miércoles, 31 de octubre de 2012

La respuesta violenta y lo sublime en el caos.


Friedrich  Schiller

Estamos nuevamente en un momento de emergencia cultural y política que se manifiesta  de  formas cada vez más directas, en las calles y en los lugares de estudio, realizando asambleas y tertulias para discutir sobre el desarrollo de la sociedad. Con el tiempo se han ido estableciendo ciertas garantías para poder reunirse libremente y manifestarse sin temores. Nuestra generación ha perdido el miedo que la ciudadanía traumada por la represión de la dictadura les heredó y demuestra que sólo con organización y cooperación se pueden lograr reformas. Pero ya la ciudadanía y el pueblo organizado ha debido luchar contra las facciones más reaccionarias del Estado y contra los discípulos del fascismo chileno y mientras algunos estudiantes deciden rebelarse contra éstos de forma pacífica otros se movilizan para revolucionar el orden establecido burgués que se ha instalado en este país. Estos movimientos han existido desde comienzos del siglo veinte en Chile, extendiéndose desde Valparaíso y el norte de Chile hasta todos los rincones de la nación, unidos por ideales libertarios y revolucionarios. Si antes fue la mayor y más efectiva oposición a la dictadura, a partir más definitivamente del año 1985, hoy es igual de criminalizada y perseguida por los guardadores del orden público, la policía y los medios de comunicación coludidos con los agentes del ministerio del Interior.
El propósito de la presente lectura a esta realidad social cada vez más reanimada en el país, y que se mantiene en la negación y el ocultamiento por medio de montajes mediáticos y gubernamentales, es acercarse más allá de las justas o validas razones para optar por este tipo de acción política y analizar las implicancias estéticas que la violencia política puede alcanzar, para esto serán las conceptualizaciones de Schiller fundamentales para alcanzar una problematización hacia la relación de la libertad y la educación estética del hombre como también sobre la comparación con la figura del juego.
Para Schiller la educación del hombre con miras a hacerlo un ser mucho más libre; debe ser una ‘educación estética’ que pueda ejercer un cambio en las condiciones de un determinado estado político. Toda sociedad vive en un orden determinado, jurídico, moral, ideológico y mítico, que la autoridad oficializa e impone en forma de verdades e imperativos absolutos, denominado como “edificación del pueblo”. Tomando estas premisas que desde el siglo XIX se vienen desarrollando se busca entender cómo la acción política directa podría influir en las condiciones para que la educación estética provoque cambios en el estado político establecido.
            Ya Nietzsche en El origen de la tragedia veía que el desarrollo del hombre a través de la creación artística estaba estrechamente unido a una duplicidad esencial entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Según esto la tragedía sería la manifestación apolínea sensible de conocimientos y efectos dionisíacos. Con un virtual renacimiento de la tragedia, volvería también a nacer un oyente estético y Nietzsche propondría un nuevo concepto de cultura, cuyo fundamento fuese el sentido trágico de la vida.  Para Schiller, sin ser un revolucionario de la época si no más bien un crítico de la sociedad burguesa, a la que él pertenecía, el concepto de ‘educación estética’ se opone al de edificación, ya que el primero equivale a una iniciación en la libertad. (Martinez Bonati, 1960) La educación estética es así para Schiller el paso previo para la instauración de una razón viviente como orden moral de la sociedad. Sin embargo, Schiller señala que en el hombre se darían dos impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que aspira a la invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la variación). En el instante en que estos dos impulsos actúen juntos, se producirá un nuevo impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es realmente libre, verdaderamente hombre que en el objeto bello encuentra la imagen de la armonía suprema y en su contemplación vive la libertad.
Félix Martínez Bonati, retomando la obra schilleriana, sintetiza sus principales ideas estéticas, señalando que dentro de los alcances del arte estaría el de provocar “en el espectador un estado transitorio de armonía superior (…) Al poner al hombre en transitoria libertad plena (…) el arte lo hace consciente de su posibilidad y destino, lo educa (…) lo deja en disposición de educarse más altamente” (Martínez Bonati .1960.pp. 40-41.)
En todas las sociedades, a partir de la instauración de los Estados nacionales, se establece un orden determinado (sea moral, jurídico, ideológico, etc.), impuesto por la autoridad en forma de verdades: esto equivaldría a una edificación del pueblo. También en el Estado moderno de Chile, este orden no avanzaría hacia una elevación espiritual, sino más bien a una eficacia funcional y práctica. En donde todo aquello que se aparte de los establecido moralmente es demonizado y criminalizado. Pues la relatividad de las doctrinas, demuestra la irracionalidad de lo edificante. Que para hacer inofensiva la acción del espíritu, se procura alejarlo del alcance de los ciudadanos por medios brutales o sutiles: condenación y prohibiciones.
Herbert Marcuse retomará este vínculo entre arte y sus implicancias sociales, señalando que las «Cartas…» aspiran a una transformación social mediante la fuerza liberadora de la función estética. Según Marcuse, una nueva sensibilidad emerge para lograr formas de vida nuevas, cuyo frutos serían la “negación total del sistema establecido, de su moralidad y su cultura; afirmación del derecho a construir una sociedad en la que la abolición de la violencia y el agobio desemboque en un mundo donde lo sensual, lo lúdico, lo sereno y lo bello lleguen a ser formas de existencia” (Marcuse.1969. p.32).
Entonces cuesta concebir cómo el Estado de Chile sigue intentando instalar penalizaciones para aquellos que intentan negar el sistema establecido. Quienes a través de actos de violencia política, que no tienen comparación con la desproporción de la represión policial con que son negados los válidos y justos derechos a manifestarse y creer en ideologías libertarias, abogan por la libertad de la imaginación como guía para la reconstrucción social, virtud que en las grandes revoluciones históricas fue capaz de obrar en proyectos de renovación moral como institucional, pero que lamentablemente sucumbió sacrificada en pos de la razón eficaz. Es por esto que aquellos que condenan la política de lucha directa niegan cualquier transformación radical de la sociedad que se de por la unión entre esta nueva sensibilidad y una nueva racionalidad, para no caer en los mismos errores históricos.
Para Marcuse en el pensamiento schilleriano nada es tan indigno del hombre como sufrir la violencia; porque ella le nula. El que nos la ejerce nos disputa nada menos que la humanidad; el que la sufre cobardemente se despoja de su humanidad. (Marcuse, 1969) En la modernidad, según Habermas, el neoconservadurismo, que se aplica en Chile al poder ejercido por la centroderecha o el bloque más conservador de la sociedad, logra desplazar sobre el modernismo cultural las incómodas cargas de una más o menos exitosa modernización capitalista de la economía y la sociedad, que totalitarizan a la cultura popular bajo la influencia imperialista, es entonces la acumulación de estas cargas lo que hace surgir las situaciones para la protesta y el descontento social, que se origina cuando los grupos de acción comunicativa y política se centran sólo en la reproducción y trasmisión de normas y valores estandarizados por la racionalidad económica y administrativa dejando de lado la inversión social y cultural puesto que las doctrinas neoconservadoras desvían completamente su atención de aquellos procesos sociales.
                  Cuando se está en presencia de una barricada y el fuego se alza y se destaca en la oscuridad de una calle sin alumbrado eléctrico, siente el hombre espectador y actuante en la escena una gran impotencia física, como seres sensibles, pero sobre el cual se eleva moralmente, por medio de la razón. Para Schiller, sólo lo que forma parte de la naturaleza más imponente constituiría lo sublime, mas un objeto será teóricamente sublime, cuando, como objeto de conocimiento, sobrepasa los límites de nuestra imaginación; y es prácticamente sublime, cuando, como objeto de sentimiento, encierra la idea de un peligroso poder, dirigido en contra de nuestro instinto de conservación. Mientras que lo sublime práctico es mucho más apto para la representación estética, es decir, para el arte, que lo teórico. (Schiller, 1990)
                  A más de alguien se le habrá ocurrido comparar las correteadas de la policía hacia los estudiantes como parte de un juego, una dinámica que tiene sus actos bien delineados y los finales bastante conocidos, en donde los participantes u oponentes se disputan un espacio publico cuando poco se respetan unos a otros. Pero esta comparación debería ir más allá de la simple observación de las acciones, así tenemos que Schiller propone que en el hombre se presentarían dos impulsos opuestos: el formal (movimiento de orden que aspira a la invariabilidad) y el sensible (que exige cambio y aspira a la variación). En el instante en que estos dos impulsos actúan juntos, se produciría un nuevo impulso: el impulso de juego, en el cual el hombre es realmente libre, o sea, verdaderamente hombre. Si extrapolamos esta categoría a lo que sucede en las calles tendremos que la exigencia de la belleza por parte de cada sujeto participe de este juego consiste en la comunidad entre estos dos impulsos. (Schiller, 1990)
                  A partir de una oposición enérgica a la absoluta subordinación del hombre a la ley moral se contrapone a ella el principio de la libertad del hombre, quien voluntariamente escoge el camino de lo moral por intermedio de la autodeterminación. Pues la cultura debe poner al hombre en libertad y auxiliarle a cumplir su concepto humano. En consecuencia, ella debe hacerle capaz de sustentar su voluntad; pues el hombre es el ser que quiere. Y esta es una posible motivación para que miles de hombres y mujeres sientan la total convicción de manifestarse libremente al creer en la autodeterminación y el derecho de rebelión. La comprensión de lo bello surge del concepto de hombre, ser que vive en sociedad, entre naturaleza y cultura, sensibilidad y razón, necesidad y libertad. Por lo cual la educación estética, en su sentido, es lo contrario de edificación, es superación de la doble estrechez de la naturaleza y del artificio social, es iniciación a la libertad y a la grandeza del espíritu.           
No se trata de educación hacia un nihilismo cínico. Sino formar mediante el arte hombres libres que, por serlo, transformen progresivamente la sociedad: tal es el sentido de la idea de una educación estética en Schiller. Libre llama Schiller a lo que se desenvuelve según su propia ley. Según este mismo concepto, es también la razón a la vez libertad y necesidad, de elección y decisión, en querer lo racional. En oposición al hombre libre encontramos el ser bestial, las figuras  del policía, el torturador, el opresor, ineducado, que despliegan su tendencia material en desmedro de la voluntad de forma que inhibe su sensibilidad y hace su vida vacía. No obstante la educación estética no está, según Schiller, destinada a una transformación inmediata y acaso definitiva del orden social; pues no ha sido pensada por Schiller como programa para producir la revolución, más bien se trata de conservar las condiciones “físicas” de toda cultura puesto que Schiller no piensa en la sustitución inmediata de un orden concreto caduco por otro definitivo, pues desde su punto de vista culto burgués, con una clara educación estética, más bien plantearía una formación constante en base a la autodeterminación de los hombres para ejercer su libertad.



