”. (Williams. 1980 p.7) Estas condiciones están
referidas al punto particular del tiempo en que los hombres se encuentran o
hayan nacido, como proceso independiente de su voluntad sin poder controlarlo.
Por ende, la única alternativa que le queda al hombre es intentar comprenderlo
y guiar sus acciones en armonía con él. Es fundamental que no sólo se trate de
fijar límites sino que por cierto se deben realizar presiones como un acto de propósito,
entendido como determinación positiva para ser experimentado ya sea
individualmente como dentro de un acto social. Acá se encuentra la cooperación
social y la aplicación de conocimiento social para producir sociedades, como
fuerza productiva, pero se entiende que en una sociedad capitalista la
producción material será una forma específica determinada y comprendida en las
formas del capital, de trabajo asalariado y de producción de mercancías.
En la
actualidad la industria del ocio y el entretenimiento están subordinados al
capitalismo constituyéndose en instituciones capitalistas dentro de un mercado
capitalista. Donde la clase gobernante ha consagrado efectivamente gran parte
de la producción material al establecimiento de un orden social y político pues
necesita la producción material para la
subordinación práctica de todas las actividades humanas.
“Desde los
castillos, palacios e iglesias hasta las prisiones, asilos y escuelas; desde el
armamento de guerra hasta el control de la prensa, toda clase gobernante, por
medios variables aunque siempre de modo material, produce un orden político y
social. La complejidad de este proceso es especialmente notable en las
sociedades capitalistas avanzadas, donde está totalmente fuera de lugar aislar
la «producción» y la «industria» de la producción material de la «defensa», la
«ley y el orden», el «bienestar social», el «entretenimiento» y la «opinión
pública” (Williams, 1980.p.12)
Geoffrey Hartman plantea en The Fateful Question of Culture que “ahora tenemos la cultura de la fotografía, la cultura de las armas, la
cultura de servicios, la cultura de museos, la cultura de sordos, la cultura
del fútbol,... la cultura de la dependencia, la cultura del dolor, la cultura
de la amnesia, etc.” (Eagleton, 2001, p.62). Cuando la producción cultural se
integra con la producción de bienes en general, se torna muy complejo identificar
dónde acaba el ámbito de la necesidad y dónde empieza el reino de la libertad,
pues cuanto más difícil se vuelve obtener las cosas, según Richard Rorty, “(…) más cosas hay que temer, más peligrosa
es la situación y menos tiempo y esfuerzo puede uno dedicar a pensar cómo ven
las cosas las personas con las que uno no se identifica de modo inmediato. (…)
Seguridad y simpatía van unidas, por la misma razón que van unidas la paz y la
productividad económica. (…) (Eagleton, 2001, p.76). Por ende, sólo al
tener dinero de sobra se puede tener imaginación pues la riqueza nos libera del
egoísmo mientras que al faltar el sustento sólo se piensa en las necesidades materiales.
Ante la
concepción tradicional de hegemonía que decía ser “la dirección política o
dominación, especialmente en las relaciones entre los Estados” el concepto
propuesto por Gramsci se diferencia al plantear que “es un concepto que, a la vez, incluye—y va más allá de—los dos
poderosos conceptos anteriores: el de «cultura» como «proceso total» en que los
hombres definen y configuran sus vidas, y el de «ideología», en cualquiera de sus sentidos marxistas, en la que un
sistema de significados y valores constituye la expresión o proyección de un particular interés de clase”.(Williams,
1980, p.14) Se entenderá entonces el
concepto de clase, según lo planteado por Edward Thompson, como un fenómeno
histórico, nunca una estructura, “que
unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que
se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia”,
(Thompson,1989, p.1) lo que tendrá lugar en las relaciones humanas que se dan
en la formación social y cultural y que surge de procesos los cuales sólo
pueden estudiarse mientras se resuelven por sí mismos a lo largo de un
considerable período histórico.
Por otro lado,
Williams, planteará una clara diferencia entre el concepto de dominio,
expresado como forma directamente política y usado mayormente en tiempos de
crisis por medio de acciones coercitivas directas o efectiva, y de hegemonía,
representado como fuerzas activas sociales y culturales que constituyen los elementos necesarios para relacionar el “proceso
social total” con las distribuciones específicas del poder y la influencia. (Williams, 1980) Puesto que en toda sociedad
de clases existen desigualdades específicas en los medios que posee el hombre
para definir y configurar su existir, la capacidad para realizar ese proceso,
que está organizado prácticamente por significados y valores específicos y
dominantes, se hace altamente necesario el reconocimiento de la dominación y la
subordinación como un proceso total.
