lunes, 12 de noviembre de 2012

La noche (La Notte) Michalengelo Antonioni. 1961




Giovanni (Marcello Mastroinanni) se autodefine como un pequeño burgués, un escritor teórico - político y social, que vive cómodamente junto a su esposa Lidia (Jeanne Moreau), una mujer madura que se cuestiona sobre su vida en la ciudad bajo una constante llamada desde la periferia popular, donde el pueblo se relaciona como una clase totalmente ajena a las ocupaciones de la burguesía .
Desde los grandes planos generales de un hospital en la ciudad de Milán se revela el conflicto humano que involucra a esta pareja, cuyo amigo Tomasso, también un escritor y crítico literario muy cercano a Lidia, es el único que la valoriza intelectualmente. Pero  la muerte inminente del amigo y los conflictos generacionales de la pareja  provocan un distanciamiento profundo, más aún cuando las ocupaciones de Giovanni ya no le interesan a Lidia, pues su ocupación es ahora recorrer las calles, rencontrase con su pasado a las afueras de la ciudad. Reconociendo los rincones antes ignorados y descubriendo la soledad de ambos, pasando las tardes separados se provoca que el escritor, ya desmotivado, sólo opte por dormir y dejar pasar las horas protegido por un ambiente muy ostentosos, en  un departamento de clase alta que sin embargo no se supone merecedor por considerarse alguien poco talentoso, o exitoso según sus propias creencias. A Giovanni lo define su pasado humilde y su posterior  compromiso con una mujer de altos recursos familiares que vive rodeado de tantos edificios que siente incrementada su soledad y aislamiento dentro de estos grandes condominios.
Pero Lidia quiere mantenerse ajena a todas estas lamentaciones, no quiere quedarse sola en aquel espacio, por lo que vaga sin rumbo por calles y barrios, encontrándose con  las clases populares, que luego se transforma en su entretención y se genera un nuevo conflicto. En la calle se encuentra con peleas callejeras y juegos de artificio de cohetes que la deslumbran. Transforma la periferia amplia y árida en recuerdos de su juventud con Giovanni, que una vez que se vuelven a juntar regresan al departamento, y ya no quieren quedarse atrapados dentro y deciden salir, primero a un club nocturno, con baile, música y alcohol. Luego deciden partir  a una fiesta de las clases sociales más altas de la ciudad. Ya todo es más atractivo que estar solos, la espera, la incomunicación, incluso los tiempos muertos. Giovanni debe aparentar y comportarse como el escritor reconocido que todos creen ver pues ha de hacer felices a sus seguidores. Por el contrario, ya que estos intelectuales acomodados aburren enormemente a Lidia, ella no se esfuerza en encajar y sólo espera que pasen las horas. La lluvia traerá las malas noticias y el desquiciamiento de los que festejaban. Tomasso ha fallecido y Lidia no pudo compartir su dolor con su esposo ya que él quedaría totalmente encantado  con un romántica muchacha claramente determinada por un existencialismo apasionado que deja dejando anonadado al mediocre escritor.
Mientras Giovanni se cuestiona sobre la memoria y las ideas tratando de justificar su enamoramiento juvenil en la habitación de Valentina, no quiere recordar a su esposa que afectada y confundida por el desprecio de su marido decide marcharse justo en el momento de la lluvia con un hombre llamado Roberto, hombre intrigante que la excita, pero ante la tentación de una infidelidad quizás justificada desiste de la traición pues ella aún quiere creer en el compromiso , pacto que Giovanni no considera por igual  y cuando su esposa ha pasado de la angustia y confusión a la decisión, llega el nuevo día, pasa la tormenta y vuelve la luz. El amanecer enfrentará al trío de desesperados cuando se va acabando la fiesta con el fin de la noche y Lidia con valentina dialogan sin recriminaciones ni culpas. Pero Giovanni debe decidir, la muchacha que ha sido herida profundamente en su orgullo se queda sola y la pareja se marcha. Esta noche que ha sido profundamente reveladora puede concluir con las dudas de Lidia y apresurar las decisiones de Giovannni , amenazado por el empresario que le ofrece acabar con su carrera creativa. Mientras la banda de la fiesta sigue tocando la pareja se despide y aleja de aquellos que aún quedan en la casa, ellos necesitan acabar con su historia de un manera racional pero la confusión que generan las nuevas y múltiples posibilidades que se abren generan más dudas. Giovanni no quiere separarse de Lidia  y en medio de disculpas y auto recriminaciones siente nuevamente el deseo extraviado por su mujer, pero ella ya no lo soporta y sin dudas el fin de la relación ya era una decisión tomada ya que el amor estaba acabado.
La calle y los barrios de Milán son los claros retratos que plasmara el neorrealismo, es la Italia que se levanta vertiginosamente luego de la guerra y del magro recuerdo del Duce. La aceleración económica de Italia enfrentaba a los polos sociales presenta una clara deshumanización de los entornos.  Aquel mundo que encanta y maravilla a Lidia se opone a ese otro pomposo que le aburre pero con el que Giovanni debe convivir comportándose como uno más de la burguesía,  clase social que se autodefine en la fiesta, con la atmosfera musical y social que acomete a los protagonistas, se enfrenta a la calle con sus sonidos fuera de campos de aparatos aéreos, risas y peleas que se contraponen a la lluvia, los truenos y relámpagos que rodean a los ricos.
En la fiesta se rompen los compromisos frente a las representaciones sociales que se construyen entre juegos y estupideces de la burguesía, los empresarios e intelectuales viven en una burbuja, encerrados en  esta casa en una noche plagada de trajes y vestidos de fiesta vacios de contenido. Enfrentado Giovanni a los conflictos existenciales más liberales es la preocupación hacia la vejez en oposición a la juventud lo que le convierte en un ser ajeno al compromiso, donde fácilmente el desamor pasa a convertirse en compasión, donde el liberalismo emocional del discurso romántico del amor perdido se contrapone al olvido dejando a la costumbre unificada en la ideología de una pareja cansada y confundida  en un mundo moderno gobernado por el hastío.


El Gatopardo (Il Gatopardo) Luchino Visconti, 1963



“o tempora o mores”  (lamento de Cicerón)
La Reunificación Italiana (il Risorgimiento) liderada por Garibaldi y otras figuras como Mazzini y el Rey Emanuele II de Saboya,  enfrentó duramente a las clases sociales de ese territorio en el siglo XIX. Algunas de sus constantes fueron la amenaza que significaba para el régimen aristocrático feudal y tradicionalmente estático el nuevo orden político, junto al reacomodo al que debió someterse la nobleza, amoldándose a las nuevas prácticas comerciales y políticas de la burguesía que ya comenzaba a destronarla,  hicieron que  los cambios en la sociedad italiana fuera aún más acelerados por las batallas armadas que se reproducían en esa época, trastocando aún más el orden establecido.
La emergencia de la revolución se instaló como excusa para que la antigua nobleza terrateniente de Italia se volviera a reconocer como clase dominante y regidora, mientras que el  liberalismo y la clase burguesa se disputaban cargos y títulos nobiliarios, antes dominados por los reyes y príncipes italianos. La Iglesia fue otra institución que debió enfrentarse a los acontecimientos generados por la revolución, obligados a hacer alianzas para de ese modo  la propiedad quedaría restringida nuevamente sólo a quienes la habían poseído por siglos.
La guerra  por la dominación de Italia (1860), así como las otra batallas del siglo XIX en la historia occidental dejaron de lado a las clases de los trabajadores, ya que los movimientos nacionales y emancipadores primero convocaron a las clases bajas para unirse a sus luchas ingestas, para luego ser despreciadas por los poderosos dejándolos en iguales o peores condiciones que antes.
Esta película por cierto no habla  sobre la plebe sino que describe el horror de la nobleza frente al futuro que ya no los considera como la cima de la jerarquía social pues el ascenso de los mercaderes y comerciantes, socios en una burguesía que se empoderaba cada vez más, eran la amenaza  que quitaría a la nobleza sus más preciados privilegios.
Algunos integrantes de la aristocracia optaron por acomodarse a los nuevos tiempos, transformándose a causa de  la adaptación de aquellos que no querían perder todos sus beneficios  debiendo acomodarse a los principios liberales, generando alianzas y otorgando títulos a  comerciantes en constante ascenso  económico, como a Don Calogero, el comerciante más poderoso de la región siciliana, que además de ostentar una gran fortuna posibilitaba a las clases altas poder distanciarse de la ruina con sus tratos económicos. Aunque desde un principio  humillasen constantemente al arribista empresario aceptarlo sería la única forma para retrasar lo inminente, que esta aristocracia estaba condenada a desaparecer.
El príncipe siciliano Fabrizio Di Salina (Burt Lancaster) representa  a esa fracción de la nobleza que no estaba tan segura sobre la conveniencia de los desenlaces de la revolución, en oposición a su sobrino Tancredi (Alain Delon), quien más que creer en los fundamentos patriotas, buscaba la propia conveniencia  para él y su familia, como manera de salvaguardar sus intereses a pesar del seguro cambio de régimen.
Las batallas fratricidas sangrientas darían paso a la estabilidad social, los nobles mantendrían algunos privilegios económicos mientras que políticamente serían desplazados. Los cambios estructurales no serían internalizados por la nobleza en general, ya que algunos continuarían con sus concepciones de derecho sagrado para justificar su oposición a la incorporación de la burguesía en los círculos de poder.
La fastuosidad de la nobleza que se negaba a desaparecer y la elegía constante a los esplendidos tiempos pasados, ensalzando las formas de vida y las costumbres tradicionales que perduraron por siglos, se transforman en una crítica a la nobleza dosificada por una añoranza a tiempos de esplendor. Un retrato de clase que describe la pronta decadencia de la aristocracia.


jueves, 1 de noviembre de 2012

Los movimientos sociales y la violencia política a través de los medios de comunicación empresariales.