“La libertad del hombre y la transformación del sujeto libertador hacia la figura del loco"



 Michel Foucault
A partir del análisis de La República” de Platón se ha escogido la figura mítica de la caverna para problematizar al concepto de libertad. Interpretando las razones históricas de la transfiguración teórica del sujeto liberador, primero como encargado de liberar a sus semejantes de las cadenas desde el interior de la caverna, hacia después convertirse en un personaje anormal y considerado como un ser extraño y hasta loco o enfermo mental en la época contemporánea. Para la investigación que complementará esta idea se partirá desde el análisis a los temas en  la “La doctrina de la verdad según Platón” de Heidegger y “Las meditaciones metafísicas” de Descartes. De esta manera se formalizará el objeto de estudio en cuanto al “símil de la caverna” y el concepto de libertad, ambos sujetos al de verdad. Para el posterior análisis referente a la forma de vida del hombre en la actualidad y cómo se desenvuelve en la sociedad, así como el rol que cumple la institución normalizadora educacional, que se instala como una de las más claras herramientas para arrebatarle la poca libertad que le resta a los individuos. A partir del rol que las instituciones normativizantes cumplen en nuestra sociedad veremos las causas históricas y las implicancias contemporáneas que la institución psiquiátrica ha tenido para definir la figura del loco, como un ser privado de libertad.

El hombre moderno supone que es libre porque dentro de la doctrina moral de la sociedad occidental se le ha enseñado que puede elegir y que ese deseo es propio y original. Es un sujeto que estudia para ser libre en una comunidad donde se le educa la mirada y finalmente lo que se está haciendo es privarlo de libertad al incorporarlo a una sociedad, a una estructura, a una forma de pensar determinada que poco tiene que ver con la real percepción de la libertad.  Así también el hecho de pensar que la educación es necesaria  puede considerarse como una privación de la libertad, el encierro del sujeto que intenta liberar a sus semejantes ha sido una práctica habitual para mantener la normalidad en la sociedad. Del mismo modo ha sido una constante histórica en la sociedad occidental del siglo XX el hecho del aumento del encierro de aquellos individuos que amenazan la estabilidad social de la comunidad. Por un lado están aquellos que deben sufrir castigos penales por delitos cometidos o acciones ilícitas, así como también tenemos a un grupo un tanto invisibilizado por el común de la sociedad, quienes son catalogados como dementes o locos, individuos incapaces de desenvolverse en la sociedad, categoría de individuos que puede ser usada para demostrar que la presunción de un mundo en libertad dista mucho de una verdadera concepción moral.

Para Platón existían claras posiciones que deben tenerse en cuenta para establecer un Estado ideal, es por esto que plantea en su República que la idea de paideia se debe entender como la liberación del hombre, equivalente a su propia constitución como tal, no reduciéndose a la simple liberación respecto de sus cadenas en el mito de la caverna, sino que el hombre requiere de todo un proceso de "formación", de direccionamiento, de su alma. Mientras el  alma se hace apta, para percibir las ideas tal cual son, se hará "equivalente" a ellas imprimiéndose en el alma. Mientras que en el libro VII de La República es Sócrates quien cuestionará a Glaucón sobre las consecuencias que traería al liberado el tratar de ayudar a quienes se mantienen presos.

Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?”. (Platón, 2009, p.193)

De acuerdo a este pasaje de la obra de Platón será Heidegger quien se cuestionará sobre la posibilidad de encontrar la liberación y las consecuencias que deberá enfrentar el hombre en su tránsito desde una tercera a una cuarta etapa dentro de la alegoría de la caverna.

“Pero si ya dentro de la caverna el apartar la mirada de las sombras hacia el resplandor del fuego y las cosas que en él se muestran es dificultoso y hasta se frustra, entonces el llegar a ser libre en el aire libre fuera de la caverna requiere totalmente la máxima paciencia y esfuerzo. La liberación no se sigue del mero desprenderse de las ligaduras y no consiste en el desenfreno, sino que comienza como la constante habituación en el fijarse de la mirada sobre los nítidos contornos de las cosas que se mantienen firmes en su aspecto. La liberación propiamente dicha es la persistencia en ese volverse hacia lo que aparece en su aspecto, y en este aparecer es lo más desoculto. De modo que la libertad sólo subsiste con este carácter como tal volverse hacia, el cual también realiza la esencia de la paideia, como una reversión. La perfección esencial de la “cultura” sólo puede, en consecuencia, realizarse en el dominio y sobre la base de lo más desoculto, es decir, de lo aleethéstaton, es decir, de lo más verdadero, o sea de la verdad propiamente dicha. La esencia de la “cultura” se funda en la esencia de la verdad” (Heidegger, 197-, p.134)

Las transiciones que subraya Heidegger en su lectura del mito de la caverna de Platón y la esencia de la verdad para entender el modo en que el hombre debe adecuarse a las dos posadas (dentro y fuera de la caverna), tratan de una metáfora que tiene una importante función, que corresponde al acostumbramiento que requieren los ojos para pasar de una situación a otra, de los estados de oscuridad a la luz y también de la luz a la oscuridad. Este acostumbramiento concierne al hombre en su esencia operando en lo más profundo de su ser. Esta habituación del ser del hombre a los diferentes ámbitos del tránsito a la verdad constituye la esencia de lo que la teoría platónica llama la paideia. Para Heidegger existe una correspondencia entre el concepto griego de paideia, comprendido como el encaminamiento del hombre hacia la transformación radical, el pasaje, la transición de todo su ser, y el bildung alemán, definido como acto de formación y educación que imprime, impone a la cosa, un carácter o rasgo según el cual ella se desarrollará.
Puesto que la esencia de la paideia no consiste en verter "conocimiento" en el alma no preparada con anterioridad sino que la verdadera paideia es la que atrapa y transforma al alma misma del ser para hacerla apta a la percepción de las cosas tal como son, se puede hablar de una formación que graba y dirige la habituación del hombre y la transformación de su alma misma y del todo para prepararlo hacia la verdad

Pero qué significa en la actualidad para el hombre la valoración de la verdad no sólo como la liberación de las cadenas y quedar suelto dentro de la caverna y en qué se relaciona el tercer grado en el tránsito hacia la liberación, el de salir de la caverna, con que pueda ver la luz en algún momento. Pues si se logra alcanzar la liberación a través de la conversión de la paideia, como verdad propiamente tal, acaso no se está condenado a vivir eternamente en esta caverna. Ante tal contrasentido será finalmente el  “loco” quien reemplace a la figura del hombre liberador de las cadenas, puesto que se transforma en un ser y un concepto en si mismo perseguido por sus ideas contrarias a la normatividad de la comunidad, transformándose en un ser no productivo y peligroso.

