lunes, 12 de noviembre de 2012

El Gatopardo (Il Gatopardo) Luchino Visconti, 1963



“o tempora o mores”  (lamento de Cicerón)
La Reunificación Italiana (il Risorgimiento) liderada por Garibaldi y otras figuras como Mazzini y el Rey Emanuele II de Saboya,  enfrentó duramente a las clases sociales de ese territorio en el siglo XIX. Algunas de sus constantes fueron la amenaza que significaba para el régimen aristocrático feudal y tradicionalmente estático el nuevo orden político, junto al reacomodo al que debió someterse la nobleza, amoldándose a las nuevas prácticas comerciales y políticas de la burguesía que ya comenzaba a destronarla,  hicieron que  los cambios en la sociedad italiana fuera aún más acelerados por las batallas armadas que se reproducían en esa época, trastocando aún más el orden establecido.
La emergencia de la revolución se instaló como excusa para que la antigua nobleza terrateniente de Italia se volviera a reconocer como clase dominante y regidora, mientras que el  liberalismo y la clase burguesa se disputaban cargos y títulos nobiliarios, antes dominados por los reyes y príncipes italianos. La Iglesia fue otra institución que debió enfrentarse a los acontecimientos generados por la revolución, obligados a hacer alianzas para de ese modo  la propiedad quedaría restringida nuevamente sólo a quienes la habían poseído por siglos.
La guerra  por la dominación de Italia (1860), así como las otra batallas del siglo XIX en la historia occidental dejaron de lado a las clases de los trabajadores, ya que los movimientos nacionales y emancipadores primero convocaron a las clases bajas para unirse a sus luchas ingestas, para luego ser despreciadas por los poderosos dejándolos en iguales o peores condiciones que antes.
Esta película por cierto no habla  sobre la plebe sino que describe el horror de la nobleza frente al futuro que ya no los considera como la cima de la jerarquía social pues el ascenso de los mercaderes y comerciantes, socios en una burguesía que se empoderaba cada vez más, eran la amenaza  que quitaría a la nobleza sus más preciados privilegios.
Algunos integrantes de la aristocracia optaron por acomodarse a los nuevos tiempos, transformándose a causa de  la adaptación de aquellos que no querían perder todos sus beneficios  debiendo acomodarse a los principios liberales, generando alianzas y otorgando títulos a  comerciantes en constante ascenso  económico, como a Don Calogero, el comerciante más poderoso de la región siciliana, que además de ostentar una gran fortuna posibilitaba a las clases altas poder distanciarse de la ruina con sus tratos económicos. Aunque desde un principio  humillasen constantemente al arribista empresario aceptarlo sería la única forma para retrasar lo inminente, que esta aristocracia estaba condenada a desaparecer.
El príncipe siciliano Fabrizio Di Salina (Burt Lancaster) representa  a esa fracción de la nobleza que no estaba tan segura sobre la conveniencia de los desenlaces de la revolución, en oposición a su sobrino Tancredi (Alain Delon), quien más que creer en los fundamentos patriotas, buscaba la propia conveniencia  para él y su familia, como manera de salvaguardar sus intereses a pesar del seguro cambio de régimen.
Las batallas fratricidas sangrientas darían paso a la estabilidad social, los nobles mantendrían algunos privilegios económicos mientras que políticamente serían desplazados. Los cambios estructurales no serían internalizados por la nobleza en general, ya que algunos continuarían con sus concepciones de derecho sagrado para justificar su oposición a la incorporación de la burguesía en los círculos de poder.
La fastuosidad de la nobleza que se negaba a desaparecer y la elegía constante a los esplendidos tiempos pasados, ensalzando las formas de vida y las costumbres tradicionales que perduraron por siglos, se transforman en una crítica a la nobleza dosificada por una añoranza a tiempos de esplendor. Un retrato de clase que describe la pronta decadencia de la aristocracia.


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