            Para algunos teóricos la violencia política que históricamente se ha presentado en Chile tiene antecedentes claros y definidos recién a partir de la influencia que tuvo en Latinoamérica la Revolución Cubana, por sobre otras situaciones como la acumulación de experiencias durante siglos de resistencia popular e incluso la historia del siglo XX con la Revolución Rusa, así que socialistas y comunistas se enfrentaron a un “ contexto histórico internacional y nacional, (donde) los dos únicos partidos chilenos que habían sumido con altos y bajos la doctrina de la lucha de clases, definiendo la violencia como método de acción política y la dictadura del proletariado como objetivo, enfrentarán un nuevo desafío: la Revolución Cubana” (Arancibia, P. 2001 p.20). De este modo se habría sistematizado una manera de alcanzar el poder por medio de la lucha armada como política de Estado. Esta visión es comúnmente justificada por los medios masivos de comunicación chilenos con la finalidad de responsabilizar de la violencia política a influencias externas, caracterizadas como contrarias a las ideologías liberales que ellos profesan.

“Como se ha visto, si bien durante la primera mitad del siglo XX la violencia política en Chile estuvo vinculada teórica y prácticamente a la formación del Partido Comunista, cuyo actuar siguió las directivas de la III Internacional para luego adoptar las estrategias de “coexistencia pacifica” y del socialismo en un solo país”, a partir de los años 60 un hecho de importancia regional habría de inaugurar una nueva y trascendental fase en la historia de la violencia política en Latinoamérica y Chile: el triunfo de la Revolución Cubana, Fidel y el Che, los grandes lideres del movimiento revolucionario, redefinieron la lucha armada convirtiéndola en una política de Estado y de partido, exportable a todos los continentes tercermundistas. (Arancibia, P. 2001. p.20)


Mientras que historiadores como Gabriel Salazar plantean una sistematización de la clase popular que se ha constituido durante dos siglos como la masa mayoritaria de la sociedad nacional y, aunque jamás haya sido considerada teóricamente como corpus central  dentro del estudio social, ha provocado manifestaciones políticas tan complejas que ha terminado confrontándose en forma de necesidades frustradas de la clase popular que han logrado amenazar la estabilidad de la institucionalidad nacional, acumulándose conocimientos y memorias que desencadenan en movimientos sociales difíciles de delimitar .

“Ni a las tendencias históricas ni a los movimientos sociales se los puede combatir con una estrategia de guerra geopolítica concebida sobre un acotado campo de fuerzas. Simplemente, porque unas y otros tienen capacidad infinita de autoreproducción. Son tejidos que se autorregeneran. Se puede, en consecuencia, conducir su desarrollo, pero no eliminar la fuerza de su latencia  permanente: una fuerza que sólo obedece a una configuración positiva, no a un antagonismo negativo. De aquí que un “actor protagónico” puede ser, por la violencia, rebajado a la calidad de una mera “identidad social”, y aún ésta rebajada a la abyecta calidad de “masa disponible”, hasta perder toda referencia posible a un marco estructural que dé sentido a un proyecto histórico ; pero aún así no desparece el instinto de movimiento, el latido de una vida histórica elemental, respecto de la actual la actitud VPP (violencia política popular) es casi siempre la forma política más a la mano y más lógica. Con tanta mayor razón si, en torno a esa vida elemental, permanecen alertas la memoria histórica, diversas instancias de educación popular y formal, la militancia de base busca recomponer la ecología social de su identidad activista, y el mismo acosante Estado “históricamente irresponsable de todo” (Salazar, G. 2006. p.281)

            Podemos complementar lo propuesto con la constatación historiográfica que propone la idea de que muchas de las manifestaciones populares que se ven estos días siguen coincidiendo con aquellas formas de protestar que los sectores populares levantaban como formas de intervención, igualmente validas aunque fueran violentas, contra la propiedad publica y privada de la oligarquía del siglo XIX.

En toda situación de conflicto social, los aspectos que más preocupaban a la élite dominante y a sus medios de comunicación social, la constituían los sectores populares y sus formas de intervención violenta contra la propiedad pública y privada y contra el aparato de seguridad del Estado- la policía y el ejército-. Era dicha conducta violenta la que amagaba la estabilidad social y proyectaba situaciones de desorden institucional que era necesario contener. La presencia de las turbas populares en el centro cívico, amagando los locales comerciales y los recintos que cobijaban al poder, o las bandas de campesinos armados que saqueaban las propiedades de la oligarquía hacendal, comenzaron a transformarse en un fenómeno complejo, difícil de resolver para la élite. (Goicovic, Igor. 2004. P.11)

            En el período de guerra fría las movilizaciones (resistencia de las dictaduras militares, crisis económicas, ollas comunes, manifestación anti carestía y reformas universitarias) motivan, según Salazar y Pinto (1999),  a una “explosión” de la base social en Latinoamérica, esto contrario al común denominador de lo que fueron las protestas obreras y movimientos sindicales de finales del S. XIX y comienzos del S. XX. Ya a partir de las manifestaciones estudiantiles de Mayo del 68 que los sociólogos utilizan el término movimiento social. Esta es la base de donde se acuña el concepto que generaría gran debate teórico en su momento y con variados matices dados en el tiempo.

La nueva movilización ciudadana muestra autonomía (no está manipulada por el Estado, ni por partido político, ni por caudillos), convergencia espontánea de actores sociales de presencia nacional (estudiantes, pobladores y profesores, sobre todo, con apoyo parcial de sindicatos, empleados y otros sectores). Está animada por una cultura social autogestionaria con 35 años de desarrollo… Pero está a medio-camino. Necesita ampliar su articulación de actores y definir un itinerario de empoderamiento continuo. El movimiento estudiantil es el que trae el mayor bagaje de temas ‘soberanos’ (la autogestión juvenil viene ‘asesorada’ por las nuevas ciencias históricas y sociales, que han elaborado una gran “caja de herramientas” sobre la realidad chilena, que no existía en 1970) junto a una decidida voluntad de cambio. [1]

            Tomando en consideración estas aclaraciones históricas se debe precisar que al momento de plantearse frente a la violencia social y a la menos caracterizada como violencia política, la que se ha presentado en las calles durante estos últimos meses en Chile, se desconocen las razones historiográficas de las manifestaciones sociales violentas, ya sea como forma de reivindicación política o como llamado de atención ante la impotencia de jóvenes molestos y enrabiados con el sistema hegemónico dominante  que les presenta una estructura de desigualdades insoportables. Basándose por ello en las defensas de aquellos que no han tenido la oportunidad de defender sus posturas en medios de comunicación que se organizan para criminalizar sin mayores cuestionamientos a quienes toman tan compleja decisión de resistencia ante el sistema que les oprime.

“En cada ocasión que los estudiantes y las organizaciones populares se movilizan en el espacio público, los medios de comunicación al servicio de las clases dominantes chillan al unísono: ¡Violencia! Se suceden las imágenes de jóvenes encapuchados que levantan barricadas, arrojan piedras sobre la fuerza pública y destruyen parte del equipamiento urbano. Los conductores de televisión, los reporteros en la calle y una variada gama de opinólogos condenan rápidamente los hechos. Se suceden sin ningún rigor conceptual anatemas tales como: “Violentistas”, “terroristas”, “anarquistas”, “lumpen”, “delincuentes”, etc. Pero nadie, no obstante, se ha preocupado de analizar de manera rigurosa las causas que precipitan la comisión de los actos violentos y mucho menos se ha intentado explicar el profundo trasfondo político que subyace a este tipo de protesta.
Quienes protagonizan este tipo de manifestaciones son personas (mayoritariamente jóvenes populares), profundamente molestas con el sistema de dominación de clase existente actualmente en el país. Están molestos con el modelo económico que los explota a ellos, a sus hermanos o sus padres; están molestos con la estructura inequitativa de la sociedad que condena a una parte importante de la población a la miseria o al endeudamiento crónico; están molestos con la represión policial, que golpea cotidianamente sus poblaciones; están molestos con el imaginario simbólico que recrea un mundo de fantasía que sólo se encuentra disponible para unos pocos privilegiados. Existe un largo acumulado de tensiones, frustraciones y desencantos que se han venido acentuando y que, hoy día, en el marco de las movilizaciones sociales (estudiantiles, medioambientales, indígenas y recientemente de trabajadores), se expresan como rebeldía popular.”(Goicovic,2011)

Para investigadores como Manuel Guerrero persisten los desconocimientos en tanto influencias y justificaciones ideológicas por la sistemática criminalización de estas formas de acción directa que se hereda desde la dictadura.  “Como herencia de la utilización del concepto por parte de la dictadura militar, el terrorismo siempre es referido y relacionado con la izquierda política. A pesar de este uso libertino de la palabra, el concepto de terrorismo en Chile tiene muchas connotaciones no discutidas y destinatarios específicos”. (Guerrero, M. 1999. p.343) Pero el significado de violencia comúnmente es extrapolado y comparado con los conceptos de terror y terrorismo, los que no gozan para nada de claridad teórica en la literatura sociológica, y menos aún en los medios de comunicación, cuando en la prensa  autoridades y personalidades de nuestro país, utilizan el concepto indistintamente para demostrar acciones aisladas o colectivas, como de carácter subversivo, que identifican el uso de la violencia presuntamente como principal modus operandi. De esta manera, el terrorismo en los medios de prensa comparte un gran escenario con violentistas, encapuchados, o incluso grupos paramilitares.

“Cuando se toma el tema de la violencia estudiantil rupturista en su dimensión singular, y se deja de referirla a la herencia de la dictadura en ella, los partidos de izquierda renovados culpan, sin escrúpulos, a su propio pasado, al marxismo, o marxismo-leninismo, como una doctrina obsoleta que conduce al terrorismo, mientras que los partidos de izquierda no renovada culpan al anarquismo de ser la gestora de la violencia ciega y desorientada. En ambos casos se parte del supuesto de que hay ideologías puras del pasado que tienen una relación directa con las acciones del presente (…) Evidentemente que hay influencias ideológicas pero por sobre todo, existe una construcción activa de identidad en estos grupos, que desarrolla sus propios mecanismos de interpretación y producción de ideología. Es clara la diferencia de los actuales colectivos de acción directa con el pasado teórico y practico de la izquierda, del marxismo clásico. No estamos frente a la reproducción de viejos patrones, sino que estamos frente a un nuevo fenómeno ideológico y organizacional, que a pesar de la autorreferencia explicita al carácter de clase del movimiento al marxismo- leninismo, se distancian de manera radical de los postulados de este. (Guerrero, M. 1999. p.349)


El descontento social y las demandas sociales se entienden cuando “en el debate público periódicamente aparecen insatisfacciones acerca de su concepción programática como servicio público televisivo (…)y(…)La audiencia no demanda frivolizar la programación de TV sino que tienen la expectativa que le sirva para enfrentan sus carencias y mejorar sus conductas...”(Fuenzalida, V. 1997.P.233) Frente a los riegos del término de la TV pública y los cambios que se generarían en este modelo por la aparición de la TV privada

“los gobiernos (ante las urgencias sociales) no tenían legitimidad para seguir destinando enormes sumas de dinero a un deficitario sistema televisivo público que tenía decreciente público televidente por cable para disponer de una oferta más amplia y diversificada (...) así que “las medidas correctivas fueron introducir la TV privada abierta, la TV por cable, favorecer las emisoras regionales, fomentar la producción televisiva independiente para que la competencia obligara a la innovación cultural  a bajar costos, y a introducir  financiamiento publicitario parcial en estaciones públicas…” (Fuenzalida, V. 1997.P. 236)

Si bien TVN no tiene fines de lucro, al ser una institución autónoma, es decir que se encuentra al margen de cualquier orientación político- partidista, corporativa, social, económica o religiosa, de todas formas tiene la necesidad de una eficiencia administrativa para autofinanciar su operación y su futuro desarrollo ya que “acorde con la reforma mundial de los sistemas `públicos de TV y con la introducción de televisoras privadas en Chile, la nueva ley obliga a TVN a competir por audiencia y por publicidad en igualdad de condiciones con las que otras empresas televisivas y explícitamente se les prohíbe recibir aportes del estado “ (ley número 19.132 art 24º-28º),  lo que le daría cierta ventaja en cuanto a la posibilidad de pluralismo ideológico , cultural y una información útil hacia los intereses nacionales. (Fuenzalida, V. 1997.P. 239)

            Los procesos culturales en tanto necesidades educativas culturales, diversidad cultural y pluralismo se verán en la TV pública a partir de potenciar estos procesos lo que propone una apropiación al debate de la audiencia. Entendiendo que una programación de servicios públicos únicamente reducida al aspecto de la diversidad cultural y del pluralismo político, siendo indispensable no será insuficiente pues no responde plenamente a las nuevas situaciones histórico-políticas, ni a las necesidades educativas culturales.

“El concepto de industria cultural ha necesitado ser recatado del descrédito y del desprestigio que le atribuyó la escuela de Frankfurt , para quien esta moderna condición industrial parecía abominable. Pero la condición industrial es parte de la puesta en existencia del lenguaje y de la obra televisiva; y el nuevo escenario de internalización vuelve inescapable el asumir el aspecto del desarrollo viable de la industria televisiva…” (Fuenzalida, V. 1997.P. 245)
                        Para llegar a comprender la importancia, relevancia o influencias que conlleva el hecho que los medios de comunicación, tanto públicos como privados, establezcan relaciones de semejanza entre los Movimientos Sociales y la Violencia, abordando ambas, desde un punto de vista negativo y condenatorio, es necesario establecer, a partir de diversas definiciones lo que se entiende por violencia. Por ejemplo, para Edison Otero y Ricardo López (1984), Violencia y Agresión son conceptos coincidentes:

“El término agresión, lo entendemos como un tipo de conducta que causa daño o dolor en un organismo (...) La agresión se expresa de modo corporal o verbal (...) conlleva necesariamente un propósito que puede ser declarado o latente. (...) La violencia, por su parte, es la manifestación abierta, declarada y casi siempre física de la agresión. (...) es la agresión en su expresión o dimensión social. (...) En términos generales, utilizamos el término agresión para referirnos a ciertos comportamientos únicamente en un ámbito interpersonal; en tanto que reservamos el término violencia para la agresión en su expresión social y política.”

                        La violencia es la manifestación abierta de agresión, la cual es una conducta que provoca daño en un Organismo. Si bien, la agresión puede ser física o sicológica, la violencia generalmente se conforma como una declaración física de agresión. Si bien se confunden ambos términos, la violencia se utiliza para expresar la agresión social y/o política, a diferencia de la agresión que se utiliza en contextos interpersonales. Podríamos decir entonces que la violencia conlleva una motivación ideológica, y la agresión no. Ahora bien, la violencia está relacionada con el poder y la fuerza, pero a diferencia de éstas, la violencia necesita de herramientas. Además, cabe destacar que la Violencia ha tenido un papel decisivo en cuanto al desarrollo de la Sociedad y de la Humanidad como tal:

“Nadie consagrado a pensar sobre la Historia y la Política puede permanecer ignorante del enorme papel que la violencia ha desempeñado siempre en los asuntos humanos, y a primera vista resulta más que sorprendente que la violencia haya sido singularizada tan escasas veces para su especial consideración.” (Arendt, 2005). 

            Esto significa que la violencia ha sido necesaria o ha estado presente a lo largo de toda la Historia de la Humanidad, desde los inicios de la sociedad humana, incluso, Roberto Espósito (2009) menciona esta relación existente entre violencia y comunidad: “La violencia entre los hombres no sólo se inicia al comienzo de la historia, sino que la comunidad misma muestra estar fundada por una violencia homicida.” Y algo que cala aún más profundo en la consciencia, es que la violencia no surge por diferencia, sino por igualdad:

“Cuando hay demasiada igualdad, cuando esta llega a afectar al ámbito del deseo y lo concentra sobre el mismo objeto, entonces desemboca inevitablemente en la violencia recíproca (...) lo que produce una violencia insoportable no es un accidente externo cualquiera, sino la propia comunidad en cuanto tal. De hecho, eso que es más común en el hombre: vale decir, la posibilidad de matar y de ser muerto.” (Espósito, 2009)

            Ahora bien, si la violencia es inherente a la comunidad, entonces, ésta no debiese ser escondida, condenada, o rechazada en la manera en la que se hace cuando está justificada por ejemplo, con actos de injusticia, o de eterna explotación que obviamente traen consigo el descontento y el hastío del pueblo y el deseo de organizarse de manera colectiva para acabar con esa opresión. Sin embargo, si están siendo relacionados de este modo, es porque los intereses políticos y económicos ejercen un poder hegemónico en los medios de comunicación masivos, como lo son los diarios, la radio y la televisión.

            La diferencia del Internet, donde el acceso a la información es más diverso, múltiple y de fácil adquisición, resulta casi como la única excepción a los medios de comunicación oficiales, que  abundan. Quizás lo que influye en esta diferenciación no sea tanto cómo los medios entregan la información, sino más bien, de la capacidad crítica que posea el espectador. Ya que muchas veces ésta no se obtiene gracias a una buena educación, algo más determina que existan personas capaces de notar las diferencias e injusticias de las que está llena comunidad humana, realizando segundas lecturas y sabiendo racionalizar el pensamiento crítico.

            Lamentablemente el enfoque principal de los medios de comunicación, con las comparaciones injustificadas entre el movimiento  popular  y la violencia, dan a conocer cuáles son los aspectos más relevantes a la hora de entregar información por parte de los, separando los enfoques en distintas categorías. La primera de ellas será la de la imagen. Se puede concluir que ante la necesidad del medio de comunicación de informar sobre lo más contingente, lo que puede afectar a la seguridad pública, e incluso, lo que llame más la atención para el público, situación que sigue determinada por el rating que genera, en los canales, se abusa de ciertas imágenes donde aparecen encapuchados y disturbios dentro de las notas informativas.

Sin embargo, han existido marchas (o manifestaciones masivas) que tenían gran atractivo para la audiencia, como por ejemplo la marcha del 6 de julio de 20011 o “Besatón” (fuertemente retratado en medios extranjeros), que pudiendo ser potenciadas, pierden protagonismo ante las alusiones al “extremista”, “encapuchado”, etc…, que sin hacer aparición en la actividad ocupa una gran proporción de tiempo por parte de los medios. En el canal público se minimizan los contextos y razones de dicha manifestación y se consideran como sabidas las demandas exigidas, por lo que no se indagaría mayormente sobre las motivaciones de los manifestantes, sólo destacando la novedad performativa de la intervención.