Los manicomios se formaron a partir de la existencia de individuos que no se adecuaban al sistema, quedando marginados y vagando por los límites de las comunidades, quienes fueron encerrados en estas instituciones para reeducarles o tratar de enseñarles, con métodos retrógrados, a reinsertarse en la sociedad y trabajar a ser productivos. Posiblemente quien haya sido considerado en otra época como un libertador por sus ideas revolucionarias ahora sólo se le vería como un peligro para la seguridad del Estado, por sus ideas extrañas. Para no ser abatido en la lucha contra el dominio avasallador de la verdad dentro de la caverna, este sujeto libertador afirmará que existe una verdad ajena a lo establecido por las instituciones y propondrá entenderla bajo la representación subjetiva de las ideas e incluso por la percepción de los sueños. De esta manera, será Descartes quien se refiere a la ilusión onírica de la verdad, como dimensión de inconsciente negación, de ignorancia y falsa apariencia de liberación:

Mas este designio es penoso y laborioso, y cierta dejadez me arrastra insensiblemente al curso de mi vida ordinaria; y como un esclavo que sueña que está gozando de una libertad imaginaria, al empezar a sospechar que su libertad es un sueño, teme el despertar y conspira con esas gratas ilusiones para seguir siendo más tiempo engañado, así yo vuelvo insensiblemente a caer en mis antiguas opiniones y temo el despertar de esta somnolencia, por miedo de que las laboriosas vigilias que habían de suceder a la tranquilidad de mi reposo, en lugar de darme alguna vez en el conocimiento de la verdad, no sean bastantes a aclarar todas las tinieblas de las dificultades que acabo de remover”. (Descartes, 1981, p.167)

Para Foucault se rescata el cuestionamiento a  Descartes hecho por Derrida, pues si bien Descartes plantea que el sueño permite dudar del lugar en que se está, de lo que se ve, de lo que se toca; la locura según Derrida no es un instrumento ni una etapa de la duda; pues el “yo, que piensa, no puede estar loco”. Descartes plantea que todos los conocimientos de origen sensible pueden engañarlo, simulando encontrarse ante la objeción asombrada del no- filósofo imaginario, al que aterra semejante astucia pero no todos los conocimientos sensibles lo engañarían pues sin ellos se estaría loco, por ende sería irrazonable guiarse por los locos. Desde ese punto de vista el soñador está más loco que el loco. O, al menos, según Foucault, el soñador, respecto al problema del conocimiento, está más lejos que el loco de la percepción verdadera. (Foucault, 1991)
Mientras que Emile Durkheim en torno a la discusión de la verdad en la libertad expresa que el peso que tiene cada uno de estos componentes hará que se incline, luego de un sinnúmero de argumentos, en un sentido estrictamente socializador; y concibe, con convicción, que la adhesión al grupo social, luego de un análisis científico- positivo de la sociedad, es la única forma de libertad. El socializar y libertar para Durkheim son dos aspectos que la educación debe brindar a los individuos de un grupo social determinado. Para él no existe contradicción entre estos aspectos y ve en la socialización la posibilidad de libertad del individuo. Esta será política y será tratada con gravedad por los exponentes más altos del liberalismo. Para quienes el individuo ejerce su libertad (considerada en relación con la acción del hombre y, por consiguiente, en relación con la política) comprendida dentro de una dimensión social, de orden social dinámico. La libertad es un concepto utilizado por muchas sociedades para convencerlas de luchar contra un gobierno, o por los jóvenes, exigiendo su libertad o emancipación familiar. Todo el mundo cree en la libertad, todo el mundo la desea y la mayoría cree firmemente que es libre.  Despojarse de una prisión podría llamarse libertad, el esclavo soltado puede sentir que esa es la verdadera libertad, pero a penas se enfrente a la realidad que jamás conoció por ser un esclavo, se dará cuenta de que ahora es un esclavo sin cadenas y que sólo cambió de dueño,  uno que intenta ocultar su poder sobre nosotros. 
Los hombres no son realmente libres de crear su propia identidad, sino que ya hay alguien que la pensó antes para ellos, existe una macroestructura que los predetermina. La identidad social y personal forma parte, ante todo, de las expectativas y definiciones que tienen otras personas respecto del individuo cuya identidad se cuestiona.  En el caso de la identidad personal, estas expectativas y definiciones pueden surgir aún antes de que el individuo nazca, y continuar después de su muerte, es decir que existen, entonces, en momentos en que el individuo carece de sensaciones y, por supuesto, de sensaciones e identidad. (Goffman, 1980. p.126)
La aparición del “incorregible”, el individuo a corregir, es coetánea de las puesta en práctica de las técnicas de disciplina que tienen lugar en occidente durante los siglos XVII y XVIII- en el ejército, en los colegios, en los talleres y un poco más tarde en las propias familias-. Los nuevos procedimientos de adiestramiento del cuerpo, del comportamiento, de las actitudes, presentan el problema de aquellos que escapan a esta normatividad.

“Cuando a fines del siglo XVIII se pide la puesta en vigor de una educación natural, se trata a la vez del contacto inmediato de los padres y los hijos, la sustantivación de la pequeña familia en torno al cuerpo del niño, y al mismo tiempo, la racionalización y la penetrabilidad de la relación padres-hijos por una racionalidad y una disciplina pedagógica medica. Se consiguió penetrar  la familia con criterios poéticos y morales. Pero en el mismo momento se pide a los padres no sólo que encaucen a sus hijos para que puedan ser útiles al estado; sino que se solicita a esas mismas familias que hagan la retrocesión efectiva de los niños al Estado, que confíen, sino su educación básica, sí al menos su instrucción técnica, a una enseñanza que será directa o indirectamente controlada por el Estado”. (Foucault, 2000, p.242)

El panoptismo, la disciplina y la normalización caracterizaban esquemáticamente esta nueva fijación del poder sobre los cuerpos que se implantó en el siglo XIX. Y el sujeto psicológico, objeto de un posible conocimiento, susceptible de aprendizaje, de formación y corrección, espacio eventual de desviaciones  patológicas y de intervenciones moralizadoras, no fue más que el reverso del proceso de sometimiento. Lo que se encuentra en la base de las formas patológicas es el conflicto en el seno de la sociedad, entre las formas de educación de un niño en las que ella oculta sus sueños, y las condiciones que brinda a los adultos, donde se encuentran, por el contario, el presente real y las miserias del loco.
            Para Foucault el nuevo escenario de la locura es simultáneo con la nueva relación que se establece entre el loco y el que lo reconoce como loco, el médico que lo supervisa y lo juzga con una mirada objetiva, como característica de la disciplina científica naciente. La locura ya no será percibida desde la razón sino desde la libertad, pues el estar loco es perder la libertad; una vez  perdida la libertad está perdida la razón. El análisis de la locura y de la figura del loco como objeto de estudio debe comenzar con una contextualización histórica sobre el desarrollo que ha visto el concepto de alineación mental como parte constituyente del conflicto en las patologías mentales. El sentido histórico de la alineación mental, desde su forma primitiva, era la posesión en la que ha visto la antigüedad el signo mayor de la locura, ya que la problemática transformación del hombre en un “otro” distinto, quien actúa o se debate por una fuerza venida de no se sabe dónde, dominó completamente el escenario.