“Por ahora se
pueden fijar dos grandes planos superestructurales, el que se puede llamar de
la "sociedad civil", que está formado por el conjunto de los
organismos vulgarmente llamados "privados", y el de la "sociedad
política o Estado"; y que corresponden a la función de
"hegemonía" que el grupo dominante ejerce en toda sociedad y a la de
"dominio directo" o de comando que se expresa en el Estado y en el
gobierno "jurídico"” (Gramsci, 1975, p.5).
Los ciudadanos
que se oponen olvidan que aunque que por definición la hegemonía siempre es
dominante, jamás lo es de un modo total o exclusivo, por lo que son avasallados
por un sistema decisivo y generalizado, que por cierto le excluye de las formas
plenamente sistemáticas por una homología ideológica estructural, en donde
cultural y artísticamente se precisan sólo expresiones semejantes que se aplican,
tanto a las clases dominantes como a las subordinadas por medios abstractos. En
la sociedad chilena contemporánea se observa que desde el momento en que la totalidad
de la producción de las ideas pasó a manos de los que controlan los medios de
producción, la clase subordinada no ha logrado comprender que las relaciones de
dominación y subordinación le rodean y aprisionan, y no sólo a partir de la
actividad política y económica, sino que en todas las esferas de acción, pues
se ha impuesto sobre su conciencia una ideología que determina la esencia de
las identidades y las relaciones subjetivas de tal manera que lo que es
considerado como sistema cultural, político y económico, dan la impresión de
ser presiones y límites impuestos a la simple experiencia y al sentido común. Mientras
que la clase dominante no se siente amenazada, resistida, limitada, alterada o desafiada
por quienes no son conscientes mayoritariamente de que deben luchar para rebelarse
contra la “ideología de la clase dominante”, la cual constituye por medio de su
hegemonía:
(…) “todo un
cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida:
nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que tenemos de
nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido sistema de significados y
valores—fundamentales y constitutivos—que en la medida en que son experimentados
como prácticas parecen, confirmarse recíprocamente. Por lo tanto, es un sentido
de la realidad para la mayoría de las gentes de la sociedad, un sentido de lo
absoluto debido a la realidad experimentada más allá de la cual la movilización
de la mayoría de los miembros de la sociedad—en la mayor parte de las áreas de
sus vidas— se torna sumamente difícil. (Williams, 1980, p.15)
La hegemonía
por parte de las clases dominantes se vuelve la cultura de la dominación social
que se internaliza en la práctica. Si es que no se genera hegemonía
alternativa, según Gramsci, por medio de “la
conexión práctica de diferentes formas de lucha” no conduciría, dentro de
una sociedad desarrollada, a un sentido de la actividad revolucionaria mucho
más activo que en situaciones históricas (con esquemas persistentemente
abstractos), donde el pueblo que deba convertirse en una clase potencialmente
hegemónica, que luche contra las presiones y los límites que impone una
hegemonía poderosa ya existente. (Williams, 1980) Que entienda que una
hegemonía dada es siempre un proceso, no un sistema o una estructura, puesto
que se desarrolla como un complejo efectivo de experiencias, relaciones y
actividades que tiene limites y presiones específicas y cambiantes que no se da
de modo pasivo como una forma de dominación, ya que ella debe ser continuamente
renovada, recreada, defendida y modificada. En ese sentido debiese estar unido
a una conciencia de clase “que surge del
mismo modo en distintos momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la
misma forma”. (Thompson, 1989, p.2)
Para Gramsci las
fuentes de hegemonía alternativa surgen de esta clase obrera, que según Thompson,
tiene una existencia real cuando un grupo de hombres, conscientes de sus
experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la
identidad de sus intereses, a la vez comunes a ellos mismos, en una determinada
relación con los medios de producción frente a otros hombres, cuyos intereses
son distintos y a veces opuestos a los suyos (Thompson, 1989). No es tampoco
para Gramsci una clase ideal o abstracta sino que de sujetos que se ven a sí
mismos, y los unos a los otros, en relaciones personales directas; los que
comprenden el mundo natural y que utilizan sus recursos físicos y materiales en
relación con lo que el pueblo trabajador defina como su cultura en base al
ocio, el entretenimiento y el arte. (Williams, 1980) Si bien en todas las
épocas se pueden reconocer formas alternativas o directamente opuestas de la
política y la cultura que predominan en la sociedad, será su presencia activa
la decisiva en el proceso hegemónico, con la finalidad de ejercer su control o
incluso transformarlas para incorporarlas, al momento de la transmisión de una
dominación (inmodificable) como en el caso chileno.
