miércoles, 31 de octubre de 2012

La respuesta violenta y lo sublime en el caos.


Friedrich  Schiller

Estamos nuevamente en un momento de emergencia cultural y política que se manifiesta  de  formas cada vez más directas, en las calles y en los lugares de estudio, realizando asambleas y tertulias para discutir sobre el desarrollo de la sociedad. Con el tiempo se han ido estableciendo ciertas garantías para poder reunirse libremente y manifestarse sin temores. Nuestra generación ha perdido el miedo que la ciudadanía traumada por la represión de la dictadura les heredó y demuestra que sólo con organización y cooperación se pueden lograr reformas. Pero ya la ciudadanía y el pueblo organizado ha debido luchar contra las facciones más reaccionarias del Estado y contra los discípulos del fascismo chileno y mientras algunos estudiantes deciden rebelarse contra éstos de forma pacífica otros se movilizan para revolucionar el orden establecido burgués que se ha instalado en este país. Estos movimientos han existido desde comienzos del siglo veinte en Chile, extendiéndose desde Valparaíso y el norte de Chile hasta todos los rincones de la nación, unidos por ideales libertarios y revolucionarios. Si antes fue la mayor y más efectiva oposición a la dictadura, a partir más definitivamente del año 1985, hoy es igual de criminalizada y perseguida por los guardadores del orden público, la policía y los medios de comunicación coludidos con los agentes del ministerio del Interior.
El propósito de la presente lectura a esta realidad social cada vez más reanimada en el país, y que se mantiene en la negación y el ocultamiento por medio de montajes mediáticos y gubernamentales, es acercarse más allá de las justas o validas razones para optar por este tipo de acción política y analizar las implicancias estéticas que la violencia política puede alcanzar, para esto serán las conceptualizaciones de Schiller fundamentales para alcanzar una problematización hacia la relación de la libertad y la educación estética del hombre como también sobre la comparación con la figura del juego.
Para Schiller la educación del hombre con miras a hacerlo un ser mucho más libre; debe ser una ‘educación estética’ que pueda ejercer un cambio en las condiciones de un determinado estado político. Toda sociedad vive en un orden determinado, jurídico, moral, ideológico y mítico, que la autoridad oficializa e impone en forma de verdades e imperativos absolutos, denominado como “edificación del pueblo”. Tomando estas premisas que desde el siglo XIX se vienen desarrollando se busca entender cómo la acción política directa podría influir en las condiciones para que la educación estética provoque cambios en el estado político establecido.
            Ya Nietzsche en El origen de la tragedia veía que el desarrollo del hombre a través de la creación artística estaba estrechamente unido a una duplicidad esencial entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Según esto la tragedía sería la manifestación apolínea sensible de conocimientos y efectos dionisíacos. Con un virtual renacimiento de la tragedia, volvería también a nacer un oyente estético y Nietzsche propondría un nuevo concepto de cultura, cuyo fundamento fuese el sentido trágico de la vida.  Para Schiller, sin ser un revolucionario de la época si no más bien un crítico de la sociedad burguesa, a la que él pertenecía, el concepto de ‘educación estética’ se opone al de edificación, ya que el primero equivale a una iniciación en la libertad. (Martinez Bonati, 1960) La educación estética es así para Schiller el paso previo para la instauración de una razón viviente como orden moral de la sociedad. Sin embargo, Schiller señala que en el hombre se darían dos impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que aspira a la invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la variación). En el instante en que estos dos impulsos actúen juntos, se producirá un nuevo impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es realmente libre, verdaderamente hombre que en el objeto bello encuentra la imagen de la armonía suprema y en su contemplación vive la libertad.
Félix Martínez Bonati, retomando la obra schilleriana, sintetiza sus principales ideas estéticas, señalando que dentro de los alcances del arte estaría el de provocar “en el espectador un estado transitorio de armonía superior (…) Al poner al hombre en transitoria libertad plena (…) el arte lo hace consciente de su posibilidad y destino, lo educa (…) lo deja en disposición de educarse más altamente” (Martínez Bonati .1960.pp. 40-41.)
En todas las sociedades, a partir de la instauración de los Estados nacionales, se establece un orden determinado (sea moral, jurídico, ideológico, etc.), impuesto por la autoridad en forma de verdades: esto equivaldría a una edificación del pueblo. También en el Estado moderno de Chile, este orden no avanzaría hacia una elevación espiritual, sino más bien a una eficacia funcional y práctica. En donde todo aquello que se aparte de los establecido moralmente es demonizado y criminalizado. Pues la relatividad de las doctrinas, demuestra la irracionalidad de lo edificante. Que para hacer inofensiva la acción del espíritu, se procura alejarlo del alcance de los ciudadanos por medios brutales o sutiles: condenación y prohibiciones.
Herbert Marcuse retomará este vínculo entre arte y sus implicancias sociales, señalando que las «Cartas…» aspiran a una transformación social mediante la fuerza liberadora de la función estética. Según Marcuse, una nueva sensibilidad emerge para lograr formas de vida nuevas, cuyo frutos serían la “negación total del sistema establecido, de su moralidad y su cultura; afirmación del derecho a construir una sociedad en la que la abolición de la violencia y el agobio desemboque en un mundo donde lo sensual, lo lúdico, lo sereno y lo bello lleguen a ser formas de existencia” (Marcuse.1969. p.32).
