viernes, 26 de octubre de 2012

La publicidad y la cultura del consumo en el modelo Hollywoodense.



Cuando Adorno y Horkheimer (1988) a mediados de los años cuarenta decían que el Film y  la radio ya no tienen más necesidad de hacerse pasar por arte se referían al hecho de que ahora son negocios que sirven de ideología justificando los fracasos y los rechazos para autodefinirse como industrias. Lo han demostrado las cifras y la instalación de Hollywood como la gran empresa que monopoliza el mercado removiendo toda necesidad social de sus productos. Cuando la industria cinematográfica estaba dominada por los sectores más poderosos de la sociedad, con el tiempo también los monopolios culturales dejaron de ser débiles y dependientes y ahora son también los verdaderamente poderosos ocupando un lugar estratégico en la sociedad de masas del siglo XXI.
Si ya en la época de Frankfurt (el ensayo citado fue escrito entre el 44 y 47) se estimaba que la asociación de industrias se convertiría en algo común, actualmente ha sido comprobado en innumerables situaciones. Podemos graficar con las industrias automotrices y la cinematográfica que lograron unir sus poderíos lograron repercutir sobre el consumo y las tendencias de los espectadores, compartiendo más aún las técnicas de producción y masificación de sus productos industriales en serie con la utilización de la cada vez más útil y famosa técnica del “product placement”. Esta industria cultural que es el cine ha internalizado para su desarrollo la producción masiva de publicidad dentro de su imagen ontogénica destruyendo todo lo que en su momento la distinguió dentro del sistema social. Si bien este tipo de publicidad es ahora tan común que pocos alcanzan a reconocerla mientras no sea muy directa, no comenzó a popularizarse hasta que la película "The Truman show"  la aplicara como tema principal, aunque el primer caso de "publicidad por emplazamiento" (término en castellano para el concepto), data de 1982 en la película E.T. de Steven Spielberg. Otros casos populares son “Volver al futuro” y recientemente “Yo Robot”.
La publicidad en las películas denominada “product placement” significa colocar productos estratégicamente en las películas para ser vistos e identificados con los personajes y luego ser adquiridos  por los consumidores para igualar la tendencia, para asemejarse a la forma de vida que el cine ofrece. Cuyos objetivos son la reducción de los precios de producción del anuncio y el filme por  la alta exposición del producto en pantalla. Con el uso de la publicidad masificada en las películas los espectadores han sido clasificados y organizados. Para todos hay algún producto, el mercado abarca todos los estratos sociales para que nadie logre escapar de las influencias. El espectador del cine monopólico que ha sido educado para disfrutar de esta oferta ha sido reducido a mero material estadístico (Adorno, 1988)
Las empresas de publicidad han seguido al pie de la letra las intenciones de sus clientes por posicionar sus productos y así “para el consumidor no resta nada por clasificar que no haya sido ya anticipado en el esquematismo de la producción”. (Adorno, 1988, p3) Luego las marcas se sienten agradecidas por la efectividad de la compañía de publicidad al introducir su producto en el guión de la película, entonces el espectador-consumidor considera ya que la calle es la continuación o proyección del espectáculo que acaba de presenciar, pues por lo general ese momento de ocio que no debería tener compromiso alguno es ahora subvertido como tiempo libre para seguir consumiendo lo que la industria produce, convirtiéndose en el objetivo de la producción (Adorno, 1988)
La utilización indiscriminada de la producción de objetos comerciales ha provocado que la percepción de los espectadores sea la adecuada para el consumo, una competencia específica, que “prohíbe también la actividad mental del espectador, si éste no quiere perder los hechos que le pasan rápidamente delante. Es una tensión tan automática que casi no tiene necesidad de ser actualizada para excluir la imaginación.” (Adorno, 1988, p4) Al autómata está tan absorto en el universo del film, que carece de la capacidad de agregar a éstos aquello por lo que podrían ser originales. Convirtiéndose en productos tan familiares que se reproducen automáticamente siendo los productos de la industria cultural consumidos aún en estado de distracción.
La publicidad en el cine se ha vuelto una institución tan sólida que su posición en la industria cultural, obra brutalmente según las necesidades del consumidor al producirlas, guiarlas, disciplinarlas, suprimir incluso la diversión o la creatividad, la inspiración e incluso restando segundos preciosos para que las emociones dominen la escena y ocupar minutos y espacios del encuadre en ocupar la manipulación comercial. (Adorno, 1988) Se naturaliza  la situación dramática de aquellos que no se adaptan al modelo pero que resultan victimas de un dominio económico que menoscaba la capacidad del aislado por no poder sobreponerse a esta hegemonía. Razón por la que tantos cines nacionales e independientes se sienten forzados a insertarse al modelo mercantil de producción del cine.
La industria de la publicidad asociada al cine “está interesada en los hombres sólo como sus propios clientes y empleados y, en efecto, ha reducido a la humanidad en conjunto, así como a cada uno de sus elementos, a esta fórmula agotadora” (Adorno, 1988. p15). Siendo conminados a comportarse como seres racionales libres de consumir y elegir aquello que se les ofrece, pues gracias a esta  transposición, será la realidad misma sustituto del sentido y del derecho para que todo lo que la cámara reproduzca sea bello y deseable. El espectador-consumidor fue convertido en coartada de la industria de las diversiones y ya no logra sustraerse de sus muchas instituciones. Los productos que se instalan en el inconciente del espectador forman parte de un mundo idealizado al que se querría acceder. Lo que se ofrece pronto se transforma en una estafa que se cumple indirectamente por las ganancias de diversos productos, tecnológicos, de vestir, maquillajes, transporte, muebles, inmuebles, etc. Todo un estilo de vida más que sólo artefactos que los industriales a través del “product placement” logran la retribución por el financiamiento que realizan a las producciones cinematográficas y sin obviar por supuesto al “crecimiento de los negocios de la industria eléctrica y digital productora de los aparatos con que se registran las imágenes” (Adorno, 1988)
La publicidad es su elixir de vida. Pero dado que su producto reduce continuamente el placer que promete como mercancía a esta misma, simple promesa, termina por coincidir con la réclame, de la que necesita para compensar su indisfrutabilidad. En la sociedad competitiva la réclame cumplía la función social de orientar al comprador en el mercado, facilitaba la elección y ayudaba al productor más hábil pero hasta entonces desconocido a hacer llegar su mercancía a los interesados (…) (Adorno, 1988, p23)