Por la falta
de interés frente a lo que conlleva la cultura, el aparato estatal de violencia
y coerción, es que se resiste un cambio radical. Pues al controlar a la clase
homogénea desde dentro, debe a su vez imaginarlos desde dentro, sabiendo que no
hay instrumento de conocimiento más eficaz para captar la vida interior de la
cultura artística. Puesto que las obras de arte que aparentan mayor inocencia y
estar ajenos al poder, describen mejor la vida emocional y por eso pueden
servir también al poder. (Eagleton, 2001) El proceso cultural hegemónico
siempre intentará adaptar los esfuerzos y contribuciones de los que de un modo
u otro se hallan fuera o al margen en el momento que se ve amenazada. Ha
sucedido estos últimos meses en la sociedad chilena, cuando se ve que el
mercado, a través de la publicidad trata de utilizar a su favor la estética de
los manifestantes y sus discursos formales para promocionar centros de
desarrollo de la cultura hegemónica, centros de estudio privados y con fines discutibles.
Pues la cultura “ya no es, con el sentido
elevado de Matthew Arnold, una crítica de la vida; no, la cultura es la crítica
que hace una forma periférica de vida a una forma de vida dominante o
mayoritaria” (Eagleton, 2001. p.72).
La cultura
como identidad es la continuación de la política por otros medios, que puede funcionar como crítica de los
imperios mientras persevere la esencia pura de identidad de grupo, pues los que
protestan colectivamente contra una identidad excluyente entienden a lo
diferente de otras culturas, sin establecer lo propio como norma ni patrón, con
el que se comparan otras formas de vida, así se abre a la fascinante e
inquietante singularidad que la alta cultura niega de lo político convirtiéndose
en un aliado hegemónico. Es interesante el análisis cultural que se puede
realizar en una sociedad tan acomplejada como la chilena para intentar entender
los procesos activos y formativos que se pueden dar en las universidades
publicas o estatales, para lo cual se necesitan métodos analíticos para
diferenciar aquellas iniciativas culturales que buscan perdurar en el régimen hegemónico
de quienes intentan transformarlo, las que son contribuciones alternativas de aquellos que desean incorporarlas
efectivamente o iniciativas de oposición. Pero en donde a todos se les fija
indefectiblemente límites para quizás lograr neutralizar o negar las
posibilidades de cambiar la tradición hegemónica. Pues en términos adaptativos
difícilmente se hayan en estos espacios iniciativas independientes ya que es
claro que todas, por estar desarrollándose en un espacio vinculado a lo
hegemónico, la cultura dominante busca limitar y producir sus propias formas de
contracultura, que no dejan de ser reproducciones determinadas y fijas de la
cultura dominante. Según Gramsci, puesto que no existe actividad humana de la
que se pueda excluir toda intervención intelectual:
“cada grupo
social, al estar determinado por una función esencial en la producción
económica, crea orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que mantiene la
homogeneidad y la conciencia de estos mismos sobre la función que deben
desempeñar, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el
político”.(Gramsci, 1975, p.1)
El estudio de
las identidades específicas -nacionales, sexuales, étnicas, regionales- se ha desarrollado
fuertemente en las universidades y ha dejado de lado la intención de otros
discursos por superar la discusión, aportando una concepción de cultura
entendida como signo, imagen, significado, valor, identidad, solidaridad y
autoexpresión, que se ha vuelto motivo constante de lucha política para superar
la hegemonía académica ganando en dimensión práctica. El capitalismo industrial
al racionalizar y secularizar los centros de estudio ha cedido por un lado por
el descrédito de sus propios valores metafísicos pero se ha beneficiado al roer las bases que
el proceso de secularización requiere para legitimarse. Por ende, las
sociedades capitalistas ven con temor a quienes puedan debilitar los valores
con los que ellas justifican su poder. En cualquier caso, cuando en el discurso
académico se destaca la condición pluralista se desconoce que por estar en una
cultura pluralista debe ser exclusivista, dado que debe dejar fuera a los
enemigos del pluralismo. Ante esta situación, las comunidades marginales que no
tienen acceso y participación en estos centros de estudio, suelen pensar a la
cultura como algo opresivo llegando a compartir esa aversión por los hábitos de
la mayoría culta de elite, estado de opresión que justamente las puede llevar a sentir empatía por la burguesía
más frivolizada. Para evitar esto se puede observar que los intelectuales
"orgánicos", que cada nueva clase crea junto a ella y forma en su