A comienzos de la época clásica la locura era percibida como algo que pertenecía a las quimeras del mundo; podía vivir en medio de esas quimeras y no tenía porque ser separada de ellas más que cuando adoptaba formas extremas o peligrosas.  Hasta que este energúmeno, considerado así por los griegos, fue recogido por la tradición cristiana creando la figura del demonio que habita dentro del individuo produciendo que el poseído fuera considerado como la presencia encarnada del demonio. Este combate eterno reconoce el drama del hombre aprisionado entre lo divino y lo satánico.  Sin embargo, después del Renacimiento, la posesión adquirirá un nuevo sentido, según Foucault además de la posesión del cuerpo será posesión del espíritu, por el espíritu, como abolición de la libertad. (Foucault, 1991)

El encierro a gran escala a partir del siglo XVII aparece como una fórmula intermedia entre el procedimiento negativo de la interdicción judicial y los procedimientos positivos de corrección. La enclaustración funciona fuera de la ley, pero se justifica apelando a la necesidad de corregir, de provocar el arrepentimiento. Antes del siglo XVIII la locura no era objeto sistemático de internamiento y era considerada fundamentalmente como una forma de error o de ilusión. Se entiende que en tales condiciones el lugar privilegiado en que la locura podía y debía manifestarse plenamente era en los varios lugares terapéuticos reconocidos y sobre todo en la naturaleza, puesto que constituía la forma visible de la verdad; la naturaleza poseía en sí misma el poder de disipar el error , de volatilizar las quimeras. Las prescripciones médicas eran pues casi naturalmente el viaje, el reposo, el paseo, el retiro, la ruptura con el mundo artificial y vano de la ciudad.

El siglo XVIII aportará luego una idea capital: se considerará que la locura no es una superposición de un mundo sobrenatural al orden de lo natural, sólo la desaparición de las facultades más altas del hombre. De esto surge entonces una concepción humanista cuando se abandonó la posesión demoníaca para llegar a la práctica inhumana de la alineación. En el siglo XIX el cambio de paradigma continúo su rumbo y el enfermo mental perdió el uso de las libertades que le confirió la revolución burguesa en Francia y la Declaración de los Derechos del Hombre. Se creó de este modo el enajenado, cercenándolo de la comunidad de los hombres aunque en teoría, le reconocía en plenitud su naturaleza humana. Se le ha ubicado en una humanidad abstracta despidiéndolo de la sociedad concreta: esta abstracción se realizará desde entonces en la internación. (Foucault, 1991)

En el corazón de la locura, el delirio del ser enajenado en el siglo XX tomó un nuevo sentido. Antes se definía completamente en el espacio del error: ilusión, creencia falsa, opinión mal fundada y envolvía todo lo que un pensamiento puede producir cuando ya no está colocado en el dominio de la verdad. Ahora, el delirio es el lugar de un enfrentamiento perpetuo e instantáneo, el de la necesidad y el de la fascinación. En la historia occidental, la experiencia de la locura -como se ha descrito- fue desplazada en la cultura. Pasando del conocer, practicar y tolerar al reprimir y excluir lo prohibido que significa la locura para ocupar una región indecisa, difícil de precisar. Se ha pasado de la época de la confianza en aquellos individuos que prometían tener la respuesta hacia la opresión del mundo, a la época del encierro donde todos aquellos que osaron conciente o inconscientemente oponerse a la institución reglamentaria de la sociedad fueron trasladados hacia la región del insensato. El internamiento clásico abarcaba junto con la locura, el libertinaje de pensamiento y de palabra, la obstinación en la inequidad o la heterodoxia, la blasfemia, la brujería, la alquimia, la locura era considerada como el lenguaje excluido. Se puede constatar la represión de la locura contra quien pronuncia palabras sin significado (denominados como los “insensatos”, los “imbéciles”, los “dementes”), o quien utiliza palabras desacralizadas (los “violentos”, los “furiosos”) o quien usa significados prohibidos (los “libertinos”, los “obcecados”, los “libertarios”, los “anarquistas”) (Foucault, 2009)
El occidente cristiano inventó la confesión como una coacción que impuso a todos quienes profesaron esa fe la obligación de decirlo todo para borrarlo todo, de formular hasta las menores faltas en un murmullo ininterrumpido, encarnizado y exhaustivo. A partir de esto se puede comprender que la prisión se haya convertido en la forma general de punición hacia los pecadores y haya sustituido el suplicio. La coacción ejercida sobre los cuerpos, su control, era el modo que adoptó aquella forma de poder, para ejercer directa e indirectamente sobre los individuos la forma de plegarlos y utilizarlos, pues su tiempo comenzó a ser medido y plenamente utilizado. (Foucault, 1993). Cuando el libertador se convirtió en un hombre peligroso la institución psiquiátrica y la judicial hicieron del individuo peligroso el objetivo principal de la intervención punitiva. Cada vez más la psiquiatría del siglo XIX se orientará hacia la búsqueda de los estigmas patológicos que pueden marcar a los individuos peligrosos: locura moral, locura instintiva, degeneración. El fenómeno por el cual a aquel a quien se le ha dado un poder, como por ejemplo el del libertador que cree en la necesidad de despertar a sus pares de la ilusión de la caverna, es ridiculizado o mostrado bajo una luz desfavorable, a través de cierto número de ritos y ceremonias, se trata de un ritual para limitar los efectos del poder. Al momento de mostrar por parte de la comunidad el poder hacia el individuo antes envestido de aquel, como abyecto, infame, ubuesco o simplemente ridículo, no sólo se trataría de limitar sus efectos y descoronar trágicamente a quien recibe la corona, sino también de manifestar de manera patente la inevitabilidad del poder, la imposibilidad de eludirlo, que puede funcionar precisamente en todo su rigor y en el límite extremo de su racionalidad violenta, aun cuando esté en manos de alguien que resulta efectivamente descalificado. Pero si se considera a la figura del libertador que ha caído en la del loco, también se debe considerar que el individuo no podría ser juzgado en soledad sino que se debe considerar la influencia que tiene sobre él la comunidad, pues si está enfermo es el medio el cual resalta la individualidad del sujeto enfermo, ya que su realidad permite la abstracción y cada individualidad mentalmente patológica debe ser atendida a través de las actitudes del medio a su respecto
La norma de la comunidad se define por el papel de exigencia  y coerción que es capaz de ejercer con respecto a los ámbitos en que se aplica. Es portadora de una pretensión de poder como elemento a partir del cual puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio del poder pero cuya función no es necesariamente la de excluir o rechazar sino que está ligada a una técnica positiva de intervención y transformación. Lo anormal, lejos de ser el núcleo elemental de la enfermedad, es una consecuencia de lo patológico. Mientras que la alineación es la verdadera condición de enfermedad. Cuando el hombre no puede reconocer significación humana y viva en las producciones de su actividad, cuando las determinaciones sociales y económicas lo oprimen sin que pueda encontrar su lugar en el mundo, entonces vive el conflicto del síndrome esquizofrénico. Cuando el mundo contemporáneo hace posible la esquizofrenia no es porque sus técnicas lo hacen inhumano y abstracto, sino porque el hombre utiliza esas técnicas de tal modo que el mismo ya no se puede reconocer en el mundo. La sociedad burguesa, que por sus propios conflictos ha hecho posible su enfermedad mental es abstracta en relación al individuo concreto y a sus condiciones de existencia y continuamente pone en conflicto la idea unitaria que se hace del hombre y del status contradictorio que se le otorga. El enfermo mental es por ende la conclusión final de esta sociedad en conflicto, que le expulsa a los límites exteriores de la sociedad, para no ver en el loco la escandalosa expresión de sus mismas contradicciones. La sociedad burguesa no desea ver su rostro reflejado en quienes excluye de ella y que constituyen la alienación social. La idea del poder como una instancia de represión cuya función principal es reproducir y, por consiguiente, conservar unas relaciones de producción. 