Mientras que en los canales privados puede  observarse que en las notas informativas respectivas, se rescatan otros elementos, en este caso el rechazo de los estudiantes a los anuncios de Sebastián Piñera en cuanto a educación. Es decir, la creatividad de los jóvenes para mostrar su molestia, parecía ser menos importante para el canal privado, que la reacción ante los actos de gobierno. Se destaca que uno de los aspectos más invisibilizados dentro de los medios de comunicación, es el abuso policial en las marchas. Una amplia variedad de videos en la plataforma audiovisuales de información, así como estudiantes y los mismos dirigentes universitarios, daban testimonio de una realidad que no era dada a conocer en su plenitud por los medios de comunicación analizados. De hecho en diversas ocasiones se realizaban denuncias por medios alternativos, que aseguraban que carabineros se hacían pasar por “encapuchados” y que hacían ellos mismos disturbios para posteriormente tener acusaciones contra el movimiento estudiantil. Sin embargo, no fue un tema tocado más que en radios como  Cooperativa o Radio Biobío, y medios alternativos. De hecho sólo cobró importancia cuando el diputado Fuad Chuahin confirmó que el imputado era carabinero.[2]
            Se puede concluir en base al análisis que la figura de poder representada por carabineros representa ella misma una figura de autoridad que sigue sin cuestionamientos las órdenes del Ministerio del Interior.  Por lo mismo, su responsabilidad en la violencia se atribuiría a la necesidad que han tenido de asegurar el orden público. Siguiendo la misma línea, se ha mostrado la propuesta de Ley de Seguridad del estado, presentada por Rodrigo Hinzpeter, como una solución a los disturbios mencionados de manera previa en los noticieros. Cuando se presentan hechos criminales por parte de carabineros, es porque representan delitos evidentes con una investigación detrás. Lo fue el caso de la muerte de Manuel Gutiérrez, joven de 16 años de Macúl, que fue baleado  y dio inicio a una gran polémica, ya que después de haber negado la participación de la policía al momento de confirmar la autoría por parte de un carabinero se destaca un decaimiento de la figura de poder representativa de seguridad.
El ciudadano que no participa de las manifestaciones, por otro lado, se presenta como una víctima, ya que sufre las consecuencias de la marcha, como saqueos y efectos de gases lacrimógenos. Se destaca el noticiero como si se pusiera de su lado para defenderlo y protegerlo del peligro, formando una especie de empatía que podría repercutir en una audiencia fiel a la frecuencia. Otro de los puntos es el político, que está muy  poco presente dentro de la información, aparece tras las marchas, presentando su malestar ante los disturbios y desórdenes después de las marchas. Un discurso que se ve absolutamente contrapuesto con las declaraciones de los líderes estudiantiles que alcanzan un nivel de popularidad mucho mayor. Son figuras que serán explotadas por todos los canales, que se vuelven actores políticos colectivos protagonizando la mayoría de los discursos en los noticieros. 
Podemos decir entonces que el ser un canal público o un canal privado no tiene gran diferencia en nuestro país, ya que ambos se rigen por las leyes de Mercado y además porque los intereses que se ven representados son prácticamente los mismos. No existe oposición en los medios de comunicación. La imagen del encapuchado deja de formar parte del universitario que marcha o del ciudadano descontento, sino que se vuelve un criminal. De hecho abundan las imágenes del encapuchado realizando disturbios y daños en las calles. Uno de los casos emblemáticos es la última marcha del 18 y 19 de octubre de 2011, donde la imagen que fue destacada por los noticieros fue la quema de un autobús. Donde a pesar de no tener ninguna prueba de que los estudiantes estaban involucrados y menos aún de intenciones criminales, ni daño a la gente, se advertía del peligro que éstos podían representar.
La violencia, los estereotipos y el terrorismo en los noticieros televisivos se masificaron y generaron una tendencia desinformativa, donde se han caracterizado por entregar información parcializada  que niega la posibilidad de un debate real para que se presenten por lo menos dos puntos de vista contrarios que discutan las razones de los acontecimientos y que analicen las causas de las reacciones de los manifestantes. Al contrario,  por mantener la seguridad pública y cierta estabilidad política, las acciones son rápidamente criminalizadas antes de cualquier formalización o investigación, en los casos que han sido denunciados. La idea de lucha, la violencia y la manifestación popular dejan de ser fundamentales para el medio, lo que importa para los canales, son las consecuencias inmediatas que la violencia en las calles desatará, aprovechando la atractiva estética que dichas imágenes traen consigo para ganar rating. El morbo es más atractivo que toda denuncia con respecto a la situación social en la cual se encuentra esta sociedad.



Referencias

Manuel Guerrero A (Jan. 1999), Elementos para una comprensión de los colectivos de izquierda estudiantil : encapuchados, violentistas, terroristas? /. En Revista Investigación y crítica. -- --Vol. 1, no.1 p. 343-362.
Arancibia Patricia. (2001). Los orígenes de la violencia política en Chile, 1960-1973. Santiago : Universidad Finis Terrae, CIDOC : Libertad y Desarrollo, 2001.
Salazar, Gabriel. (2006). La violencia política popular en las "grandes alamedas": la violencia en Chile 1947-1987 : (una perspectiva histórico-popular) / Santiago de Chile : LOM Ediciones.
Igor Goicovic Donoso. Consideraciones teóricas sobre la violencia social en chile (1850-1930) en Revista Ultima década.--Vol. 12, no. 21 (2004), p. 121-145. en http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/goicoi/goico0001.pdf
Goicovic. Igor. Dr (2011). La Rebelión Encapuchada. Universidad de Santiago de Chile. Directordel Magister en Historia de la Usach. En
http://radioenriquetorres.blogspot.com/2011/09/la-rebelion-encapuchada-igorgoicovic.html
Fuenzalida, Valerio (1997). Televisión y cultura cotidiana: la influencia social de la TV percibida desde la cultura cotidiana de la audiencia. Santiago, Chile: Ed. CPU
Arendt, Hannah (2005). Sobre la Violencia. Madrid, España: Editorial Alianza.
Martí i Puig, Salvador (1999). Los Movimientos Sociales. En: http://campus.usal.es/~dpublico/areacp/materiales/Losmovimientossociales.pdf
Otero, Edison y López, Ricardo (1984). Televisión y Violencia. Santiago, Chile: Ediciones Bravo y Allende.
Espósito, Roberto (2009). Comunidad y Violencia. Madrid, España: Circulo de Bellas Artes
Fernando Carrión Mena* Jorge Núñez-Vega. Revista eure (Vol. XXXII, Nº 97), pp. 7-16, Santiago de Chile, (diciembre de 2006.) * Profesores _ investigadores del Programa de Estudios de la Ciudad de FLACSO-Ecuador.  En: _:www.scielo.cl/scielo.php%3Fpid%3DS0250-71612006000300001%26






[1] [1] Gabriel Salazar. Perspectivas históricas del movimiento social-ciudadano. Columna en The Clinic 06-08-11 en http://www.theclinic.cl/2011/08/06/perspectivas-historicas-del-movimiento-social-ciudadano/
[2] 9 de Agosto del 2011. Se confirma acusación de que carabineros de la Dirección de Inteligencia Policial, se habría hecho pasar por infiltrado, http://www.youtube.com/watch?v=_q0OZHQ4bRM http://www.theclinic.cl/2011/08/09/diputados-pc-acusan-a-carabineros-de-fondear-a-infiltrado-en-el-congreso/

miércoles, 31 de octubre de 2012

La respuesta violenta y lo sublime en el caos.