Entonces cuesta concebir cómo el Estado de Chile sigue intentando instalar penalizaciones para aquellos que intentan negar el sistema establecido. Quienes a través de actos de violencia política, que no tienen comparación con la desproporción de la represión policial con que son negados los válidos y justos derechos a manifestarse y creer en ideologías libertarias, abogan por la libertad de la imaginación como guía para la reconstrucción social, virtud que en las grandes revoluciones históricas fue capaz de obrar en proyectos de renovación moral como institucional, pero que lamentablemente sucumbió sacrificada en pos de la razón eficaz. Es por esto que aquellos que condenan la política de lucha directa niegan cualquier transformación radical de la sociedad que se de por la unión entre esta nueva sensibilidad y una nueva racionalidad, para no caer en los mismos errores históricos.
Para Marcuse en el pensamiento schilleriano nada es tan indigno del hombre como sufrir la violencia; porque ella le nula. El que nos la ejerce nos disputa nada menos que la humanidad; el que la sufre cobardemente se despoja de su humanidad. (Marcuse, 1969) En la modernidad, según Habermas, el neoconservadurismo, que se aplica en Chile al poder ejercido por la centroderecha o el bloque más conservador de la sociedad, logra desplazar sobre el modernismo cultural las incómodas cargas de una más o menos exitosa modernización capitalista de la economía y la sociedad, que totalitarizan a la cultura popular bajo la influencia imperialista, es entonces la acumulación de estas cargas lo que hace surgir las situaciones para la protesta y el descontento social, que se origina cuando los grupos de acción comunicativa y política se centran sólo en la reproducción y trasmisión de normas y valores estandarizados por la racionalidad económica y administrativa dejando de lado la inversión social y cultural puesto que las doctrinas neoconservadoras desvían completamente su atención de aquellos procesos sociales.
                  Cuando se está en presencia de una barricada y el fuego se alza y se destaca en la oscuridad de una calle sin alumbrado eléctrico, siente el hombre espectador y actuante en la escena una gran impotencia física, como seres sensibles, pero sobre el cual se eleva moralmente, por medio de la razón. Para Schiller, sólo lo que forma parte de la naturaleza más imponente constituiría lo sublime, mas un objeto será teóricamente sublime, cuando, como objeto de conocimiento, sobrepasa los límites de nuestra imaginación; y es prácticamente sublime, cuando, como objeto de sentimiento, encierra la idea de un peligroso poder, dirigido en contra de nuestro instinto de conservación. Mientras que lo sublime práctico es mucho más apto para la representación estética, es decir, para el arte, que lo teórico. (Schiller, 1990)
                  A más de alguien se le habrá ocurrido comparar las correteadas de la policía hacia los estudiantes como parte de un juego, una dinámica que tiene sus actos bien delineados y los finales bastante conocidos, en donde los participantes u oponentes se disputan un espacio publico cuando poco se respetan unos a otros. Pero esta comparación debería ir más allá de la simple observación de las acciones, así tenemos que Schiller propone que en el hombre se presentarían dos impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que aspira a la invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la variación). En el instante en que estos dos impulsos actúan juntos, se produciría un nuevo impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es realmente libre, o sea, verdaderamente hombre. Si extrapolamos esta categoría a lo que sucede en las calles tendremos que la exigencia de la belleza por parte de cada sujeto participe de este juego consiste en la comunidad entre estos dos impulsos. (Schiller, 1990)
                  A partir de una oposición enérgica a la absoluta subordinación del hombre a la ley moral se contrapone a ella el principio de la libertad del hombre, quien voluntariamente escoge el camino de lo moral por intermedio de la autodeterminación. Pues la cultura debe poner al hombre en libertad y auxiliarle a cumplir su concepto humano. En consecuencia, ella debe hacerle capaz de sustentar su voluntad; pues el hombre es el ser que quiere. Y esta es una posible motivación para que miles de hombres y mujeres sientan la total convicción de manifestarse libremente al creer en la autodeterminación y el derecho de rebelión. La comprensión de lo bello surge del concepto de hombre, ser que vive en sociedad, entre naturaleza y cultura, sensibilidad y razón, necesidad y libertad. Por lo cual la educación estética, en su sentido, es lo contrario de edificación, es superación de la doble estrechez de la naturaleza y del artificio social, es iniciación a la libertad y a la grandeza del espíritu.           
No se trata de educación hacia un nihilismo cínico. Sino formar mediante el arte hombres libres que, por serlo, transformen progresivamente la sociedad: tal es el sentido de la idea de una educación estética en Schiller. Libre llama Schiller a lo que se desenvuelve según su propia ley. Según este mismo concepto, es también la razón a la vez libertad y necesidad, de elección y decisión, en querer lo racional. En oposición al hombre libre encontramos el ser bestial, las figuras  del policía, el torturador, el opresor, ineducado, que despliegan su tendencia material en desmedro de la voluntad de forma que inhibe su sensibilidad y hace su vida vacía. No obstante la educación estética no está, según Schiller, destinada a una transformación inmediata y acaso definitiva del orden social; pues no ha sido pensada por Schiller como programa para producir la revolución, más bien se trata de conservar las condiciones “físicas” de toda cultura puesto que Schiller no piensa en la sustitución inmediata de un orden concreto caduco por otro definitivo, pues desde su punto de vista culto burgués, con una clara educación estética, más bien plantearía una formación constante en base a la autodeterminación de los hombres para ejercer su libertad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario