miércoles, 31 de octubre de 2012

Interpretación marxista histórica sobre el desarrollo de la existencia social y cultural en el Chile moderno. Hegemonía cultural en las instituciones formativas.


Antonio Gramsci

A partir de la problematización que hace Williams en cuanto a determinación y hegemonía junto con la utilización del concepto de cultura que desarrolla Eagleton se propone como tesis la relación que han mantenido con lo hegemónico las instituciones de educación superior públicas y estatales chilenas luego de la dictadura.  Para desarrollar esta premisa, primero se debe clarificar el hecho de que para autores como Terry Eagleton “la expresión «instituciones culturales» es una tautología, puesto que no hay instituciones que no sean culturales” (Eagleton, 2001, p.60). Así también se debe intentar aclarar el concepto de cultura del que emanarán las sucesivas problematizaciones.

Durante un largo tiempo la cultura estuvo compuesta sólo por su noción selecta; en la actualidad ha variado considerablemente que casi no deja nada fuera de él. No obstante se ha especializado demasiado en la fragmentación de la vida moderna, para Raymond Williams el alcance de una cultura “normalmente es proporcional al área de un lenguaje y no al área de una clase” y describe luego a la cultura como “el sistema significante a través del cual (...) un orden social se comunica, se reproduce, se experimenta y se investiga” (Eagleton, 2001, p.56). Para Eagleton, “el hecho de que una serie de gente pertenezca al mismo lugar, a la misma profesión o a la misma generación no significa que formen una cultura; sólo lo hacen cuando empiezan a compartir hábitos lingüísticos, tradiciones populares, maneras de proceder, formas de valoración e imágenes colectivas” (Eagleton, 2001, p.63).

Williams también enumeró cuatro significados distintos de cultura: como un hábito mental individual; como un estado de desarrollo intelectual de toda una sociedad; como el conjunto de las artes; y como una forma de vida de un grupo o de un pueblo en su conjunto. Sin embargo, para Eagleton, “si bien todos los sistemas sociales implican significación, no todos son sistemas de significación, es decir, sistemas «culturales»” (Eagleton, 2001, p.58). Mientras que para Eagleton “la cultura es un elemento constitutivo de otros procesos sociales, y no su simple reflejo o representación y se puede entender, aproximadamente, como el conjunto de valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la forma de vida de un grupo específico” (Eagleton, 2001, p.58), la proposición que plantea Williams con respecto a que el ser social  determina la conciencia se enfrenta a la proposición que se ha sostenido más comúnmente dentro del análisis cultural marxista, el cual plantea la existencia de una base determinante, de una superestructura previamente determinada, que rige la producción social en la vida de los hombres, siendo por esto la existencia social la que determina su conciencia. Planteamiento materialista, marcadamente burgués y capitalista que caía en descripciones de superestructuras universales y generales con leyes constituidas como verdades fundamentales, por el hecho de constituirse el capitalismo como el único lenguaje disponible de la época, pues se vivía en una sociedad capitalista y era lo único conocido hasta ese momento. (Williams, 1980)

Para Marx esta determinación llega a un punto de su desarrollo en que el hombre entra en conflicto por las formas de producción que lo someten, siendo consciente de sus impedimentos puede dar inicio a una época de revolución social donde se toma consciencia del conflicto y se le combate (Marx. 1859), pero no se toma total consciencia de que las formas culturales (religiosas, estéticas o filosóficas) son las que constituyen  la totalidad de la actividad cultural;

«Sobre las numerosas formas de propiedad, sobre las condiciones sociales de la existencia, se erige toda una superestructura de sentimientos (empfindungen), ilusiones, hábitos de pensamiento y concepciones de vida variados y peculiarmente conformados. La clase en su totalidad las produce y configura a partir de su fundamento material y de las condiciones sociales correspondientes. La unidad individual hacia la cual fluyen, a través de la tradición y la educación, puede figurarse que ellas constituyen las verdaderas razones y las verdaderas premisas de su conducta» (Marx, 1859, pp. 272-273).

Al realizar una interpretación marxista histórica sobre el verdadero desarrollo de la existencia social del hombre se comprende la presencia de una variación dinámica, no fija, entre las relaciones de producción y sus consiguientes relaciones sociales. Esta variación se presenta en forma de contradicciones que establecen que ni la base, como proceso dinámico e internamente contradictorio pero considerada clásicamente como la verdadera existencia social del hombre, ni la superestructura, como propiedad fija para la deducción de los procesos variables, presentan la relación decisiva, como proceso especifico, que sí puede presentar la determinación como objeto de estudio. Es decir, sería mucho más beneficioso, para una investigación apropiada separarse del concepto de superestructura, que lo dictamina todo e intentar trasladar los esfuerzos para desarrollar en base al concepto de determinación. Lamentablemente este concepto es a veces confundido con el “determinismo abstracto”, comprendido como la reducción de cualquier expresión o contenido ante algún poder predominante  y que ve decidido su resultado cuando se prescinde del deseo de los agentes, quedando determinado por una situación o posición económica la cual no permite que algo sea real y significativo por si mismo, cuyo carácter esencial es conservado para controlar los resultados y donde las fuerzas productivas parecen constituir un mundo "autosubsistente” dentro de la sociedad capitalista.

Frente a este determinismo metafísico Engels propondrá la determinación como un proceso histórico humano de acción directa en  el mundo material, enmarcado por una fijación de límites, en donde “(…)somos nosotros mismos quienes producimos nuestra historia, aunque lo hacemos, en primera instancia, bajo condiciones y supuestos muy definidos”. (Williams. 1980 p.7) Estas condiciones están referidas al punto particular del tiempo en que los hombres se encuentran o hayan nacido, como proceso independiente de su voluntad sin poder controlarlo. Por ende, la única alternativa que le queda al hombre es intentar comprenderlo y guiar sus acciones en armonía con él. Es fundamental que no sólo se trate de fijar límites sino que por cierto se deben realizar presiones como un acto de propósito, entendido como determinación positiva para ser experimentado ya sea individualmente como dentro de un acto social. Acá se encuentra la cooperación social y la aplicación de conocimiento social para producir sociedades, como fuerza productiva, pero se entiende que en una sociedad capitalista la producción material será una forma específica determinada y comprendida en las formas del capital, de trabajo asalariado y de producción de mercancías.

En la actualidad la industria del ocio y el entretenimiento están subordinados al capitalismo constituyéndose en instituciones capitalistas dentro de un mercado capitalista. Donde la clase gobernante ha consagrado efectivamente gran parte de la producción material al establecimiento de un orden social y político pues necesita la producción material para  la subordinación práctica de todas las actividades humanas.

“Desde los castillos, palacios e iglesias hasta las prisiones, asilos y escuelas; desde el armamento de guerra hasta el control de la prensa, toda clase gobernante, por medios variables aunque siempre de modo material, produce un orden político y social. La complejidad de este proceso es especialmente notable en las sociedades capitalistas avanzadas, donde está totalmente fuera de lugar aislar la «producción» y la «industria» de la producción material de la «defensa», la «ley y el orden», el «bienestar social», el «entretenimiento» y la «opinión pública” (Williams, 1980.p.12)

                Geoffrey Hartman plantea en The Fateful Question of Culture que “ahora tenemos la cultura de la fotografía, la cultura de las armas, la cultura de servicios, la cultura de museos, la cultura de sordos, la cultura del fútbol,... la cultura de la dependencia, la cultura del dolor, la cultura de la amnesia, etc.” (Eagleton, 2001, p.62). Cuando la producción cultural se integra con la producción de bienes en general, se torna muy complejo identificar dónde acaba el ámbito de la necesidad y dónde empieza el reino de la libertad, pues cuanto más difícil se vuelve obtener las cosas, según Richard Rorty, “(…) más cosas hay que temer, más peligrosa es la situación y menos tiempo y esfuerzo puede uno dedicar a pensar cómo ven las cosas las personas con las que uno no se identifica de modo inmediato. (…) Seguridad y simpatía van unidas, por la misma razón que van unidas la paz y la productividad económica. (…) (Eagleton, 2001, p.76). Por ende, sólo al tener dinero de sobra se puede tener imaginación pues la riqueza nos libera del egoísmo mientras que al faltar el sustento sólo se piensa en las necesidades materiales.

Ante la concepción tradicional de hegemonía que decía ser “la  dirección política o dominación, especialmente en las relaciones entre los Estados” el concepto propuesto por Gramsci se diferencia al plantear que “es un concepto que, a la vez, incluye—y va más allá de—los dos poderosos conceptos anteriores: el de «cultura» como «proceso total» en que los hombres definen y configuran sus vidas, y el de «ideología», en cualquiera  de sus sentidos marxistas, en la que un sistema de significados y valores constituye la expresión o proyección  de un particular interés de clase”.(Williams, 1980, p.14)  Se entenderá entonces el concepto de clase, según lo planteado por Edward Thompson, como un fenómeno histórico, nunca una estructura, “que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia”, (Thompson,1989, p.1) lo que tendrá lugar en las relaciones humanas que se dan en la formación social y cultural y que surge de procesos los cuales sólo pueden estudiarse mientras se resuelven por sí mismos a lo largo de un considerable período histórico.

Por otro lado, Williams, planteará una clara diferencia entre el concepto de dominio, expresado como forma directamente política y usado mayormente en tiempos de crisis por medio de acciones coercitivas directas o efectiva, y de hegemonía, representado como fuerzas activas sociales y culturales que constituyen los  elementos necesarios para relacionar el “proceso social total” con las distribuciones específicas del poder y la influencia.  (Williams, 1980) Puesto que en toda sociedad de clases existen desigualdades específicas en los medios que posee el hombre para definir y configurar su existir, la capacidad para realizar ese proceso, que está organizado prácticamente por significados y valores específicos y dominantes, se hace altamente necesario el reconocimiento de la dominación y la subordinación como un proceso total.

“Por ahora se pueden fijar dos grandes planos superestructurales, el que se puede llamar de la "sociedad civil", que está formado por el conjunto de los organismos vulgarmente llamados "privados", y el de la "sociedad política o Estado"; y que corresponden a la función de "hegemonía" que el grupo dominante ejerce en toda sociedad y a la de "dominio directo" o de comando que se expresa en el Estado y en el gobierno "jurídico"” (Gramsci, 1975, p.5).

Los ciudadanos que se oponen olvidan que aunque que por definición la hegemonía siempre es dominante, jamás lo es de un modo total o exclusivo, por lo que son avasallados por un sistema decisivo y generalizado, que por cierto le excluye de las formas plenamente sistemáticas por una homología ideológica estructural, en donde cultural y artísticamente se precisan sólo expresiones semejantes que se aplican, tanto a las clases dominantes como a las subordinadas por medios abstractos. En la sociedad chilena contemporánea se observa que desde el momento en que la totalidad de la producción de las ideas pasó a manos de los que controlan los medios de producción, la clase subordinada no ha logrado comprender que las relaciones de dominación y subordinación le rodean y aprisionan, y no sólo a partir de la actividad política y económica, sino que en todas las esferas de acción, pues se ha impuesto sobre su conciencia una ideología que determina la esencia de las identidades y las relaciones subjetivas de tal manera que lo que es considerado como sistema cultural, político y económico, dan la impresión de ser presiones y límites impuestos a la simple experiencia y al sentido común. Mientras que la clase dominante no se siente amenazada, resistida, limitada, alterada o desafiada por quienes no son conscientes mayoritariamente de que deben luchar para rebelarse contra la “ideología de la clase dominante”, la cual constituye por medio de su hegemonía:

(…) “todo un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido sistema de significados y valores—fundamentales y constitutivos—que en la medida en que son experimentados como prácticas parecen, confirmarse recíprocamente. Por lo tanto, es un sentido de la realidad para la mayoría de las gentes de la sociedad, un sentido de lo absoluto debido a la realidad experimentada más allá de la cual la movilización de la mayoría de los miembros de la sociedad—en la mayor parte de las áreas de sus vidas— se torna sumamente difícil. (Williams, 1980, p.15)

La hegemonía por parte de las clases dominantes se vuelve la cultura de la dominación social que se internaliza en la práctica. Si es que no se genera hegemonía alternativa, según Gramsci, por medio de “la conexión práctica de diferentes formas de lucha” no conduciría, dentro de una sociedad desarrollada, a un sentido de la actividad revolucionaria mucho más activo que en situaciones históricas (con esquemas persistentemente abstractos), donde el pueblo que deba convertirse en una clase potencialmente hegemónica, que luche contra las presiones y los límites que impone una hegemonía poderosa ya existente. (Williams, 1980) Que entienda que una hegemonía dada es siempre un proceso, no un sistema o una estructura, puesto que se desarrolla como un complejo efectivo de experiencias, relaciones y actividades que tiene limites y presiones específicas y cambiantes que no se da de modo pasivo como una forma de dominación, ya que ella debe ser continuamente renovada, recreada, defendida y modificada. En ese sentido debiese estar unido a una conciencia de clase “que surge del mismo modo en distintos momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la misma forma”. (Thompson, 1989, p.2)

Para Gramsci las fuentes de hegemonía alternativa surgen de esta clase obrera, que según Thompson, tiene una existencia real cuando un grupo de hombres, conscientes de sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses, a la vez comunes a ellos mismos, en una determinada relación con los medios de producción frente a otros hombres, cuyos intereses son distintos y a veces opuestos a los suyos (Thompson, 1989). No es tampoco para Gramsci una clase ideal o abstracta sino que de sujetos que se ven a sí mismos, y los unos a los otros, en relaciones personales directas; los que comprenden el mundo natural y que utilizan sus recursos físicos y materiales en relación con lo que el pueblo trabajador defina como su cultura en base al ocio, el entretenimiento y el arte. (Williams, 1980) Si bien en todas las épocas se pueden reconocer formas alternativas o directamente opuestas de la política y la cultura que predominan en la sociedad, será su presencia activa la decisiva en el proceso hegemónico, con la finalidad de ejercer su control o incluso transformarlas para incorporarlas, al momento de la transmisión de una dominación (inmodificable) como en el caso chileno.