Friedrich  Schiller

Estamos nuevamente en un momento de emergencia cultural y política que se manifiesta  de  formas cada vez más directas, en las calles y en los lugares de estudio, realizando asambleas y tertulias para discutir sobre el desarrollo de la sociedad. Con el tiempo se han ido estableciendo ciertas garantías para poder reunirse libremente y manifestarse sin temores. Nuestra generación ha perdido el miedo que la ciudadanía traumada por la represión de la dictadura les heredó y demuestra que sólo con organización y cooperación se pueden lograr reformas. Pero ya la ciudadanía y el pueblo organizado ha debido luchar contra las facciones más reaccionarias del Estado y contra los discípulos del fascismo chileno y mientras algunos estudiantes deciden rebelarse contra éstos de forma pacífica otros se movilizan para revolucionar el orden establecido burgués que se ha instalado en este país. Estos movimientos han existido desde comienzos del siglo veinte en Chile, extendiéndose desde Valparaíso y el norte de Chile hasta todos los rincones de la nación, unidos por ideales libertarios y revolucionarios. Si antes fue la mayor y más efectiva oposición a la dictadura, a partir más definitivamente del año 1985, hoy es igual de criminalizada y perseguida por los guardadores del orden público, la policía y los medios de comunicación coludidos con los agentes del ministerio del Interior.
El propósito de la presente lectura a esta realidad social cada vez más reanimada en el país, y que se mantiene en la negación y el ocultamiento por medio de montajes mediáticos y gubernamentales, es acercarse más allá de las justas o validas razones para optar por este tipo de acción política y analizar las implicancias estéticas que la violencia política puede alcanzar, para esto serán las conceptualizaciones de Schiller fundamentales para alcanzar una problematización hacia la relación de la libertad y la educación estética del hombre como también sobre la comparación con la figura del juego.
Para Schiller la educación del hombre con miras a hacerlo un ser mucho más libre; debe ser una ‘educación estética’ que pueda ejercer un cambio en las condiciones de un determinado estado político. Toda sociedad vive en un orden determinado, jurídico, moral, ideológico y mítico, que la autoridad oficializa e impone en forma de verdades e imperativos absolutos, denominado como “edificación del pueblo”. Tomando estas premisas que desde el siglo XIX se vienen desarrollando se busca entender cómo la acción política directa podría influir en las condiciones para que la educación estética provoque cambios en el estado político establecido.
            Ya Nietzsche en El origen de la tragedia veía que el desarrollo del hombre a través de la creación artística estaba estrechamente unido a una duplicidad esencial entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Según esto la tragedía sería la manifestación apolínea sensible de conocimientos y efectos dionisíacos. Con un virtual renacimiento de la tragedia, volvería también a nacer un oyente estético y Nietzsche propondría un nuevo concepto de cultura, cuyo fundamento fuese el sentido trágico de la vida.  Para Schiller, sin ser un revolucionario de la época si no más bien un crítico de la sociedad burguesa, a la que él pertenecía, el concepto de ‘educación estética’ se opone al de edificación, ya que el primero equivale a una iniciación en la libertad. (Martinez Bonati, 1960) La educación estética es así para Schiller el paso previo para la instauración de una razón viviente como orden moral de la sociedad. Sin embargo, Schiller señala que en el hombre se darían dos impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que aspira a la invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la variación). En el instante en que estos dos impulsos actúen juntos, se producirá un nuevo impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es realmente libre, verdaderamente hombre que en el objeto bello encuentra la imagen de la armonía suprema y en su contemplación vive la libertad.
Félix Martínez Bonati, retomando la obra schilleriana, sintetiza sus principales ideas estéticas, señalando que dentro de los alcances del arte estaría el de provocar “en el espectador un estado transitorio de armonía superior (…) Al poner al hombre en transitoria libertad plena (…) el arte lo hace consciente de su posibilidad y destino, lo educa (…) lo deja en disposición de educarse más altamente” (Martínez Bonati .1960.pp. 40-41.)
En todas las sociedades, a partir de la instauración de los Estados nacionales, se establece un orden determinado (sea moral, jurídico, ideológico, etc.), impuesto por la autoridad en forma de verdades: esto equivaldría a una edificación del pueblo. También en el Estado moderno de Chile, este orden no avanzaría hacia una elevación espiritual, sino más bien a una eficacia funcional y práctica. En donde todo aquello que se aparte de los establecido moralmente es demonizado y criminalizado. Pues la relatividad de las doctrinas, demuestra la irracionalidad de lo edificante. Que para hacer inofensiva la acción del espíritu, se procura alejarlo del alcance de los ciudadanos por medios brutales o sutiles: condenación y prohibiciones.
Herbert Marcuse retomará este vínculo entre arte y sus implicancias sociales, señalando que las «Cartas…» aspiran a una transformación social mediante la fuerza liberadora de la función estética. Según Marcuse, una nueva sensibilidad emerge para lograr formas de vida nuevas, cuyo frutos serían la “negación total del sistema establecido, de su moralidad y su cultura; afirmación del derecho a construir una sociedad en la que la abolición de la violencia y el agobio desemboque en un mundo donde lo sensual, lo lúdico, lo sereno y lo bello lleguen a ser formas de existencia” (Marcuse.1969. p.32).
Entonces cuesta concebir cómo el Estado de Chile sigue intentando instalar penalizaciones para aquellos que intentan negar el sistema establecido. Quienes a través de actos de violencia política, que no tienen comparación con la desproporción de la represión policial con que son negados los válidos y justos derechos a manifestarse y creer en ideologías libertarias, abogan por la libertad de la imaginación como guía para la reconstrucción social, virtud que en las grandes revoluciones históricas fue capaz de obrar en proyectos de renovación moral como institucional, pero que lamentablemente sucumbió sacrificada en pos de la razón eficaz. Es por esto que aquellos que condenan la política de lucha directa niegan cualquier transformación radical de la sociedad que se de por la unión entre esta nueva sensibilidad y una nueva racionalidad, para no caer en los mismos errores históricos.
Para Marcuse en el pensamiento schilleriano nada es tan indigno del hombre como sufrir la violencia; porque ella le nula. El que nos la ejerce nos disputa nada menos que la humanidad; el que la sufre cobardemente se despoja de su humanidad. (Marcuse, 1969) En la modernidad, según Habermas, el neoconservadurismo, que se aplica en Chile al poder ejercido por la centroderecha o el bloque más conservador de la sociedad, logra desplazar sobre el modernismo cultural las incómodas cargas de una más o menos exitosa modernización capitalista de la economía y la sociedad, que totalitarizan a la cultura popular bajo la influencia imperialista, es entonces la acumulación de estas cargas lo que hace surgir las situaciones para la protesta y el descontento social, que se origina cuando los grupos de acción comunicativa y política se centran sólo en la reproducción y trasmisión de normas y valores estandarizados por la racionalidad económica y administrativa dejando de lado la inversión social y cultural puesto que las doctrinas neoconservadoras desvían completamente su atención de aquellos procesos sociales.
                  Cuando se está en presencia de una barricada y el fuego se alza y se destaca en la oscuridad de una calle sin alumbrado eléctrico, siente el hombre espectador y actuante en la escena una gran impotencia física, como seres sensibles, pero sobre el cual se eleva moralmente, por medio de la razón. Para Schiller, sólo lo que forma parte de la naturaleza más imponente constituiría lo sublime, mas un objeto será teóricamente sublime, cuando, como objeto de conocimiento, sobrepasa los límites de nuestra imaginación; y es prácticamente sublime, cuando, como objeto de sentimiento, encierra la idea de un peligroso poder, dirigido en contra de nuestro instinto de conservación. Mientras que lo sublime práctico es mucho más apto para la representación estética, es decir, para el arte, que lo teórico. (Schiller, 1990)
                  A más de alguien se le habrá ocurrido comparar las correteadas de la policía hacia los estudiantes como parte de un juego, una dinámica que tiene sus actos bien delineados y los finales bastante conocidos, en donde los participantes u oponentes se disputan un espacio publico cuando poco se respetan unos a otros. Pero esta comparación debería ir más allá de la simple observación de las acciones, así tenemos que Schiller propone que en el hombre se presentarían dos impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que aspira a la invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la variación). En el instante en que estos dos impulsos actúan juntos, se produciría un nuevo impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es realmente libre, o sea, verdaderamente hombre. Si extrapolamos esta categoría a lo que sucede en las calles tendremos que la exigencia de la belleza por parte de cada sujeto participe de este juego consiste en la comunidad entre estos dos impulsos. (Schiller, 1990)
                  A partir de una oposición enérgica a la absoluta subordinación del hombre a la ley moral se contrapone a ella el principio de la libertad del hombre, quien voluntariamente escoge el camino de lo moral por intermedio de la autodeterminación. Pues la cultura debe poner al hombre en libertad y auxiliarle a cumplir su concepto humano. En consecuencia, ella debe hacerle capaz de sustentar su voluntad; pues el hombre es el ser que quiere. Y esta es una posible motivación para que miles de hombres y mujeres sientan la total convicción de manifestarse libremente al creer en la autodeterminación y el derecho de rebelión. La comprensión de lo bello surge del concepto de hombre, ser que vive en sociedad, entre naturaleza y cultura, sensibilidad y razón, necesidad y libertad. Por lo cual la educación estética, en su sentido, es lo contrario de edificación, es superación de la doble estrechez de la naturaleza y del artificio social, es iniciación a la libertad y a la grandeza del espíritu.           
No se trata de educación hacia un nihilismo cínico. Sino formar mediante el arte hombres libres que, por serlo, transformen progresivamente la sociedad: tal es el sentido de la idea de una educación estética en Schiller. Libre llama Schiller a lo que se desenvuelve según su propia ley. Según este mismo concepto, es también la razón a la vez libertad y necesidad, de elección y decisión, en querer lo racional. En oposición al hombre libre encontramos el ser bestial, las figuras  del policía, el torturador, el opresor, ineducado, que despliegan su tendencia material en desmedro de la voluntad de forma que inhibe su sensibilidad y hace su vida vacía. No obstante la educación estética no está, según Schiller, destinada a una transformación inmediata y acaso definitiva del orden social; pues no ha sido pensada por Schiller como programa para producir la revolución, más bien se trata de conservar las condiciones “físicas” de toda cultura puesto que Schiller no piensa en la sustitución inmediata de un orden concreto caduco por otro definitivo, pues desde su punto de vista culto burgués, con una clara educación estética, más bien plantearía una formación constante en base a la autodeterminación de los hombres para ejercer su libertad.



“La libertad del hombre y la transformación del sujeto libertador hacia la figura del loco"



 Michel Foucault
A partir del análisis de La República” de Platón se ha escogido la figura mítica de la caverna para problematizar al concepto de libertad. Interpretando las razones históricas de la transfiguración teórica del sujeto liberador, primero como encargado de liberar a sus semejantes de las cadenas desde el interior de la caverna, hacia después convertirse en un personaje anormal y considerado como un ser extraño y hasta loco o enfermo mental en la época contemporánea. Para la investigación que complementará esta idea se partirá desde el análisis a los temas en  la “La doctrina de la verdad según Platón” de Heidegger y “Las meditaciones metafísicas” de Descartes. De esta manera se formalizará el objeto de estudio en cuanto al “símil de la caverna” y el concepto de libertad, ambos sujetos al de verdad. Para el posterior análisis referente a la forma de vida del hombre en la actualidad y cómo se desenvuelve en la sociedad, así como el rol que cumple la institución normalizadora educacional, que se instala como una de las más claras herramientas para arrebatarle la poca libertad que le resta a los individuos. A partir del rol que las instituciones normativizantes cumplen en nuestra sociedad veremos las causas históricas y las implicancias contemporáneas que la institución psiquiátrica ha tenido para definir la figura del loco, como un ser privado de libertad.

El hombre moderno supone que es libre porque dentro de la doctrina moral de la sociedad occidental se le ha enseñado que puede elegir y que ese deseo es propio y original. Es un sujeto que estudia para ser libre en una comunidad donde se le educa la mirada y finalmente lo que se está haciendo es privarlo de libertad al incorporarlo a una sociedad, a una estructura, a una forma de pensar determinada que poco tiene que ver con la real percepción de la libertad.  Así también el hecho de pensar que la educación es necesaria  puede considerarse como una privación de la libertad, el encierro del sujeto que intenta liberar a sus semejantes ha sido una práctica habitual para mantener la normalidad en la sociedad. Del mismo modo ha sido una constante histórica en la sociedad occidental del siglo XX el hecho del aumento del encierro de aquellos individuos que amenazan la estabilidad social de la comunidad. Por un lado están aquellos que deben sufrir castigos penales por delitos cometidos o acciones ilícitas, así como también tenemos a un grupo un tanto invisibilizado por el común de la sociedad, quienes son catalogados como dementes o locos, individuos incapaces de desenvolverse en la sociedad, categoría de individuos que puede ser usada para demostrar que la presunción de un mundo en libertad dista mucho de una verdadera concepción moral.

Para Platón existían claras posiciones que deben tenerse en cuenta para establecer un Estado ideal, es por esto que plantea en su República que la idea de paideia se debe entender como la liberación del hombre, equivalente a su propia constitución como tal, no reduciéndose a la simple liberación respecto de sus cadenas en el mito de la caverna, sino que el hombre requiere de todo un proceso de "formación", de direccionamiento, de su alma. Mientras el  alma se hace apta, para percibir las ideas tal cual son, se hará "equivalente" a ellas imprimiéndose en el alma. Mientras que en el libro VII de La República es Sócrates quien cuestionará a Glaucón sobre las consecuencias que traería al liberado el tratar de ayudar a quienes se mantienen presos.

Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?”. (Platón, 2009, p.193)

De acuerdo a este pasaje de la obra de Platón será Heidegger quien se cuestionará sobre la posibilidad de encontrar la liberación y las consecuencias que deberá enfrentar el hombre en su tránsito desde una tercera a una cuarta etapa dentro de la alegoría de la caverna.

“Pero si ya dentro de la caverna el apartar la mirada de las sombras hacia el resplandor del fuego y las cosas que en él se muestran es dificultoso y hasta se frustra, entonces el llegar a ser libre en el aire libre fuera de la caverna requiere totalmente la máxima paciencia y esfuerzo. La liberación no se sigue del mero desprenderse de las ligaduras y no consiste en el desenfreno, sino que comienza como la constante habituación en el fijarse de la mirada sobre los nítidos contornos de las cosas que se mantienen firmes en su aspecto. La liberación propiamente dicha es la persistencia en ese volverse hacia lo que aparece en su aspecto, y en este aparecer es lo más desoculto. De modo que la libertad sólo subsiste con este carácter como tal volverse hacia, el cual también realiza la esencia de la paideia, como una reversión. La perfección esencial de la “cultura” sólo puede, en consecuencia, realizarse en el dominio y sobre la base de lo más desoculto, es decir, de lo aleethéstaton, es decir, de lo más verdadero, o sea de la verdad propiamente dicha. La esencia de la “cultura” se funda en la esencia de la verdad” (Heidegger, 197-, p.134)

Las transiciones que subraya Heidegger en su lectura del mito de la caverna de Platón y la esencia de la verdad para entender el modo en que el hombre debe adecuarse a las dos posadas (dentro y fuera de la caverna), tratan de una metáfora que tiene una importante función, que corresponde al acostumbramiento que requieren los ojos para pasar de una situación a otra, de los estados de oscuridad a la luz y también de la luz a la oscuridad. Este acostumbramiento concierne al hombre en su esencia operando en lo más profundo de su ser. Esta habituación del ser del hombre a los diferentes ámbitos del tránsito a la verdad constituye la esencia de lo que la teoría platónica llama la paideia. Para Heidegger existe una correspondencia entre el concepto griego de paideia, comprendido como el encaminamiento del hombre hacia la transformación radical, el pasaje, la transición de todo su ser, y el bildung alemán, definido como acto de formación y educación que imprime, impone a la cosa, un carácter o rasgo según el cual ella se desarrollará.
Puesto que la esencia de la paideia no consiste en verter "conocimiento" en el alma no preparada con anterioridad sino que la verdadera paideia es la que atrapa y transforma al alma misma del ser para hacerla apta a la percepción de las cosas tal como son, se puede hablar de una formación que graba y dirige la habituación del hombre y la transformación de su alma misma y del todo para prepararlo hacia la verdad

Pero qué significa en la actualidad para el hombre la valoración de la verdad no sólo como la liberación de las cadenas y quedar suelto dentro de la caverna y en qué se relaciona el tercer grado en el tránsito hacia la liberación, el de salir de la caverna, con que pueda ver la luz en algún momento. Pues si se logra alcanzar la liberación a través de la conversión de la paideia, como verdad propiamente tal, acaso no se está condenado a vivir eternamente en esta caverna. Ante tal contrasentido será finalmente el  “loco” quien reemplace a la figura del hombre liberador de las cadenas, puesto que se transforma en un ser y un concepto en si mismo perseguido por sus ideas contrarias a la normatividad de la comunidad, transformándose en un ser no productivo y peligroso.

Los manicomios se formaron a partir de la existencia de individuos que no se adecuaban al sistema, quedando marginados y vagando por los límites de las comunidades, quienes fueron encerrados en estas instituciones para reeducarles o tratar de enseñarles, con métodos retrógrados, a reinsertarse en la sociedad y trabajar a ser productivos. Posiblemente quien haya sido considerado en otra época como un libertador por sus ideas revolucionarias ahora sólo se le vería como un peligro para la seguridad del Estado, por sus ideas extrañas. Para no ser abatido en la lucha contra el dominio avasallador de la verdad dentro de la caverna, este sujeto libertador afirmará que existe una verdad ajena a lo establecido por las instituciones y propondrá entenderla bajo la representación subjetiva de las ideas e incluso por la percepción de los sueños. De esta manera, será Descartes quien se refiere a la ilusión onírica de la verdad, como dimensión de inconsciente negación, de ignorancia y falsa apariencia de liberación:

Mas este designio es penoso y laborioso, y cierta dejadez me arrastra insensiblemente al curso de mi vida ordinaria; y como un esclavo que sueña que está gozando de una libertad imaginaria, al empezar a sospechar que su libertad es un sueño, teme el despertar y conspira con esas gratas ilusiones para seguir siendo más tiempo engañado, así yo vuelvo insensiblemente a caer en mis antiguas opiniones y temo el despertar de esta somnolencia, por miedo de que las laboriosas vigilias que habían de suceder a la tranquilidad de mi reposo, en lugar de darme alguna vez en el conocimiento de la verdad, no sean bastantes a aclarar todas las tinieblas de las dificultades que acabo de remover”. (Descartes, 1981, p.167)

Para Foucault se rescata el cuestionamiento a  Descartes hecho por Derrida, pues si bien Descartes plantea que el sueño permite dudar del lugar en que se está, de lo que se ve, de lo que se toca; la locura según Derrida no es un instrumento ni una etapa de la duda; pues el “yo, que piensa, no puede estar loco”. Descartes plantea que todos los conocimientos de origen sensible pueden engañarlo, simulando encontrarse ante la objeción asombrada del no- filósofo imaginario, al que aterra semejante astucia pero no todos los conocimientos sensibles lo engañarían pues sin ellos se estaría loco, por ende sería irrazonable guiarse por los locos. Desde ese punto de vista el soñador está más loco que el loco. O, al menos, según Foucault, el soñador, respecto al problema del conocimiento, está más lejos que el loco de la percepción verdadera. (Foucault, 1991)
Mientras que Emile Durkheim en torno a la discusión de la verdad en la libertad expresa que el peso que tiene cada uno de estos componentes hará que se incline, luego de un sinnúmero de argumentos, en un sentido estrictamente socializador; y concibe, con convicción, que la adhesión al grupo social, luego de un análisis científico- positivo de la sociedad, es la única forma de libertad. El socializar y libertar para Durkheim son dos aspectos que la educación debe brindar a los individuos de un grupo social determinado. Para él no existe contradicción entre estos aspectos y ve en la socialización la posibilidad de libertad del individuo. Esta será política y será tratada con gravedad por los exponentes más altos del liberalismo. Para quienes el individuo ejerce su libertad (considerada en relación con la acción del hombre y, por consiguiente, en relación con la política) comprendida dentro de una dimensión social, de orden social dinámico. La libertad es un concepto utilizado por muchas sociedades para convencerlas de luchar contra un gobierno, o por los jóvenes, exigiendo su libertad o emancipación familiar. Todo el mundo cree en la libertad, todo el mundo la desea y la mayoría cree firmemente que es libre.  Despojarse de una prisión podría llamarse libertad, el esclavo soltado puede sentir que esa es la verdadera libertad, pero a penas se enfrente a la realidad que jamás conoció por ser un esclavo, se dará cuenta de que ahora es un esclavo sin cadenas y que sólo cambió de dueño,  uno que intenta ocultar su poder sobre nosotros. 
Los hombres no son realmente libres de crear su propia identidad, sino que ya hay alguien que la pensó antes para ellos, existe una macroestructura que los predetermina. La identidad social y personal forma parte, ante todo, de las expectativas y definiciones que tienen otras personas respecto del individuo cuya identidad se cuestiona.  En el caso de la identidad personal, estas expectativas y definiciones pueden surgir aún antes de que el individuo nazca, y continuar después de su muerte, es decir que existen, entonces, en momentos en que el individuo carece de sensaciones y, por supuesto, de sensaciones e identidad. (Goffman, 1980. p.126)
La aparición del “incorregible”, el individuo a corregir, es coetánea de las puesta en práctica de las técnicas de disciplina que tienen lugar en occidente durante los siglos XVII y XVIII- en el ejército, en los colegios, en los talleres y un poco más tarde en las propias familias-. Los nuevos procedimientos de adiestramiento del cuerpo, del comportamiento, de las actitudes, presentan el problema de aquellos que escapan a esta normatividad.

“Cuando a fines del siglo XVIII se pide la puesta en vigor de una educación natural, se trata a la vez del contacto inmediato de los padres y los hijos, la sustantivación de la pequeña familia en torno al cuerpo del niño, y al mismo tiempo, la racionalización y la penetrabilidad de la relación padres-hijos por una racionalidad y una disciplina pedagógica medica. Se consiguió penetrar  la familia con criterios poéticos y morales. Pero en el mismo momento se pide a los padres no sólo que encaucen a sus hijos para que puedan ser útiles al estado; sino que se solicita a esas mismas familias que hagan la retrocesión efectiva de los niños al Estado, que confíen, sino su educación básica, sí al menos su instrucción técnica, a una enseñanza que será directa o indirectamente controlada por el Estado”. (Foucault, 2000, p.242)

El panoptismo, la disciplina y la normalización caracterizaban esquemáticamente esta nueva fijación del poder sobre los cuerpos que se implantó en el siglo XIX. Y el sujeto psicológico, objeto de un posible conocimiento, susceptible de aprendizaje, de formación y corrección, espacio eventual de desviaciones  patológicas y de intervenciones moralizadoras, no fue más que el reverso del proceso de sometimiento. Lo que se encuentra en la base de las formas patológicas es el conflicto en el seno de la sociedad, entre las formas de educación de un niño en las que ella oculta sus sueños, y las condiciones que brinda a los adultos, donde se encuentran, por el contario, el presente real y las miserias del loco.
            Para Foucault el nuevo escenario de la locura es simultáneo con la nueva relación que se establece entre el loco y el que lo reconoce como loco, el médico que lo supervisa y lo juzga con una mirada objetiva, como característica de la disciplina científica naciente. La locura ya no será percibida desde la razón sino desde la libertad, pues el estar loco es perder la libertad; una vez  perdida la libertad está perdida la razón. El análisis de la locura y de la figura del loco como objeto de estudio debe comenzar con una contextualización histórica sobre el desarrollo que ha visto el concepto de alineación mental como parte constituyente del conflicto en las patologías mentales. El sentido histórico de la alineación mental, desde su forma primitiva, era la posesión en la que ha visto la antigüedad el signo mayor de la locura, ya que la problemática transformación del hombre en un “otro” distinto, quien actúa o se debate por una fuerza venida de no se sabe dónde, dominó completamente el escenario.