Una crítica hacia la noción de represión en el caso de la locura es por ejemplo cuando al leproso se le trataba en base a prácticas de exclusión, prácticas de rechazo, de marginación, esa es la misma forma cómo hoy aún se describe la manera en que se ejerce el poder sobre los locos, los enfermos, los criminales, los desviados, los niños, los pobres. Por lo general se describen los efectos y los mecanismos de poder que se ejercen sobre ellos como mecanismos y efectos de exclusión, descalificación, exilio, rechazo, privación, negación, desconocimiento; es decir, todo el arsenal de conceptos y mecanismos negativos de la exclusión. (Foucault, 2000). Existe una pertinencia esencial entre el enunciado de la verdad y la práctica de la justicia destinada a reglar la justicia por una parte, las instituciones calificadas para enunciar la verdad, por la otra. Donde se encuentran el tribunal y el sabio se formulan enunciados que tienen el status de discursos verdaderos con efectos judiciales considerables y que tienen la curiosa propiedad de ser ajenos aún a las reglas más elementales. De esto se desprende la institucionalización de la psiquiatría como una rama especializada de la higiene pública y dominio particular de la protección social pues cuando el crimen sin razón se convierte en la confusión absoluta para el sistema penal no se puede ejercer el poder de castigar. Si el poder de la psiquiatría logra identificar o analizar el crimen sin razón será objeto de una inmensa codicia por la justificación de su poder.
Junto con la codificación de la locura como peligro social, la psiquiatría empezó a funcionar como saber y poder dentro del dominio general de la higiene pública, concebida como la  protección del cuerpo social, procurando hallar a todos los individuos que  pueden ser peligrosos para la sociedad. Sobre la pérdida de la libertad de los apresados en instituciones mentales Goffmann propondrá una dura crítica hacia quienes mantienen a los internos tratándolos de forma infrahumana sin tener en cuenta que nadie tiene el derecho a prejuzgar y actuar sobre la vida de nadie. El hecho de que hayan tenido un pasado oscuro no les merece tratarles como animales. Pero es un hecho que hasta el día de hoy existen presos que prefieran vivir internos coartados de su libertad quizás por miedo, o por no ser capaces de encajar en una sociedad donde no se les permite comenzar de nuevo, no obstante estos son los menos, las condiciones de higiene, salud, convivencia, y estado moral, siguen siendo, en el mayor de los casos, inadmisibles (Goffmann, 1980).
Los cánones preestablecidos por la sociedad, provocan que todas las personas que rodean a un individuo tengan ciertas expectativas sobre él; debido a su sexo, a su etnia, a su nivel socioeconómico, etc.  Estas expectativas, lo más común, es que se cumplan, y que así no exista un forcejeo entre esta persona y los que lo rodean, complacidos cumpliendo el plan que tenían para él.  Pero la sociedad, aunque esté estructurada, hay variantes que se permiten poco a poco, y dejan de ser anormales, abriéndose en algún momento las opciones para elegir dentro de la macrosociedad a la que se pertenece. No se logra la libertad, en ningún momento, sólo se abren nuevas opciones.
En este sentido la educación es una práctica común para todas las sociedades, surge con el hombre. Como seres humanos con la capacidad de pensar y razonar, estamos consientes de que al educar, estamos entregando información importante para la vida del otro, para que éste se desarrolle, por medio de convenciones la educación en el hogar hace impulsar a la moral.

La mayor parte de los moralistas, en efecto, presentan la moral como si toda ella estuviera contenida en una fórmula única y muy general; precisamente por esto admiten tan fácilmente que la moral reside por completo en la conciencia individual, y que una simple mirada a nuestro interior basta para descubrirla. (Durkheim, Emile. 1947. p.31)

La moral no es natural.  Ante esto es posible pensar que nuestra mente es capaz de ser educada en cualquier moral imaginable, “(…) La moral es un sistema de reglas de acción que predeterminan la conducta.  Dicen cómo se debe actuar en los casos dados, y actuar bien es obedecer bien.” (Durkheim. 1947. p. 31)  La educación moral proviene de la familia, luego del colegio, y luego de los grupos sociales a los que el hombre se integre. Junto con la nación, la cultura del país, la raza, la ubicación geográfica, se va educando la mirada.

 […] No es necesario que exista comunión intelectual o moral alguna, ni que intercambien servicios, ni siquiera que hablen el mismo idioma; tampoco se sienten más ligados después de la transmisión que antes de que ésta se produzca. En suma, el procedimiento por el cual imitamos a nuestros semejantes es el mismo del que nos valemos para reproducir los ruidos de la naturaleza, las formas de las cosas, los movimientos de los seres. Y así como no hay nada de social en estos casos, tampoco lo hay en la imitación.  Ésta tiene origen en ciertas propiedades de nuestra vida representativa que no proviene de ninguna influencia colectiva. (Durkheim, 1965. p.87)

Durkheim se refiere  a la imitación como algo individual, que no tiene que ver con lo social, viene de la naturaleza humana el imitar, tanto la actitud de otra persona, como el vestuario, el caminar, el hablar, etc. Así, a partir de la imitación de distintas personas se va conformando en una sociedad. Es así como Durkheim justifica la función formativa de la escuela cuando “al pedir a la escuela que prepare a los niños para una vida social más alta que la de la familia no exigimos pues nada que no sea conforme con su naturaleza.” (Durkheim. 1947. p 217)
Para lograr este acto de sometimiento, y convencer a millones de personas de que todo está bien y que es parte de nuestra naturaleza, nos disciplinan. “La disciplina proporciona hábitos a la voluntad y le impone frenos.  Regulariza y contiene”. (Durkheim, Emile. 1947. p.53)  El hombre no sería libre de hacer lo que su sentir le indica, no puede dejarse llevar por sus deseos mutando su verdadera voluntad y desapareciendo en su forma original para adaptarse a la inculcada. 
La tranquilidad de aquellos diferentes, aquellos que son tomados por locos  no tiene que ver con su individualidad, tiene que ver con lo social, el hombre no puede ser feliz porque es reprimido socialmente, es discriminado, y al ser distinto, incluso un hombre de una cultura distinta no logra ser feliz. Porque la sociedad que lo rodea se preocupará de negárselo.
La disciplina es pues útil, no solamente por interés de la sociedad o como medio indispensable sin el cual no puede haber cooperación regular, sino por el interés del individuo.  Por medio de ella aprendemos a moderar el deseo, sin lo cual el hombre no puede llegar a ser feliz. (Durkheim, Emile. 1947. 54)

La educación se supone con el fin de llevar a los hombres  hacia la verdad, de mostrarles todo lo que hay, cómo funciona, el porqué de las cosas, enseñarles el mundo para que puedan llegar a la verdad, para que puedan salir de la caverna. La educación, finalmente se minimiza en la formación de individuos que puedan convivir en sociedad, unos con otros, en mutua cooperación. Sólo enseña verdades, más que la verdad, y les hace ver las cosas de una cierta forma, sin que puedan realmente llegar a la verdad.  La ignorancia es una gran comodidad, el no saber elimina la culpa, el perdón, los errores, las labores y muchas preocupaciones.
Es inevitable el vínculo de una cultura con aquello mismo que ella excluye. Por esto, presumir que hoy pueda desparecer la locura sólo puede solventarse en deshacer la implicación que la tomaba y de ninguna forma significaría decir que desaparece, por tanto, la forma general de transgresión, cuyo rostro visible ha sido durante siglos la locura. La sinrazón no se encuentra como presencia furtiva, como rostros extraños, del otro mundo, como en la Edad Media gustaba reconocerse, sino como la máscara de lo imperceptible de lo familiar y de lo idéntico. La sinrazón remonta poco a poco lo que la condena, es decir, a la sociedad en su conjunto y a sus instituciones para retenerla, pues creyendo instaurar con la locura una pura relación de juicio y de definición “aquel hombre es un loco” ha establecido un nexo de posesión y de oscura pertenencia, pues es al loco finalmente al que se ha generado y se ha convertido en  propio de cada sociedad. La razón no puede dar fe de la locura sin comprometerse ella misma en las relaciones de posesión porque la sinrazón no está fuera de la razón, sino justamente en ella, poseída, investida por ella y cosificada.