Por la falta de interés frente a lo que conlleva la cultura, el aparato estatal de violencia y coerción, es que se resiste un cambio radical. Pues al controlar a la clase homogénea desde dentro, debe a su vez imaginarlos desde dentro, sabiendo que no hay instrumento de conocimiento más eficaz para captar la vida interior de la cultura artística. Puesto que las obras de arte que aparentan mayor inocencia y estar ajenos al poder, describen mejor la vida emocional y por eso pueden servir también al poder. (Eagleton, 2001) El proceso cultural hegemónico siempre intentará adaptar los esfuerzos y contribuciones de los que de un modo u otro se hallan fuera o al margen en el momento que se ve amenazada. Ha sucedido estos últimos meses en la sociedad chilena, cuando se ve que el mercado, a través de la publicidad trata de utilizar a su favor la estética de los manifestantes y sus discursos formales para promocionar centros de desarrollo de la cultura hegemónica, centros de estudio privados y con fines discutibles. Pues la cultura “ya no es, con el sentido elevado de Matthew Arnold, una crítica de la vida; no, la cultura es la crítica que hace una forma periférica de vida a una forma de vida dominante o mayoritaria” (Eagleton, 2001. p.72).

La cultura como identidad es la continuación de la política por otros medios,  que puede funcionar como crítica de los imperios mientras persevere la esencia pura de identidad de grupo, pues los que protestan colectivamente contra una identidad excluyente entienden a lo diferente de otras culturas, sin establecer lo propio como norma ni patrón, con el que se comparan otras formas de vida, así se abre a la fascinante e inquietante singularidad que la alta cultura niega de lo político convirtiéndose en un aliado hegemónico. Es interesante el análisis cultural que se puede realizar en una sociedad tan acomplejada como la chilena para intentar entender los procesos activos y formativos que se pueden dar en las universidades publicas o estatales, para lo cual se necesitan métodos analíticos para diferenciar aquellas iniciativas culturales que buscan perdurar en el régimen hegemónico de quienes intentan transformarlo, las que son contribuciones alternativas  de aquellos que desean incorporarlas efectivamente o iniciativas de oposición. Pero en donde a todos se les fija indefectiblemente límites para quizás lograr neutralizar o negar las posibilidades de cambiar la tradición hegemónica. Pues en términos adaptativos difícilmente se hayan en estos espacios iniciativas independientes ya que es claro que todas, por estar desarrollándose en un espacio vinculado a lo hegemónico, la cultura dominante busca limitar y producir sus propias formas de contracultura, que no dejan de ser reproducciones determinadas y fijas de la cultura dominante. Según Gramsci, puesto que no existe actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual:

“cada grupo social, al estar determinado por una función esencial en la producción económica, crea orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que mantiene la homogeneidad y la conciencia de estos mismos sobre la función que deben desempeñar, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el político”.(Gramsci, 1975, p.1)

El estudio de las identidades específicas -nacionales, sexuales, étnicas, regionales- se ha desarrollado fuertemente en las universidades y ha dejado de lado la intención de otros discursos por superar la discusión, aportando una concepción de cultura entendida como signo, imagen, significado, valor, identidad, solidaridad y autoexpresión, que se ha vuelto motivo constante de lucha política para superar la hegemonía académica ganando en dimensión práctica. El capitalismo industrial al racionalizar y secularizar los centros de estudio ha cedido por un lado por el descrédito de sus propios valores metafísicos  pero se ha beneficiado al roer las bases que el proceso de secularización requiere para legitimarse. Por ende, las sociedades capitalistas ven con temor a quienes puedan debilitar los valores con los que ellas justifican su poder. En cualquier caso, cuando en el discurso académico se destaca la condición pluralista se desconoce que por estar en una cultura pluralista debe ser exclusivista, dado que debe dejar fuera a los enemigos del pluralismo. Ante esta situación, las comunidades marginales que no tienen acceso y participación en estos centros de estudio, suelen pensar a la cultura como algo opresivo llegando a compartir esa aversión por los hábitos de la mayoría culta  de elite, estado de opresión que justamente las  puede llevar a sentir empatía por la burguesía más frivolizada. Para evitar esto se puede observar que los intelectuales "orgánicos", que cada nueva clase crea junto a ella y forma en su desarrollo progresivo, son en general "especializaciones" de aspectos parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo que la nueva clase ha dado a luz para la expansión de la propia clase. (Gramsci. 1975)  Que los intelectuales que se reproducen en las universidades lleguen comprender a las comunidades marginales y les dejen de temer no es una cuestión de empatía, en donde:
“no te comprendo mejor porque deje de ser yo mismo, porque entonces no habría nadie que comprendiera o dejara de comprender. Que tú llegues a comprenderme tampoco consiste en que reproduzcas en ti lo que siento yo (…) En resumidas cuentas: el hecho de que yo no haya sido esclavo no me impide compartir lo que siente un esclavo; y puedo llegar a entender los sufrimientos que supone ser una mujer aunque yo no sea una mujer”. (Eagleton, 2001, p.79)