A comienzos de la época clásica la locura era percibida como algo que pertenecía a las quimeras del mundo; podía vivir en medio de esas quimeras y no tenía porque ser separada de ellas más que cuando adoptaba formas extremas o peligrosas.  Hasta que este energúmeno, considerado así por los griegos, fue recogido por la tradición cristiana creando la figura del demonio que habita dentro del individuo produciendo que el poseído fuera considerado como la presencia encarnada del demonio. Este combate eterno reconoce el drama del hombre aprisionado entre lo divino y lo satánico.  Sin embargo, después del Renacimiento, la posesión adquirirá un nuevo sentido, según Foucault además de la posesión del cuerpo será posesión del espíritu, por el espíritu, como abolición de la libertad. (Foucault, 1991)

El encierro a gran escala a partir del siglo XVII aparece como una fórmula intermedia entre el procedimiento negativo de la interdicción judicial y los procedimientos positivos de corrección. La enclaustración funciona fuera de la ley, pero se justifica apelando a la necesidad de corregir, de provocar el arrepentimiento. Antes del siglo XVIII la locura no era objeto sistemático de internamiento y era considerada fundamentalmente como una forma de error o de ilusión. Se entiende que en tales condiciones el lugar privilegiado en que la locura podía y debía manifestarse plenamente era en los varios lugares terapéuticos reconocidos y sobre todo en la naturaleza, puesto que constituía la forma visible de la verdad; la naturaleza poseía en sí misma el poder de disipar el error , de volatilizar las quimeras. Las prescripciones médicas eran pues casi naturalmente el viaje, el reposo, el paseo, el retiro, la ruptura con el mundo artificial y vano de la ciudad.

El siglo XVIII aportará luego una idea capital: se considerará que la locura no es una superposición de un mundo sobrenatural al orden de lo natural, sólo la desaparición de las facultades más altas del hombre. De esto surge entonces una concepción humanista cuando se abandonó la posesión demoníaca para llegar a la práctica inhumana de la alineación. En el siglo XIX el cambio de paradigma continúo su rumbo y el enfermo mental perdió el uso de las libertades que le confirió la revolución burguesa en Francia y la Declaración de los Derechos del Hombre. Se creó de este modo el enajenado, cercenándolo de la comunidad de los hombres aunque en teoría, le reconocía en plenitud su naturaleza humana. Se le ha ubicado en una humanidad abstracta despidiéndolo de la sociedad concreta: esta abstracción se realizará desde entonces en la internación. (Foucault, 1991)

En el corazón de la locura, el delirio del ser enajenado en el siglo XX tomó un nuevo sentido. Antes se definía completamente en el espacio del error: ilusión, creencia falsa, opinión mal fundada y envolvía todo lo que un pensamiento puede producir cuando ya no está colocado en el dominio de la verdad. Ahora, el delirio es el lugar de un enfrentamiento perpetuo e instantáneo, el de la necesidad y el de la fascinación. En la historia occidental, la experiencia de la locura -como se ha descrito- fue desplazada en la cultura. Pasando del conocer, practicar y tolerar al reprimir y excluir lo prohibido que significa la locura para ocupar una región indecisa, difícil de precisar. Se ha pasado de la época de la confianza en aquellos individuos que prometían tener la respuesta hacia la opresión del mundo, a la época del encierro donde todos aquellos que osaron conciente o inconscientemente oponerse a la institución reglamentaria de la sociedad fueron trasladados hacia la región del insensato. El internamiento clásico abarcaba junto con la locura, el libertinaje de pensamiento y de palabra, la obstinación en la inequidad o la heterodoxia, la blasfemia, la brujería, la alquimia, la locura era considerada como el lenguaje excluido. Se puede constatar la represión de la locura contra quien pronuncia palabras sin significado (denominados como los “insensatos”, los “imbéciles”, los “dementes”), o quien utiliza palabras desacralizadas (los “violentos”, los “furiosos”) o quien usa significados prohibidos (los “libertinos”, los “obcecados”, los “libertarios”, los “anarquistas”) (Foucault, 2009)
El occidente cristiano inventó la confesión como una coacción que impuso a todos quienes profesaron esa fe la obligación de decirlo todo para borrarlo todo, de formular hasta las menores faltas en un murmullo ininterrumpido, encarnizado y exhaustivo. A partir de esto se puede comprender que la prisión se haya convertido en la forma general de punición hacia los pecadores y haya sustituido el suplicio. La coacción ejercida sobre los cuerpos, su control, era el modo que adoptó aquella forma de poder, para ejercer directa e indirectamente sobre los individuos la forma de plegarlos y utilizarlos, pues su tiempo comenzó a ser medido y plenamente utilizado. (Foucault, 1993). Cuando el libertador se convirtió en un hombre peligroso la institución psiquiátrica y la judicial hicieron del individuo peligroso el objetivo principal de la intervención punitiva. Cada vez más la psiquiatría del siglo XIX se orientará hacia la búsqueda de los estigmas patológicos que pueden marcar a los individuos peligrosos: locura moral, locura instintiva, degeneración. El fenómeno por el cual a aquel a quien se le ha dado un poder, como por ejemplo el del libertador que cree en la necesidad de despertar a sus pares de la ilusión de la caverna, es ridiculizado o mostrado bajo una luz desfavorable, a través de cierto número de ritos y ceremonias, se trata de un ritual para limitar los efectos del poder. Al momento de mostrar por parte de la comunidad el poder hacia el individuo antes envestido de aquel, como abyecto, infame, ubuesco o simplemente ridículo, no sólo se trataría de limitar sus efectos y descoronar trágicamente a quien recibe la corona, sino también de manifestar de manera patente la inevitabilidad del poder, la imposibilidad de eludirlo, que puede funcionar precisamente en todo su rigor y en el límite extremo de su racionalidad violenta, aun cuando esté en manos de alguien que resulta efectivamente descalificado. Pero si se considera a la figura del libertador que ha caído en la del loco, también se debe considerar que el individuo no podría ser juzgado en soledad sino que se debe considerar la influencia que tiene sobre él la comunidad, pues si está enfermo es el medio el cual resalta la individualidad del sujeto enfermo, ya que su realidad permite la abstracción y cada individualidad mentalmente patológica debe ser atendida a través de las actitudes del medio a su respecto
La norma de la comunidad se define por el papel de exigencia  y coerción que es capaz de ejercer con respecto a los ámbitos en que se aplica. Es portadora de una pretensión de poder como elemento a partir del cual puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio del poder pero cuya función no es necesariamente la de excluir o rechazar sino que está ligada a una técnica positiva de intervención y transformación. Lo anormal, lejos de ser el núcleo elemental de la enfermedad, es una consecuencia de lo patológico. Mientras que la alineación es la verdadera condición de enfermedad. Cuando el hombre no puede reconocer significación humana y viva en las producciones de su actividad, cuando las determinaciones sociales y económicas lo oprimen sin que pueda encontrar su lugar en el mundo, entonces vive el conflicto del síndrome esquizofrénico. Cuando el mundo contemporáneo hace posible la esquizofrenia no es porque sus técnicas lo hacen inhumano y abstracto, sino porque el hombre utiliza esas técnicas de tal modo que el mismo ya no se puede reconocer en el mundo. La sociedad burguesa, que por sus propios conflictos ha hecho posible su enfermedad mental es abstracta en relación al individuo concreto y a sus condiciones de existencia y continuamente pone en conflicto la idea unitaria que se hace del hombre y del status contradictorio que se le otorga. El enfermo mental es por ende la conclusión final de esta sociedad en conflicto, que le expulsa a los límites exteriores de la sociedad, para no ver en el loco la escandalosa expresión de sus mismas contradicciones. La sociedad burguesa no desea ver su rostro reflejado en quienes excluye de ella y que constituyen la alienación social. La idea del poder como una instancia de represión cuya función principal es reproducir y, por consiguiente, conservar unas relaciones de producción. 