Dejando de lado la lógica clásica discursiva, pues se pierde en los laberintos del delirio, y se agota al seguir los razonamientos del paranoico, una manera de adentrarse al entendimiento de las complejidades de la locura es considerar a la intuición como método para ir más rápido y más lejos en el desafío del entendimiento, desplegando de una sola mirada las totalidades esenciales. La intuición logra reducir hasta anular, la distancia que conlleva todo conocimiento objetivo. La intuición en oposición a la lógica discursiva trata de ver el mundo patológico con los ojos del mismo enfermo: la verdad que busca no corresponde al orden de la objetividad, sino de la intersubjetividad. Tomando para finalizar a Jaspers, según su Psicopatología General, “la comprensión puede extenderse mucho más allá de las fronteras de lo normal, y la comprensión intersubjetiva puede alcanzar al mundo patológico en su esencia. El objetivo es restituir mediante esta comprensión la experiencia que el enfermo tiene de su enfermedad y el universo patológico sobre el cual se abre esta conciencia de la enfermedad que la constituye”. (Jaspers, 1996, p.482)

¿Existe entonces la libertad realmente? La verdad es que la hipótesis acerca de que sólo nos alargan las cadenas podría ser cierta. De a poco, a medida que pasa el tiempo, vamos tirando y tirando, y éstas comienzan a ceder, al principio más fácilmente, hasta que llega un punto en el que nos estancamos, aquel punto en el que la sociedad no ha creado nada más allá, aquel punto en el que ser raro, ser diferente, el estar más cerca de la luz, sigue siendo normal, sigue estando bajo la norma establecida. Pero habrá algunos quizás que han logrado continuar más allá y zafarse de toda cadena. Pocos, ya que incluso aquellos intelectuales estudiosos que entienden que están atrapados aquí dentro, no tienen cómo salir, porque para hacerlo tendrían que despojarse de todo razonamiento, lograr eliminar cualquier huella o rastro de nuestra educación, y así y sólo así, llegará a ser libre. El problema, es que nunca sabrá que logró su cometido, ya que no tendrá el razonamiento para poder hablar de libertad, pues al vivir en total libertad, la libertad es la norma, y ya no es reconocible.


Referencias
Foucault, Michel. (2009). Historia de la locura en la época clásica. Bs. Aires, Ed. Fondo Cult. Econom.
Foucault, Michel (1993). La vida de los hombres infames. La Plata, Ed. Altamira.
Foucault, Michel. (2000) Los anormales. Bs. Aires, Ed. Fondo Cult. Económ.
Foucault, Michel. (1991) Enfermedad mental y personalidad. Barcelona, Ed Paidós.
Descartes, René. (1981). Meditaciones metafísicas.  Santiago. Editorial Universitaria.
Heidegger, Martín. [197-] Doctrina de la verdad según Platón y; Carta sobre el humanismo. Santiago. Publicación Universidad de Chile, Centro de Estudios Humanísticos y Filosóficos.
Platón. (2009) La república o el Estado. Madrid. Editorial Edaf.
Durkheim, Emile. (1974) Las reglas del método sociológico. Buenos Aires. Ed. La Pleyade.
Durkheim, Emile. (1947) La educación moral. Buenos Aires. Ed. Losada S.A.
Durkheim, Emile. (1965) El suicidio. Buenos Aires. Ed. Schapire.
Goffman, Erving. (1980) Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.
Jasper, Karl. (1996) Psicopatología General. México DF. Fondo Cult. Económ. España. 

Interpretación marxista histórica sobre el desarrollo de la existencia social y cultural en el Chile moderno. Hegemonía cultural en las instituciones formativas.


Antonio Gramsci

A partir de la problematización que hace Williams en cuanto a determinación y hegemonía junto con la utilización del concepto de cultura que desarrolla Eagleton se propone como tesis la relación que han mantenido con lo hegemónico las instituciones de educación superior públicas y estatales chilenas luego de la dictadura.  Para desarrollar esta premisa, primero se debe clarificar el hecho de que para autores como Terry Eagleton “la expresión «instituciones culturales» es una tautología, puesto que no hay instituciones que no sean culturales” (Eagleton, 2001, p.60). Así también se debe intentar aclarar el concepto de cultura del que emanarán las sucesivas problematizaciones.

Durante un largo tiempo la cultura estuvo compuesta sólo por su noción selecta; en la actualidad ha variado considerablemente que casi no deja nada fuera de él. No obstante se ha especializado demasiado en la fragmentación de la vida moderna, para Raymond Williams el alcance de una cultura “normalmente es proporcional al área de un lenguaje y no al área de una clase” y describe luego a la cultura como “el sistema significante a través del cual (...) un orden social se comunica, se reproduce, se experimenta y se investiga” (Eagleton, 2001, p.56). Para Eagleton, “el hecho de que una serie de gente pertenezca al mismo lugar, a la misma profesión o a la misma generación no significa que formen una cultura; sólo lo hacen cuando empiezan a compartir hábitos lingüísticos, tradiciones populares, maneras de proceder, formas de valoración e imágenes colectivas” (Eagleton, 2001, p.63).

Williams también enumeró cuatro significados distintos de cultura: como un hábito mental individual; como un estado de desarrollo intelectual de toda una sociedad; como el conjunto de las artes; y como una forma de vida de un grupo o de un pueblo en su conjunto. Sin embargo, para Eagleton, “si bien todos los sistemas sociales implican significación, no todos son sistemas de significación, es decir, sistemas «culturales»” (Eagleton, 2001, p.58). Mientras que para Eagleton “la cultura es un elemento constitutivo de otros procesos sociales, y no su simple reflejo o representación y se puede entender, aproximadamente, como el conjunto de valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la forma de vida de un grupo específico” (Eagleton, 2001, p.58), la proposición que plantea Williams con respecto a que el ser social  determina la conciencia se enfrenta a la proposición que se ha sostenido más comúnmente dentro del análisis cultural marxista, el cual plantea la existencia de una base determinante, de una superestructura previamente determinada, que rige la producción social en la vida de los hombres, siendo por esto la existencia social la que determina su conciencia. Planteamiento materialista, marcadamente burgués y capitalista que caía en descripciones de superestructuras universales y generales con leyes constituidas como verdades fundamentales, por el hecho de constituirse el capitalismo como el único lenguaje disponible de la época, pues se vivía en una sociedad capitalista y era lo único conocido hasta ese momento. (Williams, 1980)

Para Marx esta determinación llega a un punto de su desarrollo en que el hombre entra en conflicto por las formas de producción que lo someten, siendo consciente de sus impedimentos puede dar inicio a una época de revolución social donde se toma consciencia del conflicto y se le combate (Marx. 1859), pero no se toma total consciencia de que las formas culturales (religiosas, estéticas o filosóficas) son las que constituyen  la totalidad de la actividad cultural;

«Sobre las numerosas formas de propiedad, sobre las condiciones sociales de la existencia, se erige toda una superestructura de sentimientos (empfindungen), ilusiones, hábitos de pensamiento y concepciones de vida variados y peculiarmente conformados. La clase en su totalidad las produce y configura a partir de su fundamento material y de las condiciones sociales correspondientes. La unidad individual hacia la cual fluyen, a través de la tradición y la educación, puede figurarse que ellas constituyen las verdaderas razones y las verdaderas premisas de su conducta» (Marx, 1859, pp. 272-273).

Al realizar una interpretación marxista histórica sobre el verdadero desarrollo de la existencia social del hombre se comprende la presencia de una variación dinámica, no fija, entre las relaciones de producción y sus consiguientes relaciones sociales. Esta variación se presenta en forma de contradicciones que establecen que ni la base, como proceso dinámico e internamente contradictorio pero considerada clásicamente como la verdadera existencia social del hombre, ni la superestructura, como propiedad fija para la deducción de los procesos variables, presentan la relación decisiva, como proceso especifico, que sí puede presentar la determinación como objeto de estudio. Es decir, sería mucho más beneficioso, para una investigación apropiada separarse del concepto de superestructura, que lo dictamina todo e intentar trasladar los esfuerzos para desarrollar en base al concepto de determinación. Lamentablemente este concepto es a veces confundido con el “determinismo abstracto”, comprendido como la reducción de cualquier expresión o contenido ante algún poder predominante  y que ve decidido su resultado cuando se prescinde del deseo de los agentes, quedando determinado por una situación o posición económica la cual no permite que algo sea real y significativo por si mismo, cuyo carácter esencial es conservado para controlar los resultados y donde las fuerzas productivas parecen constituir un mundo "autosubsistente” dentro de la sociedad capitalista.

Frente a este determinismo metafísico Engels propondrá la determinación como un proceso histórico humano de acción directa en  el mundo material, enmarcado por una fijación de límites, en donde “(…)somos nosotros mismos quienes producimos nuestra historia, aunque lo hacemos, en primera instancia, bajo condiciones y supuestos muy definidos”. (Williams. 1980 p.7) Estas condiciones están referidas al punto particular del tiempo en que los hombres se encuentran o hayan nacido, como proceso independiente de su voluntad sin poder controlarlo. Por ende, la única alternativa que le queda al hombre es intentar comprenderlo y guiar sus acciones en armonía con él. Es fundamental que no sólo se trate de fijar límites sino que por cierto se deben realizar presiones como un acto de propósito, entendido como determinación positiva para ser experimentado ya sea individualmente como dentro de un acto social. Acá se encuentra la cooperación social y la aplicación de conocimiento social para producir sociedades, como fuerza productiva, pero se entiende que en una sociedad capitalista la producción material será una forma específica determinada y comprendida en las formas del capital, de trabajo asalariado y de producción de mercancías.