Es por este errado concepto de imaginación, -“como una pura ausencia de sentimiento, carente de una identidad propia, que se alimenta parasitariamente de las formas de vida de los otros, pero que trasciende esas formas de vida a través de un poder invisible que le permite introducirse sucesivamente en cada una de ellas”- (Eagleton, 2001, p.74), relacionado con la empatía,  que el poder siempre trata de calar en la subjetividad humana, por muy libre y privada que parezca. Pues la verdadera autoridad implica internalizar  la ley para gobernar con éxito y así “comprender los deseos y las aversiones de los hombres y no sólo sus tendencias de voto o sus aspiraciones sociales”. (Eagleton, 2001, p.80)

En Chile se pudo elaborar una subjetividad que se identificó con los anhelos modernizadores desde el momento en que el  pinochetismo impuso sus triunfos simbólicos, garantizados por los triunfos económicos de una revolución conservadora que estuvo apoyada por una infame dictadura, desde donde se comenzó a alentar el anhelo de permanecer en la modernización. Al modificar la estructura de sentimientos la subjetividad quedó articulada por la vida cotidiana como coherencia simbólica, contexto social y configuración política en la sociedad chilena contemporánea. Donde entre la modernización (como acceso) y la cultura (como participación) se encuentra la vida cotidiana como subjetividad formada por la identidad, la pertenencia y la identificación. Pero cuando se instaló el desarme de la vida cotidiana como terror constante, como al perder el trabajo, cuando al cesante se le arrebatan las relaciones sociales, se le provoca un gran desarraigo porque la estructura de sentimiento de la cultura nos presenta extraños sujetos atemorizados ante la posibilidad de perder acceso al empleo. La estructura de sentimiento capta la idea de que la cultura es las dos cosas al mismo tiempo, concreta e impalpable y establece una fuerte conexión entre lo objetivo y lo afectivo, en un intento de reconciliar la duplicidad de la cultura, es decir, la cultura como realidad material y la cultura como experiencia vital. Donde todo el conjunto de discursos que se producen en la consonancia entre modernización y vida cotidiana se materializan en el hecho de que algo muy grave ocurrió y sucedió también en el campo cultural chileno cuando su contenido se llenó de imaginarios modernizadores e impuestos. El televisor se volvió una institución moderna, se volvió lengua dentro de los hogares y dejó de ser un simple aparato, generando una relación simbólica entre cultura y modernización.  Con el llamado “apagón cultural” de la dictadura lo que habría sucedido a partir de entonces fue que los intelectuales previos a la dictadura fueron relevados de sus cargos, siendo sobrepasados por intelectuales reaccionarios y orgánicos al régimen. El proceso de modernización cultural eliminó la proletarización y lo que se ha instalado no es un afán democratizador sino que modernizador, pues el consumo se ha vuelto una práctica política y la condición política es generar adhesión por medio del acceso, ampliamente resuelto, pero no generar mayor participación, hecho que se encuentra cada vez más irresuelto.



Referencias

EAGLETON, Terry:La cultura en crisis”. En: La idea de cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales. Editorial Paidós, Barcelona, 2001.

GRAMSCI, Antonio: “Los intelectuales y la organización de la cultura”. Juan Pablos Editor, México DF, 1975. en www.archivochile.com /centro de estudios Miguel Henriquez

THOMPSON, Edward: “Prefacio”. En: La formación de la clase obrera. Editorial Crítica, Barcelona, 1989. en www.cholonautas.edu.pe / Bibiloteca virtual de Ciencias Sociales

WILLIAMS, Raymond: “Teoría Cultural”. En: Marxismo y Literatura. Ediciones Península, Barcelona, 1980. en www.geocities.com/nomfalso / Nombre Falso

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