desarrollo progresivo, son en general "especializaciones" de aspectos
parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo que la nueva clase ha
dado a luz para la expansión de la propia clase. (Gramsci. 1975) Que los intelectuales que se reproducen en
las universidades lleguen comprender a las comunidades marginales y les dejen
de temer no es una cuestión de empatía, en donde:
“no te
comprendo mejor porque deje de ser yo mismo, porque entonces no habría nadie
que comprendiera o dejara de comprender. Que tú llegues a comprenderme tampoco consiste
en que reproduzcas en ti lo que siento yo (…) En resumidas cuentas: el hecho de
que yo no haya sido esclavo no me impide compartir lo que siente un esclavo; y puedo
llegar a entender los sufrimientos que supone ser una mujer aunque yo no sea
una mujer”. (Eagleton, 2001, p.79)
Es por este
errado concepto de imaginación, -“como
una pura ausencia de sentimiento, carente de una identidad propia, que se
alimenta parasitariamente de las formas de vida de los otros, pero que
trasciende esas formas de vida a través de un poder invisible que le permite
introducirse sucesivamente en cada una de ellas”- (Eagleton, 2001, p.74),
relacionado con la empatía, que el poder
siempre trata de calar en la subjetividad humana, por muy libre y privada que
parezca. Pues la verdadera autoridad implica internalizar la ley para gobernar con éxito y así “comprender los deseos y las aversiones de los
hombres y no sólo sus tendencias de voto o sus aspiraciones sociales”. (Eagleton,
2001, p.80)
En Chile se
pudo elaborar una subjetividad que se identificó con los anhelos modernizadores
desde el momento en que el pinochetismo
impuso sus triunfos simbólicos, garantizados por los triunfos económicos de una
revolución conservadora que estuvo apoyada por una infame dictadura, desde
donde se comenzó a alentar el anhelo de permanecer en la modernización. Al
modificar la estructura de sentimientos la subjetividad quedó articulada por la
vida cotidiana como coherencia simbólica, contexto social y configuración
política en la sociedad chilena contemporánea. Donde entre la modernización
(como acceso) y la cultura (como participación) se encuentra la vida cotidiana
como subjetividad formada por la identidad, la pertenencia y la identificación.
Pero cuando se instaló el desarme de la vida cotidiana como terror constante,
como al perder el trabajo, cuando al cesante se le arrebatan las relaciones
sociales, se le provoca un gran desarraigo porque la estructura de sentimiento
de la cultura nos presenta extraños sujetos atemorizados ante la posibilidad de
perder acceso al empleo. La estructura de sentimiento capta la idea de que la
cultura es las dos cosas al mismo tiempo, concreta e impalpable y establece una
fuerte conexión entre lo objetivo y lo afectivo, en un intento de reconciliar
la duplicidad de la cultura, es decir, la cultura como realidad material y la
cultura como experiencia vital. Donde todo el conjunto de discursos que se
producen en la consonancia entre modernización y vida cotidiana se materializan
en el hecho de que algo muy grave ocurrió y sucedió también en el campo
cultural chileno cuando su contenido se llenó de imaginarios modernizadores e
impuestos. El televisor se volvió una institución moderna, se volvió lengua
dentro de los hogares y dejó de ser un simple aparato, generando una relación
simbólica entre cultura y modernización. Con el llamado “apagón cultural” de la
dictadura lo que habría sucedido a partir de entonces fue que los intelectuales
previos a la dictadura fueron relevados de sus cargos, siendo sobrepasados por
intelectuales reaccionarios y orgánicos al régimen. El proceso de modernización
cultural eliminó la proletarización y lo que se ha instalado no es un afán
democratizador sino que modernizador, pues el consumo se ha vuelto una práctica
política y la condición política es generar adhesión por medio del acceso,
ampliamente resuelto, pero no generar mayor participación, hecho que se
encuentra cada vez más irresuelto.
Referencias
EAGLETON, Terry: “La cultura en crisis”. En: La
idea de cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales. Editorial
Paidós, Barcelona, 2001.
GRAMSCI, Antonio: “Los
intelectuales y la organización de la cultura”. Juan Pablos Editor, México DF,
1975. en www.archivochile.com
/centro de estudios Miguel Henriquez
THOMPSON, Edward: “Prefacio”.
En: La formación de la clase obrera.
Editorial Crítica, Barcelona, 1989. en www.cholonautas.edu.pe
/ Bibiloteca virtual de Ciencias Sociales
WILLIAMS, Raymond: “Teoría
Cultural”. En: Marxismo y Literatura. Ediciones
Península, Barcelona, 1980. en www.geocities.com/nomfalso
/ Nombre Falso
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