En la actualidad la industria del ocio y el entretenimiento están subordinados al capitalismo constituyéndose en instituciones capitalistas dentro de un mercado capitalista. Donde la clase gobernante ha consagrado efectivamente gran parte de la producción material al establecimiento de un orden social y político pues necesita la producción material para  la subordinación práctica de todas las actividades humanas.

“Desde los castillos, palacios e iglesias hasta las prisiones, asilos y escuelas; desde el armamento de guerra hasta el control de la prensa, toda clase gobernante, por medios variables aunque siempre de modo material, produce un orden político y social. La complejidad de este proceso es especialmente notable en las sociedades capitalistas avanzadas, donde está totalmente fuera de lugar aislar la «producción» y la «industria» de la producción material de la «defensa», la «ley y el orden», el «bienestar social», el «entretenimiento» y la «opinión pública” (Williams, 1980.p.12)

                Geoffrey Hartman plantea en The Fateful Question of Culture que “ahora tenemos la cultura de la fotografía, la cultura de las armas, la cultura de servicios, la cultura de museos, la cultura de sordos, la cultura del fútbol,... la cultura de la dependencia, la cultura del dolor, la cultura de la amnesia, etc.” (Eagleton, 2001, p.62). Cuando la producción cultural se integra con la producción de bienes en general, se torna muy complejo identificar dónde acaba el ámbito de la necesidad y dónde empieza el reino de la libertad, pues cuanto más difícil se vuelve obtener las cosas, según Richard Rorty, “(…) más cosas hay que temer, más peligrosa es la situación y menos tiempo y esfuerzo puede uno dedicar a pensar cómo ven las cosas las personas con las que uno no se identifica de modo inmediato. (…) Seguridad y simpatía van unidas, por la misma razón que van unidas la paz y la productividad económica. (…) (Eagleton, 2001, p.76). Por ende, sólo al tener dinero de sobra se puede tener imaginación pues la riqueza nos libera del egoísmo mientras que al faltar el sustento sólo se piensa en las necesidades materiales.

Ante la concepción tradicional de hegemonía que decía ser “la  dirección política o dominación, especialmente en las relaciones entre los Estados” el concepto propuesto por Gramsci se diferencia al plantear que “es un concepto que, a la vez, incluye—y va más allá de—los dos poderosos conceptos anteriores: el de «cultura» como «proceso total» en que los hombres definen y configuran sus vidas, y el de «ideología», en cualquiera  de sus sentidos marxistas, en la que un sistema de significados y valores constituye la expresión o proyección  de un particular interés de clase”.(Williams, 1980, p.14)  Se entenderá entonces el concepto de clase, según lo planteado por Edward Thompson, como un fenómeno histórico, nunca una estructura, “que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia”, (Thompson,1989, p.1) lo que tendrá lugar en las relaciones humanas que se dan en la formación social y cultural y que surge de procesos los cuales sólo pueden estudiarse mientras se resuelven por sí mismos a lo largo de un considerable período histórico.

Por otro lado, Williams, planteará una clara diferencia entre el concepto de dominio, expresado como forma directamente política y usado mayormente en tiempos de crisis por medio de acciones coercitivas directas o efectiva, y de hegemonía, representado como fuerzas activas sociales y culturales que constituyen los  elementos necesarios para relacionar el “proceso social total” con las distribuciones específicas del poder y la influencia.  (Williams, 1980) Puesto que en toda sociedad de clases existen desigualdades específicas en los medios que posee el hombre para definir y configurar su existir, la capacidad para realizar ese proceso, que está organizado prácticamente por significados y valores específicos y dominantes, se hace altamente necesario el reconocimiento de la dominación y la subordinación como un proceso total.

“Por ahora se pueden fijar dos grandes planos superestructurales, el que se puede llamar de la "sociedad civil", que está formado por el conjunto de los organismos vulgarmente llamados "privados", y el de la "sociedad política o Estado"; y que corresponden a la función de "hegemonía" que el grupo dominante ejerce en toda sociedad y a la de "dominio directo" o de comando que se expresa en el Estado y en el gobierno "jurídico"” (Gramsci, 1975, p.5).

Los ciudadanos que se oponen olvidan que aunque que por definición la hegemonía siempre es dominante, jamás lo es de un modo total o exclusivo, por lo que son avasallados por un sistema decisivo y generalizado, que por cierto le excluye de las formas plenamente sistemáticas por una homología ideológica estructural, en donde cultural y artísticamente se precisan sólo expresiones semejantes que se aplican, tanto a las clases dominantes como a las subordinadas por medios abstractos. En la sociedad chilena contemporánea se observa que desde el momento en que la totalidad de la producción de las ideas pasó a manos de los que controlan los medios de producción, la clase subordinada no ha logrado comprender que las relaciones de dominación y subordinación le rodean y aprisionan, y no sólo a partir de la actividad política y económica, sino que en todas las esferas de acción, pues se ha impuesto sobre su conciencia una ideología que determina la esencia de las identidades y las relaciones subjetivas de tal manera que lo que es considerado como sistema cultural, político y económico, dan la impresión de ser presiones y límites impuestos a la simple experiencia y al sentido común. Mientras que la clase dominante no se siente amenazada, resistida, limitada, alterada o desafiada por quienes no son conscientes mayoritariamente de que deben luchar para rebelarse contra la “ideología de la clase dominante”, la cual constituye por medio de su hegemonía:

(…) “todo un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido sistema de significados y valores—fundamentales y constitutivos—que en la medida en que son experimentados como prácticas parecen, confirmarse recíprocamente. Por lo tanto, es un sentido de la realidad para la mayoría de las gentes de la sociedad, un sentido de lo absoluto debido a la realidad experimentada más allá de la cual la movilización de la mayoría de los miembros de la sociedad—en la mayor parte de las áreas de sus vidas— se torna sumamente difícil. (Williams, 1980, p.15)

La hegemonía por parte de las clases dominantes se vuelve la cultura de la dominación social que se internaliza en la práctica. Si es que no se genera hegemonía alternativa, según Gramsci, por medio de “la conexión práctica de diferentes formas de lucha” no conduciría, dentro de una sociedad desarrollada, a un sentido de la actividad revolucionaria mucho más activo que en situaciones históricas (con esquemas persistentemente abstractos), donde el pueblo que deba convertirse en una clase potencialmente hegemónica, que luche contra las presiones y los límites que impone una hegemonía poderosa ya existente. (Williams, 1980) Que entienda que una hegemonía dada es siempre un proceso, no un sistema o una estructura, puesto que se desarrolla como un complejo efectivo de experiencias, relaciones y actividades que tiene limites y presiones específicas y cambiantes que no se da de modo pasivo como una forma de dominación, ya que ella debe ser continuamente renovada, recreada, defendida y modificada. En ese sentido debiese estar unido a una conciencia de clase “que surge del mismo modo en distintos momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la misma forma”. (Thompson, 1989, p.2)

Para Gramsci las fuentes de hegemonía alternativa surgen de esta clase obrera, que según Thompson, tiene una existencia real cuando un grupo de hombres, conscientes de sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses, a la vez comunes a ellos mismos, en una determinada relación con los medios de producción frente a otros hombres, cuyos intereses son distintos y a veces opuestos a los suyos (Thompson, 1989). No es tampoco para Gramsci una clase ideal o abstracta sino que de sujetos que se ven a sí mismos, y los unos a los otros, en relaciones personales directas; los que comprenden el mundo natural y que utilizan sus recursos físicos y materiales en relación con lo que el pueblo trabajador defina como su cultura en base al ocio, el entretenimiento y el arte. (Williams, 1980) Si bien en todas las épocas se pueden reconocer formas alternativas o directamente opuestas de la política y la cultura que predominan en la sociedad, será su presencia activa la decisiva en el proceso hegemónico, con la finalidad de ejercer su control o incluso transformarlas para incorporarlas, al momento de la transmisión de una dominación (inmodificable) como en el caso chileno.

