Si
bien Benjamín planteó sus conceptos hace varias décadas en un contexto muy
diferente al actual, gran parte de su trabajo sigue siendo aplicable en ciertos
aspectos al momento de analizar la cultura de masas hoy en día, aunque al mismo
tiempo se quedan estancados y sólo servirán como objeto de estudio en la
contraposición del desarrollo de lo que hoy podemos considerar “artes” y su
relación con la cultura pop. Y es que al hablar de “aura” como fue concebida,
la creación basada en la mecanización de la producción de la obra, estaría
carente de esa unicidad y lejanía aparentemente “aterrizada” de las obras
visuales y sonoras, en la que la mano del pintor/escultor varía según los
diferentes estímulos que éste reciba en el momento creativo, así como el
espectador se encontrará pasivo frente al estímulo.
Más aún,
mientras Adorno exigía concentración por parte del espectador u oyente
(…),Benajmin era más favorable a las implicaciones positivas de la distracción:
“las tareas que en tiempos de cambio se le imponen al aparato perceptivo del
hombre no pueden resolverse por … la contemplación. Poco a poco quedan vencidas
por la costumbre…sólo cuando resolverlas se le ha vuelto una costumbre, probará
poder hacerse en la dispersión con ciertas tareas”. Era a partir de este
supuesto que Benjamin podía terminar su artículo abogando por la politización
comunista del arte como respuesta a lo que él denominaba el “esteticismo
(fascista) de la política. (Jay, 1974, p.346)
Al
mismo tiempo que una interpretación musical podría ser repetida mil veces, pero
sigue siendo auténtica, al considerar que la misma obra tuvo una ubicación
espacio/temporal (o sólo temporal) diferente, una audiencia distinta (o al
menos en su estado mental del aquí y ahora). La relación pulsional no será la
misma en un museo que en las páginas de una revista así como no será igual en
un recinto cerrado con capacidad de espectadores limitada que en un espacio
abierto con características de mega evento. Por lo tanto la reproducción
técnica terminaría acabando con la autenticidad de la obra de arte.
Ahora
bien, ciertos movimientos artísticos (algunas vanguardias) vendrían a destrozar
aquel concepto elitista del arte en el momento mismo en que lo popular o
cotidiano se reinterpreta como arte. Así, se pone en jaque si es acertado
continuar hablando de aura en una obra que está basada en la reutilización de
objetos y de gran reproductibilidad (o sacada de ella), más aun si aquella obra
está inserta en un contexto en el cual el arte es mercantilizado (acto muy
antiguo por cierto) y esa misma mercantilización termina siendo objeto de arte
sea del ámbito que sea (la Marilyn Monroe de Andy Warhol).
Si
bien la forma de entender lo que Benjamín quiso establecer al hablar de “aura”
en su estudio no tiene total cabida en la producción artística contemporánea,
si acertaba al decir que las representaciones ya no son de carácter
trascendental y es que con el mismo ejemplo del arte pop podemos extraer que la
representación va ligada estrechamente a las líneas que ha establecido el
mercado de consumo audiovisual ya que es de este mercado donde los artistas
contemporáneos obtienen su materia prima. Así también quien crea a partir de
una crítica a dichos mercados sigue utilizando los íconos a los que esta
cultura del consumo está tan habituada, como por ejemplo la temprana técnica
del collage, técnica que en un momento determinado es una crítica muy
estilizada de este mercado icónico. Ahora, del mismo autor desprendemos otra
distinción:
La
recepción de las obras de arte sucede bajo diversos acentos entre los cuales
hay dos que destacan por su polaridad. Uno de esos acentos reside en el valor cultual, el otro en el valor exhibitivo de la obra artística.
(…) El alce que el hombre de la Edad de Piedra dibuja en las paredes de su
cueva es un instrumento mágico. (…) Hoy nos parece que el valor cultual empuja
a la obra de arte a mantenerse oculta: ciertas estatuas de dioses sólo son
accesibles a los sacerdotes en la «cella». (…) A medida que las ejercitaciones
artísticas se emancipan del regazo ritual, aumentan las ocasiones de exhibición
de sus productos. La capacidad exhibitiva de un retrato de medio cuerpo, que
puede enviarse de aquí para allá, es mayor que la de la estatua de un dios,
cuyo puesto fijo es el interior del templo.” (Benjamin, 1989)
Tomaremos
la obra fílmica “Sleep” de Andy Warhol
para aplicar dichos conceptos. La obra mencionada de una duración de 5 horas y
20 minutos trata de un sujeto durmiendo. A medida que avanza, distintos planos
de variada duración van siendo montados, mostrando cierta parte del cuerpo con
una gran duración y otra distinta de muy corta extensión. Si hacemos un
análisis desde la construcción imaginaria podríamos remontarnos a la historia
de la escultura antigua, principalmente de las figuras antropomorfas de los
dioses griegos cuya función cultural estaba en la creencia de estas divinidades que interferían
directamente en la vida de los hombres.
Muchas
de estas esculturas aspiran a un ideal de la figura humana y como esculturas,
la contemplación de ellas tiene un carácter religioso y en la práctica,
tridimensional y personal, ya que es el espectador quien observa aunque este
sea guiado o interpelado por un sacerdote u oráculo. Su valor recaía en lo
cultural, aunque ahora solo sea exhibitivo.
Pues
bien, la obra “Sleep” evidentemente
no tiene un fin religioso, es de lo que se puede decir tiene un fin exhibitivo,
pero no es sino la misma búsqueda que tenía el artista griego, como el
renacentista, de explotar las capacidades de la forma humana en ciertos
estados, así el hombre que duerme durante 5 horas es explotado hasta el
cansancio por el lente de la cámara que registra todo el proceso, siendo éste
aparato una herramienta para el ojo humano y permitiendo observar lo que
normalmente no se podría. Esta obra minimalista, sería inútil si no se
exhibiera, pues su fin último el poder ser apreciada por otros, quienes pueden
hacerlo como se les plazca. Si en este punto nos quedamos con obras de valor
cultural, las únicas que mantienen esa esencia son previas a la revolución
industrial (y las técnicas de reproducción serial), pues las lógicas de la
cultura de masas, industrializada a veces e independiente en otras, termina
valorándolas en su exhibición y no en su valor trascendente, siendo la misma
pintura, la música, etc., asumidas en su función social, política, económica y
hasta espiritual, para luego caer en el juego de la mercantilización, juego en
el cual se introducen estas obras (como en el mencionado arte pop).
Referencias
BENJAMIN,
Walter (1989) La obra de arte en la
época de su reproductibilidad técnica, publicado en Discursos
Interrumpidos I. Buenos Aires. Taurus
Jay, Martin. (1974) La imaginación
dialéctica. Una historia de la Escuela de Frankfurt. Madrid. Taurus.
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