Cuando los monopolios comerciales evitan que sus cooperadores deban luchar cada vez por el éxito contra aquellos que difícilmente se han logrado mantener afuera del modelo pero no del sistema, haciendo que los gastos en publicidad se vean amortiguados por los medios que poseen para hacer que los mismos retornen a los inversionistas garantizando que los poderes fácticos de estos grandes conglomerados se mantengan en un circulo que hace casi imposible cualquier competencia económica y menos aun una cultural . Siendo los mismos que financian campañas políticas e invierten en candidatos para mantener el orden y la supremacía del dominio cultural que “controlan la apertura de nuevas empresas y las gestiones de las existentes. La publicidad es hoy un principio negativo, un dispositivo de bloqueo; todo lo que no lleva su sello es económicamente sospechoso”.(Adorno, 1988, p25)
Finalmente la publicidad se convirtió en el arte por excelencia que tanto se temía y con el cual Goebbels, soñaba, l’art pour l'art, se transformó en pura exposición del poder social. Ha instalado a las modas promovidas por las potencias económicas altamente concentradas para que dicten cada vez con mayor fuerza las líneas generales de la cultura. El uso behaviorista por parte de los espectadores consumidores es algo que Adorno y Horkheimer previeron y que en la actualidad se puede apreciar cada vez más en los medios de comunicación cómo se imponen formas de hablar y de expresar ideas. Esta repetición ciega y de rápida expansión de términos adoptados por diversos procedimientos se torna tan familiar para los consumidores que el libre mercado no necesita mucho mas esfuerzo para mantener a las personas consumiendo constantemente sus productos, claro ejemplo de cómo las sociedades neofascistas se mantienen vigentes porque demasiadas personas utilizan expresiones que no entienden o las utilizan sólo como símbolos protectores de status para adherir a objetos con más fuerza que cuando se maneja el concepto y su significado, como por ejemplo cultura, política o arte. (Adorno, 1988)



Referencias
ADORNO, Theodor y HORKHEIMER, Max. (1988) La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas, publicado en Dialéctica del iluminismo. Buenos Aires. Sudamericana.







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