Por la falta de interés frente a lo que conlleva la cultura, el aparato estatal de violencia y coerción, es que se resiste un cambio radical. Pues al controlar a la clase homogénea desde dentro, debe a su vez imaginarlos desde dentro, sabiendo que no hay instrumento de conocimiento más eficaz para captar la vida interior de la cultura artística. Puesto que las obras de arte que aparentan mayor inocencia y estar ajenos al poder, describen mejor la vida emocional y por eso pueden servir también al poder. (Eagleton, 2001) El proceso cultural hegemónico siempre intentará adaptar los esfuerzos y contribuciones de los que de un modo u otro se hallan fuera o al margen en el momento que se ve amenazada. Ha sucedido estos últimos meses en la sociedad chilena, cuando se ve que el mercado, a través de la publicidad trata de utilizar a su favor la estética de los manifestantes y sus discursos formales para promocionar centros de desarrollo de la cultura hegemónica, centros de estudio privados y con fines discutibles. Pues la cultura “ya no es, con el sentido elevado de Matthew Arnold, una crítica de la vida; no, la cultura es la crítica que hace una forma periférica de vida a una forma de vida dominante o mayoritaria” (Eagleton, 2001. p.72).

La cultura como identidad es la continuación de la política por otros medios,  que puede funcionar como crítica de los imperios mientras persevere la esencia pura de identidad de grupo, pues los que protestan colectivamente contra una identidad excluyente entienden a lo diferente de otras culturas, sin establecer lo propio como norma ni patrón, con el que se comparan otras formas de vida, así se abre a la fascinante e inquietante singularidad que la alta cultura niega de lo político convirtiéndose en un aliado hegemónico. Es interesante el análisis cultural que se puede realizar en una sociedad tan acomplejada como la chilena para intentar entender los procesos activos y formativos que se pueden dar en las universidades publicas o estatales, para lo cual se necesitan métodos analíticos para diferenciar aquellas iniciativas culturales que buscan perdurar en el régimen hegemónico de quienes intentan transformarlo, las que son contribuciones alternativas  de aquellos que desean incorporarlas efectivamente o iniciativas de oposición. Pero en donde a todos se les fija indefectiblemente límites para quizás lograr neutralizar o negar las posibilidades de cambiar la tradición hegemónica. Pues en términos adaptativos difícilmente se hayan en estos espacios iniciativas independientes ya que es claro que todas, por estar desarrollándose en un espacio vinculado a lo hegemónico, la cultura dominante busca limitar y producir sus propias formas de contracultura, que no dejan de ser reproducciones determinadas y fijas de la cultura dominante. Según Gramsci, puesto que no existe actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual:

“cada grupo social, al estar determinado por una función esencial en la producción económica, crea orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que mantiene la homogeneidad y la conciencia de estos mismos sobre la función que deben desempeñar, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el político”.(Gramsci, 1975, p.1)

El estudio de las identidades específicas -nacionales, sexuales, étnicas, regionales- se ha desarrollado fuertemente en las universidades y ha dejado de lado la intención de otros discursos por superar la discusión, aportando una concepción de cultura entendida como signo, imagen, significado, valor, identidad, solidaridad y autoexpresión, que se ha vuelto motivo constante de lucha política para superar la hegemonía académica ganando en dimensión práctica. El capitalismo industrial al racionalizar y secularizar los centros de estudio ha cedido por un lado por el descrédito de sus propios valores metafísicos  pero se ha beneficiado al roer las bases que el proceso de secularización requiere para legitimarse. Por ende, las sociedades capitalistas ven con temor a quienes puedan debilitar los valores con los que ellas justifican su poder. En cualquier caso, cuando en el discurso académico se destaca la condición pluralista se desconoce que por estar en una cultura pluralista debe ser exclusivista, dado que debe dejar fuera a los enemigos del pluralismo. Ante esta situación, las comunidades marginales que no tienen acceso y participación en estos centros de estudio, suelen pensar a la cultura como algo opresivo llegando a compartir esa aversión por los hábitos de la mayoría culta  de elite, estado de opresión que justamente las  puede llevar a sentir empatía por la burguesía más frivolizada. Para evitar esto se puede observar que los intelectuales "orgánicos", que cada nueva clase crea junto a ella y forma en su desarrollo progresivo, son en general "especializaciones" de aspectos parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo que la nueva clase ha dado a luz para la expansión de la propia clase. (Gramsci. 1975)  Que los intelectuales que se reproducen en las universidades lleguen comprender a las comunidades marginales y les dejen de temer no es una cuestión de empatía, en donde:
“no te comprendo mejor porque deje de ser yo mismo, porque entonces no habría nadie que comprendiera o dejara de comprender. Que tú llegues a comprenderme tampoco consiste en que reproduzcas en ti lo que siento yo (…) En resumidas cuentas: el hecho de que yo no haya sido esclavo no me impide compartir lo que siente un esclavo; y puedo llegar a entender los sufrimientos que supone ser una mujer aunque yo no sea una mujer”. (Eagleton, 2001, p.79)

Es por este errado concepto de imaginación, -“como una pura ausencia de sentimiento, carente de una identidad propia, que se alimenta parasitariamente de las formas de vida de los otros, pero que trasciende esas formas de vida a través de un poder invisible que le permite introducirse sucesivamente en cada una de ellas”- (Eagleton, 2001, p.74), relacionado con la empatía,  que el poder siempre trata de calar en la subjetividad humana, por muy libre y privada que parezca. Pues la verdadera autoridad implica internalizar  la ley para gobernar con éxito y así “comprender los deseos y las aversiones de los hombres y no sólo sus tendencias de voto o sus aspiraciones sociales”. (Eagleton, 2001, p.80)

En Chile se pudo elaborar una subjetividad que se identificó con los anhelos modernizadores desde el momento en que el  pinochetismo impuso sus triunfos simbólicos, garantizados por los triunfos económicos de una revolución conservadora que estuvo apoyada por una infame dictadura, desde donde se comenzó a alentar el anhelo de permanecer en la modernización. Al modificar la estructura de sentimientos la subjetividad quedó articulada por la vida cotidiana como coherencia simbólica, contexto social y configuración política en la sociedad chilena contemporánea. Donde entre la modernización (como acceso) y la cultura (como participación) se encuentra la vida cotidiana como subjetividad formada por la identidad, la pertenencia y la identificación. Pero cuando se instaló el desarme de la vida cotidiana como terror constante, como al perder el trabajo, cuando al cesante se le arrebatan las relaciones sociales, se le provoca un gran desarraigo porque la estructura de sentimiento de la cultura nos presenta extraños sujetos atemorizados ante la posibilidad de perder acceso al empleo. La estructura de sentimiento capta la idea de que la cultura es las dos cosas al mismo tiempo, concreta e impalpable y establece una fuerte conexión entre lo objetivo y lo afectivo, en un intento de reconciliar la duplicidad de la cultura, es decir, la cultura como realidad material y la cultura como experiencia vital. Donde todo el conjunto de discursos que se producen en la consonancia entre modernización y vida cotidiana se materializan en el hecho de que algo muy grave ocurrió y sucedió también en el campo cultural chileno cuando su contenido se llenó de imaginarios modernizadores e impuestos. El televisor se volvió una institución moderna, se volvió lengua dentro de los hogares y dejó de ser un simple aparato, generando una relación simbólica entre cultura y modernización.  Con el llamado “apagón cultural” de la dictadura lo que habría sucedido a partir de entonces fue que los intelectuales previos a la dictadura fueron relevados de sus cargos, siendo sobrepasados por intelectuales reaccionarios y orgánicos al régimen. El proceso de modernización cultural eliminó la proletarización y lo que se ha instalado no es un afán democratizador sino que modernizador, pues el consumo se ha vuelto una práctica política y la condición política es generar adhesión por medio del acceso, ampliamente resuelto, pero no generar mayor participación, hecho que se encuentra cada vez más irresuelto.



Referencias

EAGLETON, Terry:La cultura en crisis”. En: La idea de cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales. Editorial Paidós, Barcelona, 2001.

GRAMSCI, Antonio: “Los intelectuales y la organización de la cultura”. Juan Pablos Editor, México DF, 1975. en www.archivochile.com /centro de estudios Miguel Henriquez

THOMPSON, Edward: “Prefacio”. En: La formación de la clase obrera. Editorial Crítica, Barcelona, 1989. en www.cholonautas.edu.pe / Bibiloteca virtual de Ciencias Sociales

WILLIAMS, Raymond: “Teoría Cultural”. En: Marxismo y Literatura. Ediciones Península, Barcelona, 1980. en www.geocities.com/nomfalso / Nombre Falso