Una crítica hacia la noción de represión en el caso de la locura es por ejemplo cuando al leproso se le trataba en base a prácticas de exclusión, prácticas de rechazo, de marginación, esa es la misma forma cómo hoy aún se describe la manera en que se ejerce el poder sobre los locos, los enfermos, los criminales, los desviados, los niños, los pobres. Por lo general se describen los efectos y los mecanismos de poder que se ejercen sobre ellos como mecanismos y efectos de exclusión, descalificación, exilio, rechazo, privación, negación, desconocimiento; es decir, todo el arsenal de conceptos y mecanismos negativos de la exclusión. (Foucault, 2000). Existe una pertinencia esencial entre el enunciado de la verdad y la práctica de la justicia destinada a reglar la justicia por una parte, las instituciones calificadas para enunciar la verdad, por la otra. Donde se encuentran el tribunal y el sabio se formulan enunciados que tienen el status de discursos verdaderos con efectos judiciales considerables y que tienen la curiosa propiedad de ser ajenos aún a las reglas más elementales. De esto se desprende la institucionalización de la psiquiatría como una rama especializada de la higiene pública y dominio particular de la protección social pues cuando el crimen sin razón se convierte en la confusión absoluta para el sistema penal no se puede ejercer el poder de castigar. Si el poder de la psiquiatría logra identificar o analizar el crimen sin razón será objeto de una inmensa codicia por la justificación de su poder.
Junto con la codificación de la locura como peligro social, la psiquiatría empezó a funcionar como saber y poder dentro del dominio general de la higiene pública, concebida como la  protección del cuerpo social, procurando hallar a todos los individuos que  pueden ser peligrosos para la sociedad. Sobre la pérdida de la libertad de los apresados en instituciones mentales Goffmann propondrá una dura crítica hacia quienes mantienen a los internos tratándolos de forma infrahumana sin tener en cuenta que nadie tiene el derecho a prejuzgar y actuar sobre la vida de nadie. El hecho de que hayan tenido un pasado oscuro no les merece tratarles como animales. Pero es un hecho que hasta el día de hoy existen presos que prefieran vivir internos coartados de su libertad quizás por miedo, o por no ser capaces de encajar en una sociedad donde no se les permite comenzar de nuevo, no obstante estos son los menos, las condiciones de higiene, salud, convivencia, y estado moral, siguen siendo, en el mayor de los casos, inadmisibles (Goffmann, 1980).
Los cánones preestablecidos por la sociedad, provocan que todas las personas que rodean a un individuo tengan ciertas expectativas sobre él; debido a su sexo, a su etnia, a su nivel socioeconómico, etc.  Estas expectativas, lo más común, es que se cumplan, y que así no exista un forcejeo entre esta persona y los que lo rodean, complacidos cumpliendo el plan que tenían para él.  Pero la sociedad, aunque esté estructurada, hay variantes que se permiten poco a poco, y dejan de ser anormales, abriéndose en algún momento las opciones para elegir dentro de la macrosociedad a la que se pertenece. No se logra la libertad, en ningún momento, sólo se abren nuevas opciones.
En este sentido la educación es una práctica común para todas las sociedades, surge con el hombre. Como seres humanos con la capacidad de pensar y razonar, estamos consientes de que al educar, estamos entregando información importante para la vida del otro, para que éste se desarrolle, por medio de convenciones la educación en el hogar hace impulsar a la moral.

La mayor parte de los moralistas, en efecto, presentan la moral como si toda ella estuviera contenida en una fórmula única y muy general; precisamente por esto admiten tan fácilmente que la moral reside por completo en la conciencia individual, y que una simple mirada a nuestro interior basta para descubrirla. (Durkheim, Emile. 1947. p.31)

La moral no es natural.  Ante esto es posible pensar que nuestra mente es capaz de ser educada en cualquier moral imaginable, “(…) La moral es un sistema de reglas de acción que predeterminan la conducta.  Dicen cómo se debe actuar en los casos dados, y actuar bien es obedecer bien.” (Durkheim. 1947. p. 31)  La educación moral proviene de la familia, luego del colegio, y luego de los grupos sociales a los que el hombre se integre. Junto con la nación, la cultura del país, la raza, la ubicación geográfica, se va educando la mirada.

 […] No es necesario que exista comunión intelectual o moral alguna, ni que intercambien servicios, ni siquiera que hablen el mismo idioma; tampoco se sienten más ligados después de la transmisión que antes de que ésta se produzca. En suma, el procedimiento por el cual imitamos a nuestros semejantes es el mismo del que nos valemos para reproducir los ruidos de la naturaleza, las formas de las cosas, los movimientos de los seres. Y así como no hay nada de social en estos casos, tampoco lo hay en la imitación.  Ésta tiene origen en ciertas propiedades de nuestra vida representativa que no proviene de ninguna influencia colectiva. (Durkheim, 1965. p.87)

Durkheim se refiere  a la imitación como algo individual, que no tiene que ver con lo social, viene de la naturaleza humana el imitar, tanto la actitud de otra persona, como el vestuario, el caminar, el hablar, etc. Así, a partir de la imitación de distintas personas se va conformando en una sociedad. Es así como Durkheim justifica la función formativa de la escuela cuando “al pedir a la escuela que prepare a los niños para una vida social más alta que la de la familia no exigimos pues nada que no sea conforme con su naturaleza.” (Durkheim. 1947. p 217)
Para lograr este acto de sometimiento, y convencer a millones de personas de que todo está bien y que es parte de nuestra naturaleza, nos disciplinan. “La disciplina proporciona hábitos a la voluntad y le impone frenos.  Regulariza y contiene”. (Durkheim, Emile. 1947. p.53)  El hombre no sería libre de hacer lo que su sentir le indica, no puede dejarse llevar por sus deseos mutando su verdadera voluntad y desapareciendo en su forma original para adaptarse a la inculcada. 
La tranquilidad de aquellos diferentes, aquellos que son tomados por locos  no tiene que ver con su individualidad, tiene que ver con lo social, el hombre no puede ser feliz porque es reprimido socialmente, es discriminado, y al ser distinto, incluso un hombre de una cultura distinta no logra ser feliz. Porque la sociedad que lo rodea se preocupará de negárselo.
La disciplina es pues útil, no solamente por interés de la sociedad o como medio indispensable sin el cual no puede haber cooperación regular, sino por el interés del individuo.  Por medio de ella aprendemos a moderar el deseo, sin lo cual el hombre no puede llegar a ser feliz. (Durkheim, Emile. 1947. 54)

La educación se supone con el fin de llevar a los hombres  hacia la verdad, de mostrarles todo lo que hay, cómo funciona, el porqué de las cosas, enseñarles el mundo para que puedan llegar a la verdad, para que puedan salir de la caverna. La educación, finalmente se minimiza en la formación de individuos que puedan convivir en sociedad, unos con otros, en mutua cooperación. Sólo enseña verdades, más que la verdad, y les hace ver las cosas de una cierta forma, sin que puedan realmente llegar a la verdad.  La ignorancia es una gran comodidad, el no saber elimina la culpa, el perdón, los errores, las labores y muchas preocupaciones.
Es inevitable el vínculo de una cultura con aquello mismo que ella excluye. Por esto, presumir que hoy pueda desparecer la locura sólo puede solventarse en deshacer la implicación que la tomaba y de ninguna forma significaría decir que desaparece, por tanto, la forma general de transgresión, cuyo rostro visible ha sido durante siglos la locura. La sinrazón no se encuentra como presencia furtiva, como rostros extraños, del otro mundo, como en la Edad Media gustaba reconocerse, sino como la máscara de lo imperceptible de lo familiar y de lo idéntico. La sinrazón remonta poco a poco lo que la condena, es decir, a la sociedad en su conjunto y a sus instituciones para retenerla, pues creyendo instaurar con la locura una pura relación de juicio y de definición “aquel hombre es un loco” ha establecido un nexo de posesión y de oscura pertenencia, pues es al loco finalmente al que se ha generado y se ha convertido en  propio de cada sociedad. La razón no puede dar fe de la locura sin comprometerse ella misma en las relaciones de posesión porque la sinrazón no está fuera de la razón, sino justamente en ella, poseída, investida por ella y cosificada.

Dejando de lado la lógica clásica discursiva, pues se pierde en los laberintos del delirio, y se agota al seguir los razonamientos del paranoico, una manera de adentrarse al entendimiento de las complejidades de la locura es considerar a la intuición como método para ir más rápido y más lejos en el desafío del entendimiento, desplegando de una sola mirada las totalidades esenciales. La intuición logra reducir hasta anular, la distancia que conlleva todo conocimiento objetivo. La intuición en oposición a la lógica discursiva trata de ver el mundo patológico con los ojos del mismo enfermo: la verdad que busca no corresponde al orden de la objetividad, sino de la intersubjetividad. Tomando para finalizar a Jaspers, según su Psicopatología General, “la comprensión puede extenderse mucho más allá de las fronteras de lo normal, y la comprensión intersubjetiva puede alcanzar al mundo patológico en su esencia. El objetivo es restituir mediante esta comprensión la experiencia que el enfermo tiene de su enfermedad y el universo patológico sobre el cual se abre esta conciencia de la enfermedad que la constituye”. (Jaspers, 1996, p.482)

¿Existe entonces la libertad realmente? La verdad es que la hipótesis acerca de que sólo nos alargan las cadenas podría ser cierta. De a poco, a medida que pasa el tiempo, vamos tirando y tirando, y éstas comienzan a ceder, al principio más fácilmente, hasta que llega un punto en el que nos estancamos, aquel punto en el que la sociedad no ha creado nada más allá, aquel punto en el que ser raro, ser diferente, el estar más cerca de la luz, sigue siendo normal, sigue estando bajo la norma establecida. Pero habrá algunos quizás que han logrado continuar más allá y zafarse de toda cadena. Pocos, ya que incluso aquellos intelectuales estudiosos que entienden que están atrapados aquí dentro, no tienen cómo salir, porque para hacerlo tendrían que despojarse de todo razonamiento, lograr eliminar cualquier huella o rastro de nuestra educación, y así y sólo así, llegará a ser libre. El problema, es que nunca sabrá que logró su cometido, ya que no tendrá el razonamiento para poder hablar de libertad, pues al vivir en total libertad, la libertad es la norma, y ya no es reconocible.


Referencias
Foucault, Michel. (2009). Historia de la locura en la época clásica. Bs. Aires, Ed. Fondo Cult. Econom.
Foucault, Michel (1993). La vida de los hombres infames. La Plata, Ed. Altamira.
Foucault, Michel. (2000) Los anormales. Bs. Aires, Ed. Fondo Cult. Económ.
Foucault, Michel. (1991) Enfermedad mental y personalidad. Barcelona, Ed Paidós.
Descartes, René. (1981). Meditaciones metafísicas.  Santiago. Editorial Universitaria.
Heidegger, Martín. [197-] Doctrina de la verdad según Platón y; Carta sobre el humanismo. Santiago. Publicación Universidad de Chile, Centro de Estudios Humanísticos y Filosóficos.
Platón. (2009) La república o el Estado. Madrid. Editorial Edaf.
Durkheim, Emile. (1974) Las reglas del método sociológico. Buenos Aires. Ed. La Pleyade.
Durkheim, Emile. (1947) La educación moral. Buenos Aires. Ed. Losada S.A.
Durkheim, Emile. (1965) El suicidio. Buenos Aires. Ed. Schapire.
Goffman, Erving. (1980) Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.
Jasper, Karl. (1996) Psicopatología General. México DF. Fondo Cult. Económ. España.